jueves, 7 de julio de 2022

Juana Bignozzi por Pablo Queralt.

 


Quien consagró su vida a tareas que se cumplirían sin ella entre la ópera, los mitos, el arte, los viajes, como quién camina hacia lo que ya esta establecido y vuelve, la que no ha visto todo pero quiere mirarlo con los ojos de su edad. En sus poemas nos conversa sobre lo de siempre y lo que quisiera, lo que intenta y la decisión como ley, su ley, la vida con poesía no la de los poetas de diarios pueblerinos sino de los que tienen lengua, ese es su umbral desde donde nos habla, una tarde que parece mediodía. En el permanente viaje trasladando su casa a ninguna parte, siempre dispuesta a recorrer los cielos conocidos se abre a la aventura de la poesía, lo que es vivir poniendo las palabras allí donde esta el lugar, donde hacen falta. Una mujer en su casa es un interior con poeta, traducir y retraducir la vida de un lado y del otro, las claves donde termina la vida, aprovechando las horas de la luz aunque sea para que los relatos concuerden. Es un dejarse fluir, un estar yendo y contándolo, a quién poco interesa, siempre habrá una escucha alguien que lea. Anda en el verdadero silencio que la sostiene, detrás de tanto ruido, como en una ceremonia no fallida de su vida, siempre dirá que estuvo viva en el lugar que amaba. Aunque no tuvo hijos, ni enterró a sus padres, ni pasó de la casa de un hombre a la de otro, piensa su vida como un decurso de ceremonias incumplidas donde prefiere compartir la vida con los que las ignoran ilusos seducidos por la seducción. La que mira la fiesta ajena en una casa que abre su llave y al menos duerme bajo techo o camina para poder llegar al alba y ver la brutalidad del nacimiento de la luz. Todo es alegoría en Juana, una pasión de la que va al lado, y solo para alentar vive, ese es su motivo. Decir si o no sin quebrar del todo el corazón para sostener una vida con deseos, para seguir existiendo. Es un clamor, un grito susurrado desde la fortaleza de su templanza, como un recuerdo al que hay que olvidar o guardar como un viejo manual. Sus poemas juegan en el futuro, el pasado un tiempo frágil donde se nos permite sobrevivir. Entre cielos, infiernos, tumbas, panteones, cementerios como parques-escenarios particulares donde instala su único lugar personal para cada puñalada de la vida, donde siempre miramos por una ventana como se están llevando a alguien.  En una intensidad de pasos, de sombras de minuto a minuto, dice tantas veces lo que no piensa, por eso solo se apasiona con lo que habla a solas donde descubre su paso del pasado al futuro. Hay una intensidad Merelo, una foto tomada en la amistad de una porteñidad, música de ciudad, misterio y arrabal, consolidada en sus versos, en el gran escenario que va creando. Porque hay una distancia entre la ciudad que vive y la ciudad donde se mueve, bajo un sueño de las ciudades amadas. Ella va en busca del cerrado corazón de la cultura, como la piedra mágica de la felicidad.   Como quien tira sus pedazos los recupera para volverlos a destrozar, como quien besa a los íntimos como una despedida del alma. Cestitas de flores, medallitas de la virgen, pulseritas de bisutería, enormes pizzas para romper la decencia de cocinar en casa, los cafés de la noche, los vinos de las madrugadas, los magníficos amores, todo eso tuvo pero no más aquellos hombres, aquellos muchachos de barrio.  Ahora que deja la luz de sus amigos, las cenas en su ciudad, las casas a oscuras del barrio, su amiga comprándole vino en el kiosco, ahora que el avión esta esperando con los motores encendidos. Y nos saluda desde su mejor forma de decir adiós: descolgar las fotografías, y usar los marcos para fotos del Zaire.       

 

 

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