sábado, 18 de agosto de 2018

                           



POEMAS PARA TRUPHEMUS- Yves Bonnefoy- Traducción Pablo Queralt



                                               LA SALA, EL JARDÍN



                                               I


Esta pieza cerrada.
Desde antes del tiempo. Los muebles, el sueño.
Se hablan en voz baja. La luz
tiende una mano a través de los cristales.
De un azul extinto, el vaso
sobre la mesa despierta.

Pintor, tu eres el único que teniendo recuerdos,
puede entrar hoy aquí.
Tu sabes quien ha ordenado en lo eterno,
el desorden de los trapos, recubriéndolos
de telas donde se desvanecen las imágenes.

Entra,
alienta el silencio que tu eres,
entra con este rojo vinoso, este ocre amarillo
este azul de otros años,
haz que ellos tomen de la mano la luz
que los guían! Ellos le muestran algunas flores
con oro de hojas secas.
Tiene en su dedo como su memoria este anillo.

Tu vas a permanecer allí, hasta esta noche.
Es más, pinta, que devuelva vida,
es dar existencia, así impalpable,
casi invisible, esta mano que en la oscuridad
toma la tuya.



                                                       II




Y habiendo vivido, allá
cuando tu vuelves a salir, que sea tu trabajo
mirar el cielo por encima de los árboles,
desde las hojas, verde oscuro. Desde este banco
en donde el color se mezcla,
y el azul oscuro acerca un poco de rosa.


Se trata de la vida y de la muerte.
Y de uno que venía, graciosamente,
a cierta hora de la noche para leer,
una hora, en este cómodo sillón, antes
que cese el derecho a no inquietarse
por el paso del tiempo.


Una hora, casi una hora. Es como si
cualquier cosa pueda ser un guante,
estaba caído de rodillas. Y sin
soñarlo para verlo, como si con una
mano, ella había buscado distraídamente,
en el fresco de la hierba.


Lo más cercano
lo más próximo. Lo más retirado 
en el pasado encantado el instante presente.
Esto se sabe en el color, donde nada cesa.



                                   III




Esa noche, la luz
anidó en el sueño y esa mañana
eso fue un mundo, y hacia la noche
lo mismo ese vestido atenuado con un poco de rosa,
esa mirada que le pide a un jardín
que todavía demore un poco al tiempo.


Pintura, sillón vacío, libro que quedó abierto.
Bajo las primeras gotas, amplias, calidas,
el color se ilumina. Ella recoge
es un guante, alguna cosa sobre la hierba crecida.


La hierba de tu jardín, pintor, mi amigo.
Ella también crece? Su verde inmenso
recubre el mundo del que tu huyes?
Si, pero, mira un animal ha dormido aquí,
la hierba esta aplastada, ha dejado un hueco
es como un signo, el signo es más
que lo que se fue, que la vida
que pasa, que la canción en la ruta
la tardanza de la noche.


Detectado el pincel en la sombra
de esta hierba da a conocer con nosotros
el ser simple de un signo:
este sueño, no, este oro,
haciendo de aquello que fue lo que quedó.






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