Pasa asi Quignard como una barca silenciosa atravesando una niebla de
conocimientos y saberes por distintas historias, silencios, músicas,
claridades, tempos, retoricas, vidas, intensidades, vacíos, espacios, nacimientos,
sombras todo es motivo de reflexión y desarrollo expansivo de formas y logos.
El silencio es su primer motor para conocer porque sabe que es meditar para
conseguir el fruto que espera, y en especie de carpe diem va. No hay dos albas,
dos noches dice, la vida es un único instante donde estamos que abarca todas
las noches, albas, cosas, es el tempo de antaño que crece en una nueva luz. Es
un re-citatio que surge de cada uno de sus puntos. Esclavo en vías de
emancipación busca el aprendizaje que lo saque de esa situación, algo de esa
incomodidad que hablaba Passolini, por eso escribir para salir de ella.
Ejercita el alma en el pensamiento como el cuerpo su musculatura, hay el
esquema a aprender para luego de aprendido romperlo. Sabe que los suicidas son
muertos que han ido solos a morir. Todo es una resincronización, un sueño lento
celular. Somos todos hombres y mujeres derivados de una mujer, ella fue nuestra
casa en la primera soledad del feto. Las sombras de momentos anteriores detrás
de cada cuerpo forma parte de la vida entera de cada hombre. Somos una sombra
extendida en el tiempo con características y formas propias y singulares. Somos
sin carozo. Esas semillas de tiempo que son los haikus donde coinciden pasado y
presente como objetos que pueden ser reducidos en la memoria. El pasado en el
límite de lo anterior es cada línea, cada libro. Donde el ombligo es la
cicatriz, la marca que rubrica en el cuerpo que existen dos mundos. El pasaje
de lo informe a la forma, un vivir antes de nacer y otro vivir antes de morir. Cada
resulta como un mirobolo. Lo perdido es una cosa en el seno del tiempo, y que
tal vez nunca se conozca o reconozca, una prelínea del abismo. Embellecer la
vida con días no vividos es la receta, cuando el presente ofrece escasas alegrías
y los meses por venir solo permiten presagiar repeticiones entonces a no
engañarse más todavía en la monotonía con irrupciones del pasado. Reumatismos y
tristezas que añade Quignard a las narraciones del micromundo de los juicios y
asesinatos reinventados del mundo de la dictadura romana del Cesar, es una
estación donde el paso del tiempo no se siente, sería la quinta estación de
Albucius. Pasa del tiempo que no habla del cachorro del hombre, ese sin
lenguaje al de los dos años de extrema aurora no silenciosa, lo que se llama la
infantia de los griegos. Todo eso lo ocupa, letra y sonido como estrellas en el
cielo, palabras en el blanco de la hoja. Y allí por debajo hay una pre-estación
que es la quinta estación que recorre todas las estaciones, la que es
generadora del amor, los alimentos, las conductas individuales, las sensaciones
ambivalentes los juguetes, suciedades más o menos borradas, las canciones
infantiles, todo lo que va en los sueños. Es la descarga del lenguaje que
aparece en nuestra vida a cada hora, con su rumiar obsesivo. Las cosas viven
más tiempo que los hombres. Caminamos, bordeamos ese espacio prohibido donde
empiezan a haber leones. Ese lugar donde no se aventuran los hombres el no man
s land.
Se interna en ese abismo que revelan las palabras que uno intenta
escuchar, como dejar un mundo para ingresar en otro.
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