Baldomero Fernandez Moreno.
El médico, el poeta, el hacedor de poemas a la velocidad del nervio
óptico, como dijo J.L. Borges “transmite todo de un modo inmediato que sus
lectores olvidan las palabras traslucidas que han operado esa transmisión”.
Confundiendo sencillez con inmediatez, proximidad casi simultaneidad de la cosa
real y la cosa literaria, el poema en acto. En acto que al ser leído es
incorporado en imagen y esencia. A su manera casi epistolar versifica las cosas
cotidianas de ciudad, de provincia, las sombras del consultorio o de los
edificios, sus balcones todo remite a un sentido de una interioridad de
sentimientos sencillos y bondadosos, vale remitirse a su primer recuerdo de
infancia “una mañana de oro y neblina un camino muy blanco en el portal oscuro
una abuelita diciéndole a su nietito que caruca más fina”. Llena las manos de
castañas, el alma de leyendas, el corazón de preces y los labios risueños de un
divino parlar. Ya desde sus primeros poemarios nos marca su derrotero, sus palabras
y sus futuros trayectos ahondando en su sosegado cantar descriptivo, un Machado
porteño. En torno a sus árboles: las ciruelas claudias, las gordas peras de
muslo de dama y las garrafales guindas coloradas, hay allí todo un pictorismo a
la manera que usara luego Girondo, precursor de Perlongher, Lamborghini, quizá.
Así sus poemas los de cuarteta translucidos, transparentes “que cosa más dulce
era,/ cristalina,/ beber el agua en la boina/ campesina./ “ en el mismo poema “ y en larga fila ondulante/
regresar/ mientras encienden las luces/ del lugar/” a un ritmo canción como en
70 balcones esa musicalidad del poema que lleva el sentido de la flor, de la
novia, del poeta lleno de ilusiones, de la tristeza de negros balcones, donde
nunca se oirá un beso esa es la clave el ojo del poeta que sabe mirar. O ese
conversar con las acacias “yo creo que llegan de noche las estrellas a posarse
en ellas” dice desde un corazón que no sabe lo que tiene porque esta en
primavera y se va repitiendo en su canción. Todo es un canto, las doradas copas
de los árboles, él que deja una rosa en la silla al irse y dice su elegía y la
del otro, su ingenuidad y su enigma. Allí en su cuartito de hilvanar palabras
certeras que interrumpen el ritmo de las almas sin que lo adviertan, como quien
lee sus versos para arrancar una lágrima y una caricia.
En versos de negrita todo el canto enamorado cuyo nombre ya es llamado
y caricia, fluye el poemario- libro en una romanza de simples y sencillas
estrofas de alta sensibilidad y en la cotidianidad son palabras de amor de un
oro ceniciento que flota por el aire y uno siente ese perfume, estar en esas
habitaciones ser parte de esas escenas en esas estelas que va dejando de verso
a verso, salta el corazón en ese trino en su divino universo.
Matizando en colores los momentos del día y su interrelación entre las
cosas en el sosiego de un mate bien cebado aprisiona el instante, el paisaje
cuando quiere hablar de la cancha y sus jornadas donde endureció el pellejo de
la derrota, en el canto de las casuarinas, la lira y la bordona. Su curso
descriptivo avanza en sentidos que se prolongan pero siempre hay un punto
ombligo de retorno, en una sensación de oralidad de cuento contado, en una
intensidad de existir siempre presente en el ahora. Creando su territorio
existencial, su campo efectivo: un devenir imagen instantánea. Los peones “no
bien salen del antro turbio de la cocina se pierden en la noche con grave
pesadumbre camino a los galpones, y se los adivina” es el devenir visto por
unos ojos que lo ven, transmisión inmediato en el acto. Y caen en sus yacijas,
sin sueños ni oraciones en el cuerpo pegados polvo y briznas del día, dice en
su poema constituyendo una máquina de inmediatez de lo visto y lo leído. Luego
“los feriados conciertan con otras peonadas, rudos e interminables partidos de
futbol, se pechan como toros, ruedan en oleadas, las hierbas malheridas dan su
perfume al sol”, potencian sus versos una máquina de intensidad existencial,
una atmosfera de ser ahí. O en Duermes: la madre ha logrado dormir a su hijo/
una obra maestra/ de pequeños suspiros/ de menudas palabras/ de voluntad de
instinto./ no respiramos casi/ el niño se ha dormido/. Como una nana que acuna
con sus versos al lector, la transmutación del acto en esencia en palabras que
casi ni se ven, solo imagen del acto, estar ahí. Una mano: “por el barrio
extravagante, azul esmeralda, negro, volando va el 26: cien ruedas y ningún
freno. Y a pesar de estar vacío somos tres los pasajeros que la gracia de los
tales es volar llenos.” La medida de su hermosura es mi silencio, parece
decirnos, un mundo que abrirá como pueda cuando su poesía es una ventana
clausurada. Para transformarla en un cielo de una luna blanca y celeste después
del riego de una tarde con una música alegre para perderse deliciosamente rumbo
a las estrellas. No es su poesía un sentimentalismo rosa sino es el
sentimentalismo genuino, traslucido, de una verdad emotiva simple y real
conmovedora y bondadosa que difiere de lo cursi al ser en una funcionalidad
fuera de toda complejidad. Como un existir que se vacía en ser ahí.
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