EN EL OTRO BAÚL. Yves Bonnefoy. Traducción Pablo Queralt.
- Y en el otro baúl?
- En el otro baúl? Nada.
- Estaba vacío?
- No, las cartas, los paquetes de cartas atados
por elásticos, que estaban rotas, todo se mezclaba, se deshacía, y quedó, tarjetas
postales, cuantas imágenes de estaciones
u hoteles de ciudad, o de un viaducto impreso en gris o vagamente
azulado o sepia en cartón ahora amarillento, donde también veía estas cinco o
seis palabras tan a menudo, los mismos escritos diagonalmente en el lado que
llevaba la dirección! Oh, créeme no estaba leyendo, estaba zambullendo mis
manos en esta masa desordenada, estaba revolviendo este papel que hizo un ruido
que me encantó, entro en esas fotografías, viejos hombres con corbata, muy
dignos, mujeres en moño tímidamente sonrientes, con el corpiño un hermoso
espíritu santo, en su montura plateada. Y allí, a veces también toqué una mano
que aún estaba viva, y ella se estaba cerrando en mis dedos, muy rápido, ella
estaba tirando, estaba tratando de atraerme, en su noche, pero me resistí, tu
de todo eso bien dudabas mientras yo tiraba en otro sentido, hacia arriba,
hacia mi, y pronto no buscó más de retenerme, ella se estaba disipando en estos
escritos, apretados, llegué a escuchar un sollozo.
Esa mujer, quién era ella?
Era una mujer, sin duda ya que yo cuando me
levanté de ese otro baúl, sobre el marco bajo, en el calor pleno de pequeños
granos de polvo, yo allí veía nada más que por un instante sentada detrás de
uno sobre un pequeño banco. Una vieja mujer, era. Ella no miraba nada, ni se
movía. Yo diría era una ilusión.
Quién es ella? Sigo insistiendo.
Ella se llama Petronila. Una de nuestras
antiguas tía- abuelas de uno de esos pueblos lejanos al fondo sobre la meseta.
Ella dirigía una tienda de ramos generales. Ella vendía allí bacalao seco, los
Biscuits en grandes cajas de lata, agujas y tijeras, hilos de todos los
colores, y ovillos de lana. Asimismo, ella exhibía suspendida debajo del techo
juguetes, donde la mayoría de los viajantes de comercio allí pasaban a veces,
en ese extremo de mundo, en el insoportable calor. Trompos de lata, rojos o
amarillos. Las imitaciones de violines.
- Cállate!
-
Tu bien sabes que nunca he dejado de callarme.
Yo moriré con mi secreto. La mano que esta por
debajo de las palabras me lleva sobre su noche, y tu no sabrás, amigos míos que
me reclamen esos sollozos, esos gritos, esas exclamaciones de espanto, de
dolor, que yo escuchaba en la noche en la casa vacía.
Del libro Perambulans in noctem.
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