martes, 10 de mayo de 2022

Anne Sexton. Por Pablo Queralt.

 La fuerza que hace brillar el abecedario. Anne Sexton.

 


La poesía de Anne Sexton tiene la fuerza que hace brillar el abecedario igual que el oleaje al romper contra la costa, la plenitud cuando un hombre penetra en una mujer. Uno no puede separarse del texto que trepa y aparece en el que lee con su algo visceral. Como un grito de cada día, en una intensidad de psicoanalista, esa bandera que surge sola como su mal y su manzana. Como la muerte correcta esta escrita ella escribe, su necesidad que se tragó a ese hombre al que recorrìó con su dedo índice, montada en el centro de su emoción vuelca su poesía y le pone un cerrojo a la sangre. Lava su corazón con palabras que la amasan y se eleva como pan, en el día de las caderas estrechas y senos turgentes, mira al que reparte pirulíes en los semáforos, el que la ha armado en gloria y moldeado en la maravilla del cemento y alzó diez edificios mientras se movía en la cama y hasta levantó un aeropuerto. En ese vuelo apaga la luz y enciende su poesía destellante, como una sola respiración un amo que la enciende, como un teléfono a la espera son sus versos, todo lo que el cuerpo necesita para la afirmación exacta para orbitar. Palabras como un aborto espontáneo salen de su estilográfica, palabras silbadas en el aire en el silencio que permanece y regresa cada día como una conmoción que su necesidad se tragó como alimento. Amarla cuando se quita los zapatos es amar sus largas piernas morenas, tan buenas como cucarachas, esa mujer está llamando a sus secretos, sus pequeñas casas, pequeñas lenguas que le hablan. Todo es corporal en su poesía, carnal, territorial, campo del sentimiento, de la pasión, que habla la lengua de la tierra. Como una mujer inmoderada en el balancín del dolor, como una sacerdotisa hasta el final de su paga hasta el extraño parto que se la lleva.

Su sangre que zumba como avispero en sus poemas hacen la sinfonía sexy ella que dejó colgada a cientos de personas sin pareja, ella su propia reina y su propio rey mientras el mar la aplaude en su extraño destino que con un ojo ve alejarse la bicicleta del mundo. Y asi va en sus versos como quién agarra un vestido de saldo en un estante, encontrando su poema, ese es su encuentro la que sabe que el final del asunto es la muerte por todo eso  el cuerpo necesita que la dejen cantar para la cena, para el beso. Mirando por la ventanilla del tren estudia el tejido cardiovascular y sabe que cada célula tiene una vida. Habla el lenguaje de los suicidas que  al igual que los carpinteros nunca preguntan por qué construir; grave y pensativa no tiene nada contra la vida, ha poseído al enemigo, se ha comido al enemigo, acepta su destreza y en ese equilibrio que encuentran los suicidas como una luna inflada como un pan que confunden con un beso. Atraviesa el secreto atractivo que es la vida, en ese entredicho que es la muerte. Encuentra aquello que fue borrado antes de ser escrito, en un tiempo sin presente como un retorno que repite en el afán por lo que jamás fue escrito en un pasado por venir. Un movimiento que pone en orden cosas que se caotizan en su existencia en esa alteridad que esta en su raíz de mundo.     

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