jueves, 28 de noviembre de 2019

Gerardo Deniz. Un grande de la poesía, el alquimista. Por Pablo Queralt.




Quiero decir de Gerardo Deniz : un grande de la poesía. Fue clown Augusto o Bianco?, da igual, si esa alternancia nos hizo felices como una película de Fellini, abrazo sus paginas, sus poemas, como enseñanzas de sofisticación, su empeño o no como una grisalla de sensaciones, me veo arrastrado hacia allí. Es una fuerza actualizada su obra, una formación permanente. Que quiere decir en formación permanente? Precisamente que el poema cada vez que es leído interactúa de una forma viva, diferente para cada actualidad presente, es material sensible dinámico, no una imagen, una foto quieta en el álbum, que más bien es un territorio familiar, el de la condición humana, eso somos en esas paginas de Deniz. Su donaire, su eros en pos de lo verdadero, en definitivo bello necesario, “pues claro que vergüenza se deriva de verga” juega con la semiótica de las palabras y a su vez con su significante ya que la vergüenza es la desnudez, ya en la mitología, cuando Adán y Eva se cubren su desnudez al comer del árbol de la sabiduría, pero no la desnudez corporal que es algo simbólico cultural sino la desnudez de aquello que aparece visible nuestro que conocemos y no nos gusta o no aceptamos. “Tan erótica locuela brinca de falacia en falacia” en su poema Envidia del pene, especie de poemas breves como haikus sin metro, irregulares de su libro Letritus, y su ironía burlona, sarcástica como en su poema Sigmund “como es una ladilla se cree autoridad en todo triángulo”. El juego con las palabras el uso de nombres farmacológicos o de la medicina o de la química, también palabras poco comunes finas y elegantes o creadas como inanidad, ripuario, peneja, fenilpiruvica, jenízaros,  lobezna, plombagina, elucidado, anagramarla, santonina, rosicleres, sabihondez, atrida, bacterias ferroautótrofas, propada, pepenando, y la voz de la calle como peliagudos, sanguijuelas, berrinche, pirujeces, besucón, todo es como un grifo que gotea en su poesía desde lo lumbroso hacia las sombras donde podemos estar aluna vez o estuvimos, recorre todos los rincones su voz su poema como un tango. En su libro Ton y son (1996) nos dice, pregunta “Moriré en escena sobre el adoquinado…?” “soy de esas moscas que asemejan abejas y haraganeamos en las colmenas…”, “Soy la cigarra de la fábula” “soy uno –un libro- donde deberíamos ser varios, más bien muchos afines.” Su escritura a veces poemas en prosa largos otras veces breves poemas cortos rimados otros de 2 o 3 versos, así su oralidad maquínica, no me los imagino más que leídos en voz alta. Alimentando su poesía de lo que esta en el cruce en el caos que va silencioso y hay que darse vuelta para percibirlo, entre un sí y otro sí algo que se vacía en sus versos y otro llena así construye universos una polifonía destruyendo composiciones y recreando otras, una deconstrucción de cada real, vamos sobre un cosmos del adentro-afuera, reconocible en cada uno de sus poemas con su fuerza abarcadora. 
Será que Deniz habla, piensa así como escribe o crea o compone un sistema, un artefacto, el artefacto Deniz perfectamente reconocible y propio, tal vez si tal vez no, pero lo cierto es su existencia para transmitir más allá de palabras, versos, ecuaciones algo que nos trasciende y nos pone en revelación. Sus autoafirmaciones y contrapuestos, silogismos al servicio del poema “me gusta tanto que sabiéndolo, empieces como si nadie estuviese al tanto”, “el amor es de esas mesas eternamente cojas que ni siquiera el mesero logra aquietar”, “quisiera devolverte cuanto das sin fingir cuanto tú tienes que hacer”. O en otro poema una vez más siempre presente el eros “una jovenzuela que apenas conocí, nombre ominoso, esta entregada cuentan a estudiar pornografía. Capaz y vacunada, ¿no es acaso excesiva?”.
Podríamos trazar paralelismos o nexos con flujos intensidades de imaginación tensiones estéticas con Pelongher, Severo Sarduy, Rosenthal Tauber, Osvaldo Lamborghini, tal vez allí hayan puntos de unión. “Mi infancia como la de todos no fue feliz pero si interesante”, autobiografía, recuerdos tomados de un afuera adentro, ritornelos, espacios vividos, en el eterno retorno. Hace carne lo sublime, la esencia hace su territorialidad en un trabajar para vivir en los distintos ritmos y espacios que se salen de lo limitado para ser campos incorporales ilimitados, “la materia envejece en su entraña, pronto lo descubrirán, ya no es como al principio ni como después”, “hay algunos que han estirado la pata…..todo ello es lento, muy mucho, para extraer moralejas sobra tiempo pero ¿Qué nos impide empezar a sermonear?”.        
“Tras varios concilios, la paz kantiana fue lograda. Se vio a más de un antropoide ser seducida por platirrina arte…. Zumbaba una especie de salmodia habitual” de Cronicón, así pinta sus escenarios en ese gajo de  alegría, tristeza, alboroto. También en sus poemas esta allí el reconocer el secreto, lo intimo tal vez en un tono semibizarro del brujo en esa alquimia de palabras “ te he visto despertar de malos sueños con una sacudida”. Poemas novelados con detalles alucinantes o Dantescos, que enhebran con un dulce acido el hilo
de las historias y operetas que guarda la memoria. Abre el cofre de la vida y sigue sus pisadas, sus pistas encarnando lo central y lo periférico rimando compases más allá del tiempo y el espacio con erudición del sabio y la picardía romántica del que tiene las cartas y sabe con destreza repartirlas.   



Poemas.

#
A veces, alejándome en mi celerífero
que trocaré pronto por una draisina,
se me ocurre (entonces me vuelvo y te tiro un beso)
que si tus esteroides te hacen tan bella,
los míos más bella todavía,
y hasta crean el concepto de belleza,
bien pudieran
con un estorbosísimo sulfhidrilo en 8 beta, quizá
lograr que al dejar de mirarte no me afectara tu
                                pendejez
(ya que suprimirla
sería superior a toda química)


#

Ponderan mi memoria de cosas variadas
(—Tiene usted una memoria felicísima,
me dijo a mis diecisiete un viejo químico),
pero el secreto que sólo yo conozco
es que más y mejor recuerdo todo
lo que atañe a cierto olfato y cierto tacto
(no hablo de zonas erógenas pues son el cuerpo entero),
y que estos rastros mnémicos
me asaltan a mano armada en mil circunstancias.
De pronto mi órgano de Jakobson, mis manos y lo demás
despiertan, desvergonzados y simultáneos,
ante la estantigua de las ausencias,
quienes, por si fuera poco, cargan a la espalda
sentimientos, palabras, preguntas sin respuesta o respondidas,
más toda la tramoya necesaria
para seguir existiendo sin perder lo existido
que siempre concluyó de igual manera,
pero dejando todos los detalles tragicómicos.
Huellas dactilares, indicios de ADN,
parafernalia caduca, pero ello,
lo puedo asegurar, no tiene gracia ninguna.

#
Me preocupa (entre otras quisicosas) pensar,
ahora que me quede ciego,
qué voy a hacer con la mesa de billar que traigo dentro de la cabeza
cuando rueden por ella
(y a oscuras)
cisticercos, pezones lisos como caramelos chupados,
canicas, avellanas, vólvoces (gónadas), burbujas de chicle, o es
y hasta una que otra piedra de la locura.

(No) vamos a ver qué pasa.


Gerardo Deniz nació en Madrid y vivió y murió en Méjico.
Publicó el poemario Adrede (Joaquín Mortiz, 1970), Gatuperio (Fondo de Cultura Económica, 1978), Picos pardos (1987), Mansalva (1987), Grosso modo (1988), Mundos nuevos (1991), Amor y oxidente (1991), Alebrijes (1992), Fosa escéptica (Madrid, Ave del Paraíso, 2002) y Erdera (Poesía completa) México, Fondo de Cultura Económica, 2005. También el FCE publicó en 2016 Sobre las íes (Antología personal), así como De marras (prosa reunida), en 2016. 



lunes, 18 de noviembre de 2019

EN EL OTRO BAÚL. Yves Bonnefoy. Traducción Pablo Queralt. 




- Y en el otro baúl?

- En el otro baúl? Nada.

- Estaba vacío?

- No, las cartas, los paquetes de cartas atados por elásticos, que estaban rotas, todo se mezclaba, se deshacía, y quedó, tarjetas postales, cuantas imágenes de estaciones  u hoteles de ciudad, o de un viaducto impreso en gris o vagamente azulado o sepia en cartón ahora amarillento, donde también veía estas cinco o seis palabras tan a menudo, los mismos escritos diagonalmente en el lado que llevaba la dirección! Oh, créeme no estaba leyendo, estaba zambullendo mis manos en esta masa desordenada, estaba revolviendo este papel que hizo un ruido que me encantó, entro en esas fotografías, viejos hombres con corbata, muy dignos, mujeres en moño tímidamente sonrientes, con el corpiño un hermoso espíritu santo, en su montura plateada. Y allí, a veces también toqué una mano que aún estaba viva, y ella se estaba cerrando en mis dedos, muy rápido, ella estaba tirando, estaba tratando de atraerme, en su noche, pero me resistí, tu de todo eso bien dudabas mientras yo tiraba en otro sentido, hacia arriba, hacia mi, y pronto no buscó más de retenerme, ella se estaba disipando en estos escritos, apretados, llegué a escuchar un sollozo.       


Esa mujer, quién era ella?

Era una mujer, sin duda ya que yo cuando me levanté de ese otro baúl, sobre el marco bajo, en el calor pleno de pequeños granos de polvo, yo allí veía nada más que por un instante sentada detrás de uno sobre un pequeño banco. Una vieja mujer, era. Ella no miraba nada, ni se movía. Yo diría era una ilusión. 


Quién es ella? Sigo insistiendo.

Ella se llama Petronila. Una de nuestras antiguas tía- abuelas de uno de esos pueblos lejanos al fondo sobre la meseta. Ella dirigía una tienda de ramos generales. Ella vendía allí bacalao seco, los Biscuits en grandes cajas de lata, agujas y tijeras, hilos de todos los colores, y ovillos de lana. Asimismo, ella exhibía suspendida debajo del techo juguetes, donde la mayoría de los viajantes de comercio allí pasaban a veces, en ese extremo de mundo, en el insoportable calor. Trompos de lata, rojos o amarillos. Las imitaciones de violines.



-     Cállate!
-         Tu bien sabes que nunca he dejado de callarme.


Yo moriré con mi secreto. La mano que esta por debajo de las palabras me lleva sobre su noche, y tu no sabrás, amigos míos que me reclamen esos sollozos, esos gritos, esas exclamaciones de espanto, de dolor, que yo escuchaba en la noche en la casa vacía. 


Del libro Perambulans in noctem.