martes, 3 de septiembre de 2024

Esperando a Perec. Mario Melendez. Por Pablo Queralt.

 


Esperando a Perec. Mario Meléndez.  

 

Un visionario es aquel que se trata de igual a igual con la muerte y ve anacronismos en escenas que una mente no puede registrar, traza mapas de realidad cósmica que van más allá de los campos incorporales capaces de sostener lo visto en cada momento su saber instantáneo. Lo que hace vibrar en esa sucesión de cuadros que nos lleva en su movimiento pintado con la sangre de la oreja de Van Gogh, o el espejo donde esta el retrato de Pizarnik, es ese aullido o Marilyn dando de mamar, todo eso que fluye en este poemario de Meléndez, que dice esperar al escritor de todos los géneros el inclasificable, como una suma de la totalidad que abarca con una desterritorialización territorializando por encima del influjo de dos realidades paralelas que en un punto se confrontan. Rima tiempos y espacios configurando cuadros, plásticas, estéticas, un flujo con ritornelos receptáculos- esferas de un goce del pasaje. Como quien en un puente imaginario ve a Pessoa asesinar a sus heterónimos y tirarlos desde allí como plagio de su deseo, no solo el autor es visión sino visionario, prevé, intuye, siente por y con el otro, como un anima errante que vaga por esa niebla que lleva la memoria y no conviene olvidar. Como un guarda espalda de Dios, nos desliga del tiempo ordinario y nos liga a un tiempo distinto, puro a la manera de Blanchot, en escenas y cuadros que se estiran en el tiempo que constituye el libro y el fuera de él, en ese imaginario que lo sobrevuela. Diríase que es una obra conclusa- inconclusa, una vocación, que no cierra el libro ya que lanza sentidos, expansores, estimulantes de la creatividad, son pequeñas semillas en el sensorio. Que por lo contrario abre, ilumina al ver a Dios llevarse los juguetes, al enterrar la infancia en el sueño que le cuenta la muerte. Allí en el jardín de las delicias donde la muerte hace el kamasutra con Dios. El poeta es el voyerista que vio a quien el traje le quedaba estrecho, la gracia de una abeja quinceañera, al escritor tocar la trompeta bajo la lluvia, imitaba a Charlie Parker, el Cronopio que lo sigue más allá. Un libro que va constituyendo página a página una entidad colectiva, una máquina y flujo. Polifónica y rizomática va, efusión con pertenencia al yo y apego al clan a la manera Guattari. Y resulta que Picasso era el pintor de estos cuadros pintando su caballo de eternidad,  y Sinatra el que canta o sueña interpretar sus grandes éxitos arriba de un tiranosaurio rex pero el poeta le dio de beber su palabra y se fue a grabar un dueto con una sirena, era la máquina del tiempo, la metamorfosis. Una instancia de transferencias del yo y de universos, recorte de mundo que abren y cierran campos de lo posible, mutaciones máquinicas. Una  forma de robar los juguetes de los niños muertos que tiene Dios, lo esencial, el alma de las palabras un ritmo para captar puntos de singularidad, algo se revela en estos poemas y es eso la ruptura de sentido, materia prima para irrumpir en la escena intima para vivir esas instancias, campos imaginativos en sus distintos umbrales de intensidad. Es un tren infinito sobre rieles, que va acomodando el rostro a los juguetes que vemos, como una gran colección, nos deslizamos por esa corriente de niños jugando, una película, una realidad que jamás será la misma. Son las mariposas mismas saliendo del cementerio que cambian la velocidad del viento, desnudas ellas como Dios las mando al mundo, un mundo en los huesos de Dios, ese que se cree Maradona, pasando a toda velocidad un desierto de sal buscando la tierra prometida entre maullidos de gatos, estrellas que añoraban el corazón y una canción de los sex Pistols por el espejo retrovisor. Y vi a un gato negro lamiéndose las heridas decía la muerte se quita la edad. Un libro para pastar.

La infancia, una niñez que cruza el rio que no es dos veces el mismo, Dios, tumbas, mariposas, moscas, un viento cuya velocidad sanguínea marca el pulso de estos hermosos poemas que nos indagan, un charlar de igual con la muerte y sus muertos como un tráiler de vidas pasadas. 



                    Mario Meléndez (Linares, Chile, 1971). Estudió Periodismo y Comunicación Social.

Entre sus libros figuran: Vuelo subterráneo, El circo de papel, La muerte tiene los días contados, Esperando a PerecJardín de escombrosEl mago de la soledad y Apuntes para una leyenda.

Parte de su obra se encuentra traducida a 15 idiomas que incluyen italiano, inglés, francés, portugués, holandés, alemán, rumano, búlgaro, persa, catalán, macedonio, armenio, griego, árabe y croata.

Durante varios años vivió en Ciudad de México, donde dirigió la serie Poetas Latinoamericanos en Laberinto ediciones y realizó antologías sobre la poesía chilena y latinoamericana.

A comienzos del 2012 fija su residencia en Italia. En 2013 recibe la medalla del Presidente de la República Italiana, concedida por la Fundación Internacional don Luigi di Liegro. Durante el periodo 2014-2016 dirige dos colecciones de poesía latinoamericana para Raffaelli editore, de Rímini.

Una selección de su obra apareció en la prestigiosa revista Poesia de Nicola Crocetti. Al inicio de 2015 es incluido en la antología El canon abierto. Última poesía en español (Visor, España). En 2017 algunos de sus poemas aparecen traducidos al inglés en la mítica revista Poetry Magazine de Chicago.

En 2018 regresa a Chile para asumir como editor general de la fundación Vicente Huidobro.

En 2022, RIL editores publica Apuntes para una leyenda (Poesía reunida, 644 páginas) y Réquiem para frutas suicidas (Poesía casi selecta, 346 páginas).

Es considerado una de las voces más originales de la nueva poesía latinoamericana.

 

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“La poesía de Mario Meléndez es una rara flor de exquisito perfume en el bosque insondable de la poesía hispanoamericana actual, sus procedimientos literarios alumbran con originalidad profunda las fulgurantes e inesperadas audacias de estilo que otorgan unidad y pertinencia a su discurso poético. Quien penetre en su universo creativo será imantado por la fuerza de las imágenes plásticas y por la melódica sonoridad de su idioma musical y figurativo. Su escritura es el testimonio de una vida dedicada enteramente a la poesía, el retrato del alma contemporánea en el río de nuestra lengua”. (Mario Bojórquez. Poeta, ensayista y traductor mexicano).

 

 

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