Quien consagró su vida a tareas que se cumplirían sin ella entre la
ópera, los mitos, el arte, los viajes, como quién camina hacia lo que ya esta
establecido y vuelve, la que no ha visto todo pero quiere mirarlo con los ojos
de su edad. En sus poemas nos conversa sobre lo de siempre y lo que quisiera,
lo que intenta y la decisión como ley, su ley, la vida con poesía no la de los
poetas de diarios pueblerinos sino de los que tienen lengua, ese es su umbral
desde donde nos habla, una tarde que parece mediodía. En el permanente viaje
trasladando su casa a ninguna parte, siempre dispuesta a recorrer los cielos
conocidos se abre a la aventura de la poesía, lo que es vivir poniendo las
palabras allí donde esta el lugar, donde hacen falta. Una mujer en su casa es
un interior con poeta, traducir y retraducir la vida de un lado y del otro, las
claves donde termina la vida, aprovechando las horas de la luz aunque sea para
que los relatos concuerden. Es un dejarse fluir, un estar yendo y contándolo, a
quién poco interesa, siempre habrá una escucha alguien que lea. Anda en el
verdadero silencio que la sostiene, detrás de tanto ruido, como en una
ceremonia no fallida de su vida, siempre dirá que estuvo viva en el lugar que
amaba. Aunque no tuvo hijos, ni enterró a sus padres, ni pasó de la casa de un
hombre a la de otro, piensa su vida como un decurso de ceremonias incumplidas
donde prefiere compartir la vida con los que las ignoran ilusos seducidos por
la seducción. La que mira la fiesta ajena en una casa que abre su llave y al
menos duerme bajo techo o camina para poder llegar al alba y ver la brutalidad
del nacimiento de la luz. Todo es alegoría en Juana, una pasión de la que va al
lado, y solo para alentar vive, ese es su motivo. Decir si o no sin quebrar del
todo el corazón para sostener una vida con deseos, para seguir existiendo. Es un
clamor, un grito susurrado desde la fortaleza de su templanza, como un recuerdo
al que hay que olvidar o guardar como un viejo manual. Sus poemas juegan en el
futuro, el pasado un tiempo frágil donde se nos permite sobrevivir. Entre cielos,
infiernos, tumbas, panteones, cementerios como parques-escenarios particulares
donde instala su único lugar personal para cada puñalada de la vida, donde siempre
miramos por una ventana como se están llevando a alguien. En una intensidad de pasos, de sombras de
minuto a minuto, dice tantas veces lo que no piensa, por eso solo se apasiona
con lo que habla a solas donde descubre su paso del pasado al futuro. Hay una
intensidad Merelo, una foto tomada en la amistad de una porteñidad, música de
ciudad, misterio y arrabal, consolidada en sus versos, en el gran escenario que
va creando. Porque hay una distancia entre la ciudad que vive y la ciudad donde
se mueve, bajo un sueño de las ciudades amadas. Ella va en busca del cerrado corazón
de la cultura, como la piedra mágica de la felicidad. Como quien
tira sus pedazos los recupera para volverlos a destrozar, como quien besa a los
íntimos como una despedida del alma. Cestitas de flores, medallitas de la
virgen, pulseritas de bisutería, enormes pizzas para romper la decencia de
cocinar en casa, los cafés de la noche, los vinos de las madrugadas, los magníficos
amores, todo eso tuvo pero no más aquellos hombres, aquellos muchachos de
barrio. Ahora que deja la luz de sus
amigos, las cenas en su ciudad, las casas a oscuras del barrio, su amiga comprándole
vino en el kiosco, ahora que el avión esta esperando con los motores
encendidos. Y nos saluda desde su mejor forma de decir adiós: descolgar las fotografías,
y usar los marcos para fotos del Zaire.
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