La casa donde vivíamos
ahora era vieja
La casa donde vivíamos ahora era vieja
cuartos oscuros y techos bajos.
Una vez nuestra doncella, que resultó ser húngara, metió la mano
en el armario en busca de un plato y tocó una rata muerta que se había
arrastrado hasta allí para morir envenenada sin duda.
Asqueroso, repugnante decía en alemán, y para mi diversión, se
estremecía cada vez que pensaba en ello.
(Una linda rubia, demasiado pequeña para hacer las tareas
domésticas que tenía que hacer, ella había venido, a diferencia de las
campesinas ucranianas que generalmente trabajaron para nosotros de una ciudad
en vez de una aldea.
El lugar de trabajo de mis padres estaba tan cerca, mi madre podía
volver a casa cuando le apetecía para ver como iban las cosas, pero rara vez
venía porque siempre había algo que hacer en la tienda que no esperaría. Yo
tenía mis trece y no vi ninguna necesidad de inquietud de su parte.
Pero no fue del todo injustificado por ese vecindario: estábamos a
solo una cuadra y media del Bowery, donde las casas de hospedaje, las tabernas
y los lugares para comer más baratos estaban, y donde vivían los hombres que
hacían el trabajo más humilde;
estos eran aristócratas
si lugar a dudas
entre la multitud sin trabajo
y la gentuza que se quedó
de brazos cruzados en las puertas y sobre los pilares de la vía férrea y
barajaba a lo largo de la vereda.
Una vez hubo un suave golpe en la puerta. Acababa de llegar
de la escuela, la abrí y un hombre, tan alto, se agachó mientras estaba de pie
en la entrada...sus hombros la llenaban, puso los pies en el umbral.
No pude cerrar la puerta y no traté de hacerlo. Pero esperé a que
él hablará o se moviera.
Estaba en silencio, sus pequeños ojos negros brillaban
y miró a su alrededor dudando y pensando que hacer a continuación.
La linda doncella acababa de poner un plato de borsht. que mi
madre le había enseñado hacer, en la mesa. Ella gimió y corrió a la habitación
del frente, aunque no pudo salir del piso de esa manera, porque la puerta
principal estaba cerrada y mi madre tenía la llave.
Pero tal vez se sintiera más segura cerca de las ventanas que se
abrían en la calle, tres pisos abajo, y ella estaba fuera de la vista del
visitante.
Que quieres? Yo pregunté. El extraño –lo
tome por un campesino ruso ya que había algunos en el barrio- no respondió,
pero había tanta infelicidad en su rostro demacrado que me sentía amigable
y
sin miedo.
Quieres comer algo? Pregunté alegremente y señaló la silla que
estaba a punto de tomar. Ambos miramos la mesa y vimos, junto al plato de borsh
una hogaza de pan negro, el cuchillo de pan largo. Sin una palabra el hombre se
sentó torpemente y le corté
una gruesa rebanada de
pan y luego otro.
Después de un momento
de
vacilación dejé el cuchillo al lado del pan
para demostrar que no
tenía miedo.
El hombre comió con parsimonia y yo me quedé a un lado como un
camarero. Llené el plato una vez más con borscht y lo vertí con abundancia de
repollo y patatas del fondo de la olla tan pronto como terminó y su plato vació
otra vez se levantó me miró con sus ojos entrecerrados luego inclinó levemente
la cabeza y con cautela, suavemente, sin una palabra, salió por la puerta.
La cerré detrás de él con el mismo sigilo, y silenciosamente giré
la llave de latón en la cerradura.
Fui a la habitación del frente para encontrar a la doncella: ella
estaba de rodillas, murmurando sus oraciones y tan rápido como pudo se puso
de pie avergonzada mientras
la miraba y sonreía.
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