La fuerza que hace brillar el abecedario. Anne Sexton.
La poesía de Anne Sexton tiene la fuerza que hace brillar el abecedario
igual que el oleaje al romper contra la costa, la plenitud cuando un hombre
penetra en una mujer. Uno no puede separarse del texto que trepa y aparece en
el que lee con su algo visceral. Como un grito de cada día, en una intensidad
de psicoanalista, esa bandera que surge sola como su mal y su manzana. Como la
muerte correcta esta escrita ella escribe, su necesidad que se tragó a ese
hombre al que recorrìó con su dedo índice, montada en el centro de su emoción
vuelca su poesía y le pone un cerrojo a la sangre. Lava su corazón con palabras
que la amasan y se eleva como pan, en el día de las caderas estrechas y senos
turgentes, mira al que reparte pirulíes en los semáforos, el que la ha armado
en gloria y moldeado en la maravilla del cemento y alzó diez edificios mientras
se movía en la cama y hasta levantó un aeropuerto. En ese vuelo apaga la luz y
enciende su poesía destellante, como una sola respiración un amo que la
enciende, como un teléfono a la espera son sus versos, todo lo que el cuerpo
necesita para la afirmación exacta para orbitar. Palabras como un aborto
espontáneo salen de su estilográfica, palabras silbadas en el aire en el
silencio que permanece y regresa cada día como una conmoción que su necesidad
se tragó como alimento. Amarla cuando se quita los zapatos es amar sus largas
piernas morenas, tan buenas como cucarachas, esa mujer está llamando a sus
secretos, sus pequeñas casas, pequeñas lenguas que le hablan. Todo es corporal
en su poesía, carnal, territorial, campo del sentimiento, de la pasión, que
habla la lengua de la tierra. Como una mujer inmoderada en el balancín del
dolor, como una sacerdotisa hasta el final de su paga hasta el extraño parto
que se la lleva.
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