viernes, 29 de abril de 2022

Manoel de Barros. Por Pablo Queralt.



 

Un espacio amplio, abierto, campo estelar donde se sucede la infancia con sus gestos, intenciones, anécdotas, hechos que la mente hace presente a golpes de voces, olores, luminosidades de lugares donde se estuvo y algo quedó de lo que se fue en un tiempo que pasò y nos hizo aprender en su idioma. Todo es luminosidad, como la marca con su fecha cuando naciò el poeta como un tic en la convicción de la infancia que determina un futuro. Como los àrboles que colaboraban con su soledad, el rìo, la naturaleza incorporada que no puede borrar ningún sermón ni 50 lìneas memorizadas. A cambio de escuchar el silencio de las fuentes de la tierra, ese privilegio de pertenecer, lavar la piedra, contemplar los pajaritos que tienen el don de la poesía, ser ahì. Ahì se juega el partido a la orilla del rìo, algunos llegaban en canoas, en ese pastizal jugaban los hijos de las lavanderas hasta caer la noche o el cansancio entre los camalotes y las pirañas, asì se va haciendo el hombre. Todo lo tiene dentro del ojo y lo cuenta en versos de estrofa a estrofa en esa lata que era el navío, de travesura en travesura en esa comunión con las cosas: piedra- lagarto, rama-saltamonte, rocìo- araña, todo cumple su función en el juego de poetizar y rememorar, sus raíces infantiles que oscuras iluminan, una visión oblicua de haber sido un chico en una transfusión con el todo, el universo, la naturaleza la alegría de estar vivo y celebrarlo en palabras que levantan esa esencia, una bruma que hace volar al alma que aprendiò que la imaginación es màs importante que saber. Sobre todas estas cosas medita su escritura espontanea pero sin dejar de ser profunda y reflexiva, una manera de enseñanza. En la posibilidad de que las palabras en serie pertenecen a esa naturaleza de las cosas con su lenguaje propio que narra un trànsito por una época, un lugar que hizo mella en nuestro ser ahì.  En esas huellas en la ausencia de tiempo que siempre se están escribiendo, algo eterno que quedó en nosotros para siempre. El “ya siempre”, el simultaneo de los tiempos. Es una polifonía del ayer que esta aquí con sus señas y sabores que rizomiza esta realidad presente y desactiva la mentira del ideal, aunando los compases interiores en tiempo y espacio territorializados por lo neutro, lo que siempre es. Es una luminosidad sobre otra, las esferas de la interioridad con las esferas de la exterioridad, ahì la existencia, la tierra natal cósmica. Ese es su arte llevarnos a regiones no regidas por el tiempo y el espacio. Nuevas líneas de sentidos que se enlazan y se prolongan fuera de ese mundo que se asfixia en el borde donde se escribe lo que parece haber desaparecido y es el no ausente. El que distingue los silencios, el que conoce del sol apoyado sobre una bandada de gorriones, el sendero de cabras que lo lleva al puerto de pescadores, todavía no desaparece el rocìo de las piedras y ya capta el secreto de las cosas, su sabiduría es su sueño “perfeccionar lo que no sè”.El que sigue queriendo atrapar la cola del viento para ver la ingeniería de Dios, o ver la tarde corriendo atrás de un perro.   


Memorias inventadas. Manoel de Barros. Traducciòn Jose Ioskyn-       

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