TODAVÍA JUNTOS- Yves Bonnefoy- Traducción
Pablo Queralt
Yo te tomo,
manos de ciega,
yo poso
sobre tus dedos
mis labios
que tienen sed. Algo ante ti,
aquello
donde las palabras, se sofocaban
de una insaciable
necesidad de lo absoluto,
han
arrancado de su luz
mi cielo que
estaba tan negro algunos años
sabía que
ese sufrimiento
que causa saber
que el bien
que deseamos más que nada
nunca se
negará; y lo peor de la comprensión
es que sé
que era un sueño
para cumplir
la vida
aquella
mujer que él amaba, aquella que no lo amaba más
pero moría por
seguir soñándola lo mismo.
Y esos
otros, algunos otros,
ya anocheciendo,
me ofrecieron libros
dieron vuelta
las paginas. No me atreví
a escuchar las
palabras, que se ahondaban en mí
y que en mi
eran como en un abismo, con gritos
que
rebotaban entre paredes de piedra,
esos brazos
que se arrojaban vanamente al cielo,
estos golpes
sordos en habitaciones sin ventanas,
de tanto en
tanto pero nunca esa muerte
incomprensible
para nosotros. Pero yo estaba escuchando
a través de
mi angustia y veía
más abajo,
como un niño acurrucado
en la paz de
su sueño, el cielo, la tierra,
de uno a
otro de los arcos de los árboles
todavía gris
del amanecer tomó
mis manos
llenas en el siguiente color
saliendo a
primer hora de la mañana, cuando todo esta calmo,
cuando el
bien, es el fruto del follaje,
y la verdad
el rumor casi imperceptible
de animales
despertando en todas partes.
Mis amigos,
comprendamos que estas vidas pensativas
de ramas, de
arbustos,
sabiendo;
que su atención
justifique
que se le ame. Decidamos
que la llama
de este abecedario sobre nuestras mesas
realmente
arda, esta noche de nuevo. Tomemos la copa
de nuestras
palabras, incluso arrugadas, carbonizadas,
bebamos lo
mismo, la nada.
Amemos la nada
como los racimos de estrellas, de las enanas blancas.
Uno de
nosotros se levanta, él sale de la sala,
él mira el
cielo durante la noche,
es un río
sin orillas, pero su torrente
se convierte
de repente, la parte baja, como llamada
por un grito
desconocido, del futuro.
Irás hasta
él,
tocarás la
mano, su hombro.
Y él no se
sobresaltará.
Su nombre,
parecerá que
no lo escuchó.
De todos
modos volviéndose a nosotros
lo que
permanece bajo las estrellas es su rostro.
Y me digo,
eres tú,
mi profesor,
mi maestro en filosofía,
diciéndonos,
con su pequeña sonrisa,
que él se
negaría a dar la mano
de un
visitante célebre pero que miente.
Además de
traducir
el epitafio
sublime de Kierkegaard.
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