Qué escribe George Perec?, cuál es el género? si es que podemos
clasi- clarificar así la escritura, no lo sabemos. Pero si ese vértigo
incesante que en ella se encuentra a cada paso o golpe de página. Es un hombre
que duerme, atento, vigilante de lo que
sucede. Esa es la aventura de su sueño, dormir atento a las penumbras de lo
habitable, donde la memoria se habitúa a los caminos recorridos habitualmente y
se hacen automáticos allí se detiene ojos abiertos a lo microscópico, es el
detalle que enamora lo que interesa. En ese reflejo se mueve la mirada de su
escritura, se van formando cuadros de intensidad entre las sombras que caen
unas más claras sobre las oscuras en esa dimensión su sabiduría de aprendizaje.
Leerlo es un aprendizaje, atractivo, imposible de abandonar, vértigo, ritmo,
intensidad.
Según la mayor o menor fuerza que uno aplica se van haciendo
demostrables las evidencias de lo que se percibe. De modo que escribir es
percibir, discriminar, observar, hacer sentido. Sensaciones, emociones, como
una conjunción de sombras y manchas que se aúnan, y las variaciones de
acomodación de la mirada, ver como se organiza el juego, el juego que fascina y
se juega desde que se levanta, porque allí hay una densidad conmovedora, hasta
que callado o ausente las formas zumban y se abre una grieta y uno entra a otro
laberinto. Es una verosimilitud con la vida, el acontecer desde la misma
esencia de los sentidos en su camino. Un respirar un deambular por las calles,
el paso de horas, días, semanas, estaciones, un desprenderse en instantes
suspendidos que proporciona el sensorio, una vida sin desgaste, una felicidad
casi perfecta. Una tranquilidad total, de un paréntesis bienaventurado. Y de
repente el mundo es negro más allá de la noche, pero allí rodeado se tiene la
impresión de describir cada mínimo detalle de esa nube de opacidad. Un eje de escritura que se va enhebrando,
ramificando, construyendo una cadena a partir de un núcleo de acción-
interacción que articula y desarrolla en la intensidad de lo que se va
preparando, aunque todo permanezca difuso. Crea un lector una forma de leer que
desencadena, despierta a los detalles, a lo que permanecía oscuro, la
experiencia de conocer. Conocer que? Puntos luminosos, sentirlos, tocarlos,
oírlos, en una neutralidad de pasos en un blanco que explota. Caminar,
deambular no pasear ya que es sin horarios, es un modus vivendi, sin prisa, sin
meta. A lo que de, en una tensión emoción- sensación, esa es la medida del
espacio. No escoger, andar, como sombra de una sombra que mira como se hace, se
deshace, en un dejarse llevar, ir. Solo
quedan reflejos elementales al mundo externo, todo se subliminó y no hay nada
de allí que ponga en juego la totalidad del organismo, en una adecuación
socio-psico-ecológica, un ser paciente y no esperar, un ser libre y no elegir.
Vivir en lo inagotable es su don. Un errar sin fin en la paz del cuerpo. Como
si se detuviera la atención que esta en miles de lugares en un punto, y allí el
paisaje, la sensación de cada instante- espacio ahí hace su territorio, ese es
su campo existencial. El detalle, lo minúsculo como quién va distraído en su
laberinto y encuentra se música, un gris que no evoca ningún gris y es neutro
como un investigador, espere y observe. La lluvia fina de los azules, grises,
casi rojos, o casi blancos, negros silencios, bullicios, multitudes en las
estaciones, tiendas, calles repletas de gente o desiertas de los domingos,
tardes, mañanas, noches, albas, crepúsculos, el dueño anónimo del mundo. Del que
ya no tiene historia, el que ya no siente caer la lluvia, que ya no ve venir la
noche, ese deambular es la vida y la respiración que continúa, en la evidencia
del propio envejecer suelto a lo que viene. Proseguir el camino en un encuentro
del ojo y la almohada, cuando la pregunta es más importante que la tarea misma.
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