Campo de siervos 1703
Antes del amanecer el ministro se despertó
por el sonido de las hachas
rompiendo puertas y ventanas.
Corrió hacia la puerta:
una veintena de indios con la cara pintada
estaban entrando en la casa
clamorosos.
Tres indios se apoderaron de él,
y lo ataron mientras estaba de pie con su
pijamas,
y comenzaron a disparar a la casa entrando
en cada habitación.
Mientras yacía, atado e indefenso pensó en
su esposa
y niños-su esposa
había dado a luz solo unos días antes-
y recordó el pasaje de Isaías
“Iré a las puertas de la tumba
privado del resto de mis años”.
Los indios se habían llevado a dos de sus hijos a la
puerta
y los mataron
asi como a la mujer negra
que ayudó a cuidarlos;
manteniéndolo atado con la cuerda alrededor de un
brazo
lo dejaron ponerse la ropa con el otro
y dejar que su esposa se vista también,
así como sus hijos que habían quedado vivos.
Cuando el sol estaba a una hora alta
todos fueron sacados de la casa
para el viaje de trescientas millas a Quebec
nieve hasta las rodillas.
Muchas de las casas ahora estaban en llamas;
y al salir del pueblo vio su casa y su granero en
llamas.
Al principio, al ministro no se le permitió hablar con
ninguno
de sus compañeros cautivos
mientras marchaban,
pero al segundo día tenía a otro indio para vigilarlo
y se le permitió hablar con su esposa cuando la alcanzó
y podría caminar con ella y ayudarla.
Ella le dijo que estaba perdiendo fuerzas
y que debían esperar para partir
y que esperaba que Dios lo mantuviera vivo
y a sus hijos todavía entre los vivos-
pero ni una palabra de queja
diciendo que era la voluntad de Dios.
Cuando llegaron a un pequeño río
los cautivos tuvieron que vadearlo
con el agua hasta las rodillas
en la corriente veloz.
Después tuvieron que subir una colina,
casi una montaña,
y la fuerza del ministro casi se había agotado
cuando llegó a la parte superior
pero no se le permitió sentarse
incluso sin carga de su mochila.
Le rogó al indio a cargo de él dejarlo bajar
y ayudar a su esposa
pero el hombre no se lo permitió;
y preguntó a cada uno de los cautivos al pasar sobre
ella:
y escuchó al fin que al atravesar el río ella se cayó
y se zambulló de cabeza al agua
y después de eso al pie de la colina
el indio que la mantuvo cautiva
la mató
con un golpe de su hacha
y dejó el cuerpo como carne
para las aves y las bestias.
Depression
So proudly she came into the subway car
all who were not reading their newspapers
saw
the head high and the slow tread—
coat wrinkled and her belongings in a
paper bag,
face unwashed and the grey hair uncombed;
simple soul, who so early in the morning
when only the
poorest go to work,
stood up in the subway and outshouting the
noise:
“Excuse me, ladies and gentlemen, I have a
baby at home who
is sick,
and I have no money, no job;” who did not
have box or cap
to take coins—
only his hands,
and, seeing only faces turned away,
did not even go down the aisle as beggars
do;
the fire had burnt through the floor:
machines and merchandise had fallen into
the great hole, this zero that had sucked
away so many years
and now, seen at last, the shop itself;
the ceiling sloped until it almost touched
the floor—
a strange curve
in the lines and oblongs of his life;
drops were falling
from the naked beams of the floor above,
from the soaked plaster, still the
ceiling;
drops of dirty water were falling
on his clothes and hat and on his hands;
the thoughts of business
gathered in his bosom like black water
in footsteps through a swamp;
waiting for a job, she studied the dusty
table at which she sat
and the floor which had been badly swept—
the office-boy had left the corners dirty;
a mouse ran in and out under the radiator
and she drew her feet away
and her skirt about her legs, but the
mouse went in and out
about its business; and she sat waiting
for a job
in an unfriendly world of men and mice;
walking along the drive by twos and
threes,
talking about jobs,
jobs they might get and jobs they had had,
never turning to look at the trees or the
river
glistening in the sunlight or the
automobiles
that went swiftly past them—
in twos and threes talking about jobs;
in the drizzle
four in a row
close to the curb
that passers-by might pass,
the squads stand
waiting for soup,
a slice of bread
and shelter—
grimy clothes
their uniform;
on a stoop
stiffly across the steps
a man
who has fainted;
each in that battalion
eyes him,
but does not move from his place,
well drilled in want.
Depresión
Tan orgullosa ella entró en el vagón del metro
todos los que no estaban leyendo sus periódicos vieron
la cabeza en alto y el paso lento-
abrigo arrugado y sus pertenencias en una bolsa de papel, rostro
sin lavar y el cabello gris despeinado;
alma simple, que tan temprano en la mañana,
cuando los pobres van a trabajar
se paró en el metro
y gritó más que el ruido
“Disculpen,
señoras y señores, tengo un niño
en casa que esta enfermo,
y no tengo dinero, no tengo trabajo”, que no tenía
ni caja ni gorra para tomar las monedas-
solo sus manos,
y al ver solo caras apartadas
ni siquiera recorrió el pasillo como hacen los mendigos;
el fuego había quemado el suelo:
maquinas y mercancías habían caído en el gran hoyo
este cero que había chupado tantos años
y ahora, visto por fin, la tienda misma,
el techo se inclinaba casi hasta tocar el suelo
una curva extraña
en las líneas y rectángulos de su vida;
las gotas estaban cayendo
de las vigas desnudas del piso de arriba,
del yeso empapado todavía el techo;
caían gotas de agua sucia
en su ropa, sombrero y en sus manos;
los pensamientos de negocios
reunidos en su seno como agua negra
siguiendo pasos a través de un pantano;
esperando un trabajo, estudió la mesa polvorienta
en la que estaba sentada
y el polvo del suelo que había sido mal barrido
el oficinista había dejado las esquinas sucias;
un ratón entraba y salía bajo el radiador
y ella apartó los pies
y su falda alrededor de sus piernas, pero el ratón
entraba y salía,
sobre su negocio, y ella se sentó esperando un trabajo
en un mundo hostil de hombres y ratones;
caminando por el camino, de a dos, de a tres,
hablando de trabajos,
trabajos que podrían conseguir
y trabajos que habían tenido,
sin volverse nunca para mirar los
árboles o el río
brillando a la luz del sol o los automóviles
que pasaron rápidamente a su lado,
en grupos de dos y de tres hablando de trabajos;
en la llovizna
cuatro en fila
cerca de la acera
para que pasen los transeúntes
los escuadrones se paran
esperando sopa,
una rodaja de pan
y refugio
ropa sucia
su uniforme
en una escalinata
rígidamente a través de los escalones
un hombre
quién se ha desmayado;
cada uno
en ese batallón lo mira
pero no se mueve de su lugar,
bien perforado en la necesidad.
A Deserter
Their new landlord was a handsome man. On
his rounds to
collect rent she became
friendly.
Finally, she asked him in to have a cup of
tea. After that he
came often.
Once his mouth jerked, and turning, she saw
her husband in
the doorway.
She thought, One of the neighbors must
have told him.
She smiled and opened her mouth to speak,
but could say
nothing.
Her husband stood looking at the floor. He
turned and went
away.
She lay awake all night waiting for him.
In the morning she went to his store. It
was closed.
She sent for his brothers and told them he
had not been home.
They went to the
police. Hospitals and morgues were
searched. For weeks
they were called to identify drowned
men.
His business had been prosperous; bank
account and all were
untouched. She and
their baby girl were provided for.
In a few years they heard of him. He was
dead.
He had been making a poor living in a far
off city. One day he
stepped in front of a
street-car and was killed.
She married again. Her daughter married
and had children.
She named none after
her father.
Un Desierto
Su nuevo propietario era un hombre guapo. En sus rondas a cobrar
el alquiler ella se hizo amigable.
Finalmente, le pidió que pasará a tomar una taza de té. Después de
eso
él vino a menudo.
Una vez que su boca se sacudió, y volviéndose vio a su marido
en la puerta.
Ella pensó: uno de los vecinos debe habérselo dicho.
Ella sonrió y abrió la boca para hablar, pero no pudo
decir nada.
Su marido se quedó mirando al suelo. Se dio la vuelta
y se fue lejos.
Ella estuvo despierta toda la noche esperándolo. Por la mañana fue
a su tienda. Estaba cerrada.
Ella envió a buscar a sus hermanos y les dijo que no había estado
en casa.
Fueron a la policía. Buscaron en los hospitales y las morgues.
Durante semanas fueron llamados para identificar a los ahogados
hombres.
Su negocio había sido próspero. Su cuenta bancaria y todo estaba
intacto.
Ella y su bebé fueron provistas.
En unos años oyeron de él. Había muerto.
Se ganaba la vida probablemente en una ciudad lejana. Un día él se
paró frente a un tranvía y lo mató.
Ella se volvió a casar. Su hija se casó y tuvo hijos. A ninguno le
puso el nombre de su padre.
Domestic Scenes
1
It was nearly daylight when she gave birth
to the child,
lying on a quilt
he had doubled up for her.
He put the child on his left arm
and took it out of the room,
and she could hear the splashing water.
When he came back
she asked him where the child was.
He replied: “Out there—in the water.”
He punched up the fire
and returned with an armload of wood
and the child,
and put the dead child into the fire.
She said: “O John, don't!”
He did not reply
but turned to her and smiled.
2
Late at night, their sow rooted open the
door of their cabin,
and husband and wife
quarreled over driving her out.
His wife knocked him down with an iron
shovel.
He started for his breeches and said,
“If I had my knife, I'd cut your throat,”
and she ran out the door.
He shut the door after her
and propped it closed with a stick of
wood.
When she was found, she was lying on her
face,
frozen to death. The weather extremely
cold
and where she lay
the snow was about eighteen inches deep.
When she left the cabin, she was barefoot
and had very little clothing. The way she
took
led through briers
and there were drops of blood on the snow—
where the briers had torn her legs from
the knees down—
and bits of clothing that had been torn
off;
at one place
she had struck her ankle against the end
of a log
and it bled freely.
3
Mrs. Farborough went into her brother's
house,
leaving her husband a short distance from
it—
he was the best man of the neighborhood
for strength—
and, without speaking to anyone,
seized a tin cup.
Her sister-in-law said it seemed as if she
took a good deal of authority there.
Mrs. Farborough replied she took enough to
get her things,
and would also take her teakettle.
Mrs. Eller told her to take them
and get out of the house
and stay out.
Mrs. Farborough did go out
but soon returned with a stone—
as large as her fist—
which she held under her apron,
and sat down,
remarking that she intended to stay a
while
just for aggravation.
Farborough then approached the house with
a stone in each hand
and, when near it, sat on a log.
After a moment or two,
he sprang into the house,
the stones still in his hands.
At this, his wife threw the stone she held
under her apron
at her sister-in-law:
missed and struck the side of the house
near her head.
The women clinched and fell to the floor,
Mrs. Farborough on top,
hitting Mrs. Eller in the face with her
fist.
Eller went up to Farborough and said:
“Brother Martin,
take your wife out of here,
and I will take care of mine.
Let us have no fuss!”
And he started forward to part the women,
still fighting.
Farnborough pushed him back:
“God damn you, stand back,
or I will kill the last Goddamn one of
you!”
and lifted his right hand,
holding the stone.
He turned to look at the women,
and Eller shot him in the back with a
pistol,
just where his suspenders crossed.
4
He and his wife were members of a society
known as Knights and Ladies of Honor.
The life of each member was insured for
two thousand dollars—
to go to widow or widower.
He had to borrow money to pay his dues
and had just been defeated for town
marshal;
and now his wife was sick.
The Knight of Honor was seen in a saloon
with a Negro
who used to work for him;
then the two were seen going into an
alley.
Here he gave the Negro a quarter
and asked him to go to the drugstore
and buy a small bottle of strychnine.
If the druggist asked the Negro why he
wanted it,
he was to say to kill wolves on a farm.
The Negro asked him what he really wanted
it for
and he said to poison the dogs
belonging to a neighbor where a girl was
working
whom he wanted to visit at night.
The Negro bought him the bottle,
and he told the Negro that if questioned
about it
he must say that he put it in the pocket
of his overcoat
and left the coat hanging in a saloon,
and that the bottle was taken from his
pocket
by someone.
When his wife asked for the quinine
she used as a medicine,
he went to the mantelpiece
where he had placed a package of quinine
bought the day before
and poured some of the strychnine into a
spoonful of cold coffee.
She thought the powder had a peculiar
look,
and tried to dissolve it
by stirring it with her finger.
He assured her it was quinine
bought where he had always bought
it;
and she drank it.
Escenas domésticas
1
Era casi de día cuando dio a luz al niño,
acostada en una colcha
que él le había doblado para ella.
Puso al niño en su brazo izquierdo
y lo sacó de la habitación
y ella podía oír el agua salpicando.
Cuando regresó
ella le preguntó donde estaba el niño.
Él le respondió: allí afuera, en el agua.
Le dio un puñetazo al fuego
y regresó con un brazo de madera,
y el niño,
y echó al niño muerto al fuego
ella dijo “¡oh
John no lo hagas!”
él no respondió
pero se volvió hacia ella y sonrió.
2
A altas horas de la noche, su cerda arrancó la puerta de la cabaña
y marido y mujer
se peleo por expulsarla.
Su esposa lo derribó con una pala de hierro.
Comenzó a buscar sus pantalones y dijo:
“Si
tuviera mi cuchillo, te cortaría la garganta”
y salió corriendo
por la puerta.
Cerró la puerta
tras ella
y la cerró con un
palo de madera.
Cuando la encontraron, estaba acostada boca abajo,
congelada hasta la muerte. El
clima extremadamente frío
y donde ella yacía
la nieve tenía unos
Cuando ella salió de la casa estaba descalza
y tenía muy poca ropa. La
forma en que ella tomó
conducida a través de los abrojos
y había gotas de sangre sobre la nieve- donde las zarzas le habían
desgarrado las piernas de las rodillas hacia abajo-
y trozos de ropa que habían sido arrancados;
en algún lugar ella se había golpeado el tobillo contra la punta
de un tronco y sangraba abundantemente.
3
La Sra Farborough entró en la casa de su hermano,
dejando a su marido a poca distancia de ella
-era el mejor hombre del vecindario por su fuerza-
y sin hablar con nadie
agarró una taza de lata.
Su cuñada dijo que parecía que tenía mucha autoridad
allí.
La señora Farborough respondió que tomó lo suficiente para
conseguir sus cosas
y también tomaría su tetera.
La señora Eller le dijo que se los llevará y saliera de la casa y
se mantuviera afuera.
La Sra Farborough salió
pero pronto regresó con una piedra
–tan grande como su puño-
que ella sostenía debajo del delantal
y se sentó.
Comentando que tenía la intención de quedarse un tiempo solo
por agraviarlo.
Farborough luego se acercó a la casa con una piedra en cada
mano, y, cuando estaba cerca de él se sentó en un tronco.
Después de un momento o dos,
él saltó a la casa,
con las piedras aún en su mano.
Ante esto su mujer arrojó la piedra que sostenía
bajo su delantal, a su cuñada:
falló y golpeó el costado de la casa cerca de su cabeza.
Las mujeres se sujetaron y cayeron al suelo, la Sra Farborough
encima, golpeando a la Sra Eller en la cara con su puño.
Eller se acercó a
Farborough y dijo:
“hermano
Martin,
saca a tu esposa de aquí,
y yo me ocuparé
del mío.
No nos
preocupemos!”
Y se adelanto,
para separar a las mujeres,
todavía luchando.
Farborough lo
empujó hacia atrás:
“Dios te maldiga, retrocede
¡o mataré al
último maldito de ustedes!
Y levantó su mano
derecha
sosteniendo la
piedra.
Se volvió para mirar a las
mujeres,
y Eller le disparó por la espalda con una pistola,
justo donde se entrecruzaban sus tirantes.
4
Él y su esposa eran miembros de una sociedad
conocidos como caballeros y damas de honor.
La vida de cada miembro estaba asegurada en dos mil dólares
para ir al viudo o a la viuda.
Tuvo que pedir prestado para pagar sus deudas
y acababa de ser derrotado como mariscal de la ciudad;
y ahora su esposa estaba enferma.
El caballero de honor fue visto en un salón con un negro
que solía trabajar para él.
Luego se vio a los dos entrando en un callejón.
Aquí le dio un cuarto al negro
y le pidió que fuera a la droguería
y que comprará una pequeña botella de estricnina.
Si el boticario la preguntaba porque lo quería
iba a decir que lo quería para matar unos lobos en una granja.
El negro le preguntó para que lo quería realmente
y dijo que envenenaría realmente a unos perros pertenecientes
a un vecino donde trabajaba una niña
que él quería visitar a la noche.
El negro compró la botella
y le dijo al negro que si lo interrogaban
debía decir que se lo puso en el bolsillo de su abrigo
y dejo colgado el abrigo en un salón
y alguien le saco la botella del bolsillo.
Cuando su esposa le pidió la quinina
que ella usaba como medicina,
se fue a la repisa de la chimenea
donde había colocado un paquete de quinina
comprado el día anterior
y vertió un poco de estricnina en una cucharada
de café frío.
Ella pensó que el polvo tenía un aspecto peculiar
y trató de disolverlo revolviéndolo con su dedo.
Le aseguró que era quinina que compró
donde siempre la había comprado;
y ella lo bebió.
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