3
La Sra Farborough entró en la casa de su hermano,
dejando a su marido a poca distancia de ella
-era el mejor hombre del vecindario por su fuerza-
y sin hablar con nadie
agarró una taza de lata.
Su cuñada dijo que parecía que tenía mucha autoridad
allí.
La señora Farborough respondió que tomó lo suficiente para
conseguir sus cosas
y también tomaría su tetera.
La señora Eller le dijo que se los llevará y saliera de la casa y
se mantuviera afuera.
La Sra Farborough salió
pero pronto regresó con una piedra
–tan grande como su puño-
que ella sostenía debajo del delantal
y se sentó.
Comentando que tenía la intención de quedarse un tiempo solo
por agraviarlo.
Farborough luego se acercó a la casa con una piedra en cada
mano, y, cuando estaba cerca de él se sentó en un tronco.
Después de un momento o dos,
él saltó a la casa,
con las piedras aún en su mano.
Ante esto su mujer arrojó la piedra que sostenía
bajo su delantal, a su cuñada:
falló y golpeó el costado de la casa cerca de su cabeza.
Las mujeres se sujetaron y cayeron al suelo, la Sra Farborough
encima, golpeando a la Sra Eller en la cara con su puño.
Eller se acercó a
Farborough y dijo:
“hermano
Martin,
saca a tu esposa de aquí,
y yo me ocuparé
del mío.
No nos
preocupemos!”
Y se adelanto,
para separar a las mujeres,
todavía luchando.
Farborough lo
empujó hacia atrás:
“Dios te maldiga, retrocede
¡o mataré al
último maldito de ustedes!
Y levantó su mano
derecha
sosteniendo la
piedra.
Se volvió para mirar a las
mujeres,
y Eller le disparó por la espalda con una pistola,
justo donde se entrecruzaban sus tirantes.
4
Él y su esposa eran miembros de una sociedad
conocidos como caballeros y damas de honor.
La vida de cada miembro estaba asegurada en dos mil dólares
para ir al viudo o a la viuda.
Tuvo que pedir prestado para pagar sus deudas
y acababa de ser derrotado como mariscal de la ciudad;
y ahora su esposa estaba enferma.
El caballero de honor fue visto en un salón con un negro
que solía trabajar para él.
Luego se vio a los dos entrando en un callejón.
Aquí le dio un cuarto al negro
y le pidió que fuera a la droguería
y que comprará una pequeña botella de estricnina.
Si el boticario la preguntaba porque lo quería
iba a decir que lo quería para matar unos lobos en una granja.
El negro le preguntó para que lo quería realmente
y dijo que envenenaría realmente a unos perros pertenecientes
a un vecino donde trabajaba una niña
que él quería visitar a la noche.
El negro compró la botella
y le dijo al negro que si lo interrogaban
debía decir que se lo puso en el bolsillo de su abrigo
y dejo colgado el abrigo en un salón
y alguien le saco la botella del bolsillo.
Cuando su esposa le pidió la quinina
que ella usaba como medicina,
se fue a la repisa de la chimenea
donde había colocado un paquete de quinina
comprado el día anterior
y vertió un poco de estricnina en una cucharada
de café frío.
Ella pensó que el polvo tenía un aspecto peculiar
y trató de disolverlo revolviéndolo con su dedo.
Le aseguró que era quinina que compró
donde siempre la había comprado;
y ella lo bebió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario