domingo, 5 de marzo de 2023

4 poemas de Charles Reznikoff. Traduccion Pablo Queralt.

 


Campo de siervos 1703

 

Antes del amanecer el ministro se despertó 

por el sonido de las hachas

rompiendo puertas y ventanas.

Corrió hacia la puerta:

una veintena de indios con la cara pintada

estaban entrando en la casa

clamorosos.

 

Tres indios se apoderaron de él,

y lo ataron mientras estaba de pie con su pijamas,

y comenzaron a disparar a la casa entrando en cada habitación.

Mientras yacía, atado e indefenso pensó en su esposa

y niños-su esposa

había dado a luz solo unos días antes-  

y recordó el pasaje de Isaías

Iré a las puertas de la tumba

privado del resto de mis años”.

 

Los indios se habían llevado a dos de sus hijos a la puerta

y los mataron

asi como a la mujer negra

que ayudó a cuidarlos;

manteniéndolo atado con la cuerda alrededor de un brazo

lo dejaron ponerse la ropa con el otro  

y dejar que su esposa se vista también,  

así como sus hijos que habían quedado vivos.

 

 

Cuando el sol estaba a una hora alta

todos fueron sacados de la casa

para el viaje de trescientas millas a Quebec

nieve hasta las rodillas.

Muchas de las casas ahora estaban en llamas;

y al salir del pueblo vio su casa y su granero en llamas.

 

Al principio, al ministro no se le permitió hablar con ninguno

de sus compañeros cautivos 

mientras marchaban,

pero al segundo día tenía a otro indio para vigilarlo

y se le permitió hablar con su esposa cuando la alcanzó

y podría caminar con ella y ayudarla.

Ella le dijo que estaba perdiendo fuerzas

y que debían esperar para partir

y que esperaba que Dios lo mantuviera vivo

y a sus hijos todavía entre los vivos-

pero ni una palabra de queja

diciendo que era la voluntad de Dios.

 

 

 

Cuando llegaron a un pequeño río

los cautivos tuvieron que vadearlo

con el agua hasta las rodillas

en la corriente veloz.

Después tuvieron que subir una colina,

casi una montaña,

y la fuerza del ministro casi se había agotado

cuando llegó a la parte superior

pero no se le permitió sentarse

incluso sin carga de su mochila.

 

 

Le rogó al indio a cargo de él dejarlo bajar

y ayudar a su esposa

pero el hombre no se lo permitió;

y preguntó a cada uno de los cautivos al pasar sobre ella:

y escuchó al fin que al atravesar el río ella se cayó

y se zambulló de cabeza al agua

y después de eso al pie de la colina

el indio que la mantuvo cautiva

la mató

con un golpe de su hacha

y dejó el cuerpo como carne

para las aves y las bestias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Depression

BY CHARLES REZNIKOFF

So proudly she came into the subway car

all who were not reading their newspapers saw

the head high and the slow tread—

coat wrinkled and her belongings in a paper bag,

face unwashed and the grey hair uncombed;

 

simple soul, who so early in the morning when only the

    poorest go to work,

stood up in the subway and outshouting the noise:

“Excuse me, ladies and gentlemen, I have a baby at home who

    is sick,

and I have no money, no job;” who did not have box or cap

    to take coins—

only his hands,

and, seeing only faces turned away,

did not even go down the aisle as beggars do;

 

the fire had burnt through the floor:

machines and merchandise had fallen into

the great hole, this zero that had sucked away so many years

and now, seen at last, the shop itself;

the ceiling sloped until it almost touched the floor—

    a strange curve

in the lines and oblongs of his life;

drops were falling

from the naked beams of the floor above,

from the soaked plaster, still the ceiling;

drops of dirty water were falling

on his clothes and hat and on his hands;

the thoughts of business

gathered in his bosom like black water

in footsteps through a swamp;

 

waiting for a job, she studied the dusty table at which she sat

and the floor which had been badly swept—

the office-boy had left the corners dirty;

a mouse ran in and out under the radiator

and she drew her feet away

and her skirt about her legs, but the mouse went in and out

about its business; and she sat waiting for a job

in an unfriendly world of men and mice;

 

walking along the drive by twos and threes,

talking about jobs,

jobs they might get and jobs they had had,

never turning to look at the trees or the river

glistening in the sunlight or the automobiles

that went swiftly past them—

in twos and threes talking about jobs;

 

in the drizzle

four in a row

close to the curb

that passers-by might pass,

the squads stand

waiting for soup,

a slice of bread

and shelter—

grimy clothes

their uniform;

on a stoop

stiffly across the steps

a man

who has fainted;

each in that battalion

eyes him,

but does not move from his place,

well drilled in want.

 


 

Depresión

 

Tan orgullosa ella entró en el vagón del metro

todos los que no estaban leyendo sus periódicos vieron

la cabeza en alto y el paso lento-

abrigo arrugado y sus pertenencias en una bolsa de papel, rostro sin lavar y el cabello gris despeinado;

 

 

alma simple, que tan temprano en la mañana,

cuando los pobres van a trabajar

se paró en el metro

y gritó más que el ruido

Disculpen, señoras y señores, tengo un niño

en casa que esta enfermo,

y no tengo dinero, no tengo trabajo, que no tenía

ni caja ni gorra para tomar las monedas-

solo sus manos,

y al ver solo caras apartadas

ni siquiera recorrió el pasillo como hacen los mendigos;

el fuego había quemado el suelo:

maquinas y mercancías habían caído en el gran hoyo

este cero que había chupado tantos años

y ahora, visto por fin, la tienda misma,

el techo se inclinaba casi hasta tocar el suelo

una curva extraña

en las líneas y rectángulos de su vida;

las gotas estaban cayendo

de las vigas desnudas del piso de arriba,

del yeso empapado todavía el techo;

caían gotas de agua sucia

en su ropa, sombrero y en sus manos;

los pensamientos de negocios

reunidos en su seno como agua negra

siguiendo pasos a través de un pantano;

 

 

esperando un trabajo, estudió la mesa polvorienta

en la que estaba sentada

y el polvo del suelo que había sido mal barrido

el oficinista había dejado las esquinas sucias;

un ratón entraba y salía bajo el radiador

y ella apartó los pies

y su falda alrededor de sus piernas, pero el ratón

entraba y salía,

sobre su negocio, y ella se sentó esperando un trabajo

en un mundo hostil de hombres y ratones;

 

caminando por el camino, de a dos, de a tres,

hablando de trabajos,

trabajos que podrían conseguir

y trabajos que habían tenido,      

sin volverse nunca para mirar los árboles o el río

brillando a la luz del sol o los automóviles

que pasaron rápidamente a su lado,

en grupos de dos y de tres hablando de trabajos;

 

en la llovizna

cuatro en fila

cerca de la acera

para que pasen los transeúntes

los escuadrones se paran

esperando sopa,

una rodaja de pan

y refugio

ropa sucia

su uniforme

en una escalinata

rígidamente a través de los escalones

un hombre

quién se ha desmayado;

cada uno

en ese batallón lo mira

pero no se mueve de su lugar,

bien perforado en la necesidad.

 

 

 

 

A Deserter

BY CHARLES REZNIKOFF

Their new landlord was a handsome man. On his rounds to

    collect rent she became friendly.

Finally, she asked him in to have a cup of tea. After that he

    came often.

 

Once his mouth jerked, and turning, she saw her husband in

    the doorway.

She thought, One of the neighbors must have told him.

She smiled and opened her mouth to speak, but could say

    nothing.

Her husband stood looking at the floor. He turned and went

    away.

 

She lay awake all night waiting for him.

In the morning she went to his store. It was closed.

She sent for his brothers and told them he had not been home.

    They went to the police. Hospitals and morgues were

    searched. For weeks they were called to identify drowned

    men.

 

His business had been prosperous; bank account and all were

    untouched. She and their baby girl were provided for.

In a few years they heard of him. He was dead.

He had been making a poor living in a far off city. One day he

    stepped in front of a street-car and was killed.

 

She married again. Her daughter married and had children.

    She named none after her father.

 

 

Un  Desierto

 

Su nuevo propietario era un hombre guapo. En sus rondas a cobrar

el alquiler ella se hizo amigable.

Finalmente, le pidió que pasará a tomar una taza de té. Después de eso

él vino a menudo.

 

Una vez que su boca se sacudió, y volviéndose vio a su marido

en la puerta.

Ella pensó: uno de los vecinos debe habérselo dicho.

Ella sonrió y abrió la boca para hablar, pero no pudo

decir nada. 

Su marido se quedó mirando al suelo. Se dio la vuelta

y se fue lejos.

 

Ella estuvo despierta toda la noche esperándolo.  Por la mañana fue

a su tienda. Estaba cerrada.

Ella envió a buscar a sus hermanos y les dijo que no había estado en casa.

Fueron a la policía. Buscaron en los hospitales y las morgues.

Durante semanas fueron llamados para identificar a los ahogados hombres.

 

Su negocio había sido próspero. Su cuenta bancaria y todo estaba intacto.

Ella y su bebé fueron provistas.

En unos años oyeron de él. Había muerto.

Se ganaba la vida probablemente en una ciudad lejana. Un día él se paró frente a un tranvía y lo mató.

 

Ella se volvió a casar. Su hija se casó y tuvo hijos. A ninguno le puso el nombre de su padre.

 

 

 

Domestic Scenes

BY CHARLES REZNIKOFF

1

 

It was nearly daylight when she gave birth to the child,

lying on a quilt

he had doubled up for her.

He put the child on his left arm

and took it out of the room,

and she could hear the splashing water.

When he came back

she asked him where the child was.

He replied: “Out there—in the water.”

He punched up the fire

and returned with an armload of wood

and the child,

and put the dead child into the fire.

She said: “O John, don't!”

He did not reply

but turned to her and smiled.

 

                                          2

 

Late at night, their sow rooted open the door of their cabin,

and husband and wife

quarreled over driving her out.

His wife knocked him down with an iron shovel.

He started for his breeches and said,

“If I had my knife, I'd cut your throat,”

and she ran out the door.

He shut the door after her

and propped it closed with a stick of wood.

 

When she was found, she was lying on her face,

frozen to death. The weather extremely cold

and where she lay

the snow was about eighteen inches deep.

 

When she left the cabin, she was barefoot

and had very little clothing. The way she took

led through briers

and there were drops of blood on the snow—

where the briers had torn her legs from the knees down—

and bits of clothing that had been torn off;

at one place

she had struck her ankle against the end of a log

and it bled freely.

 

                                       3

 

Mrs. Farborough went into her brother's house,

leaving her husband a short distance from it—

he was the best man of the neighborhood for strength—

and, without speaking to anyone,

seized a tin cup.

Her sister-in-law said it seemed as if she took a good deal of authority there.

Mrs. Farborough replied she took enough to get her things,

and would also take her teakettle.

Mrs. Eller told her to take them

and get out of the house

and stay out.

 

Mrs. Farborough did go out

but soon returned with a stone—

as large as her fist—

which she held under her apron,

and sat down,

remarking that she intended to stay a while

just for aggravation.

Farborough then approached the house with a stone in each hand

and, when near it, sat on a log.

After a moment or two,

he sprang into the house,

the stones still in his hands.

At this, his wife threw the stone she held under her apron

at her sister-in-law:

missed and struck the side of the house near her head.

The women clinched and fell to the floor,

Mrs. Farborough on top,

hitting Mrs. Eller in the face with her fist.

 

Eller went up to Farborough and said:

“Brother Martin,

take your wife out of here,

and I will take care of mine.

Let us have no fuss!”

And he started forward to part the women,

still fighting.

Farnborough pushed him back:

“God damn you, stand back,

or I will kill the last Goddamn one of you!”

and lifted his right hand,

holding the stone.

 

He turned to look at the women,

and Eller shot him in the back with a pistol,

just where his suspenders crossed.

 

                                        4

 

He and his wife were members of a society

known as Knights and Ladies of Honor.

The life of each member was insured for two thousand dollars—

to go to widow or widower.

He had to borrow money to pay his dues

and had just been defeated for town marshal;

and now his wife was sick.

 

The Knight of Honor was seen in a saloon with a Negro

who used to work for him;

then the two were seen going into an alley.

Here he gave the Negro a quarter

and asked him to go to the drugstore

and buy a small bottle of strychnine.

If the druggist asked the Negro why he wanted it,

he was to say to kill wolves on a farm.

The Negro asked him what he really wanted it for

and he said to poison the dogs

belonging to a neighbor where a girl was working

whom he wanted to visit at night.

The Negro bought him the bottle,

and he told the Negro that if questioned about it

he must say that he put it in the pocket of his overcoat

and left the coat hanging in a saloon,

and that the bottle was taken from his pocket

by someone.

 

When his wife asked for the quinine

she used as a medicine,

he went to the mantelpiece

where he had placed a package of quinine

bought the day before

and poured some of the strychnine into a spoonful of cold coffee.

She thought the powder had a peculiar look,

and tried to dissolve it

by stirring it with her finger.

He assured her it was quinine

bought where he had always bought it;   

and she drank it.

 

 

 

 

 

 

 

Escenas domésticas

 

1

 

Era casi de día cuando dio a luz al niño,

acostada en una colcha

que él le había doblado para ella.

Puso al niño en su brazo izquierdo

y lo sacó de la habitación

y ella podía oír el agua salpicando.

Cuando regresó

ella le preguntó donde estaba el niño.

Él le respondió: allí afuera, en el agua.

Le dio un puñetazo al fuego

y regresó con un brazo de madera,

y el niño,

y echó al niño muerto al fuego

ella dijo ¡oh John no lo hagas!

él no respondió

pero se volvió hacia ella y sonrió.

 

2

 

A altas horas de la noche, su cerda  arrancó la puerta de la cabaña

y marido y mujer

se peleo por expulsarla.

Su esposa lo derribó con una pala de hierro.

Comenzó a buscar sus pantalones y dijo: 

Si tuviera mi cuchillo, te cortaría la garganta

y salió corriendo por la puerta.

Cerró la puerta tras ella

y la cerró con un palo de madera.

Cuando la encontraron, estaba acostada boca abajo,

congelada hasta la muerte. El clima extremadamente frío

y donde ella yacía

la nieve tenía unos 40 centímetros de profundidad.

 

Cuando ella salió de la casa estaba descalza

y tenía muy poca ropa. La forma en que ella tomó

conducida a través de los abrojos

y había gotas de sangre sobre la nieve- donde las zarzas le habían desgarrado las piernas de las rodillas hacia abajo-

y trozos de ropa que habían sido arrancados;

en algún lugar ella se había golpeado el tobillo contra la punta

de un tronco y sangraba abundantemente.

 

3

 

La Sra Farborough entró en la casa de su hermano,

dejando a su marido a poca distancia de ella

-era el mejor hombre del vecindario por su fuerza-

y sin hablar con nadie

agarró una taza de lata.

Su cuñada dijo que parecía que tenía mucha autoridad

allí.

La señora Farborough respondió que tomó lo suficiente para conseguir sus cosas  

y también tomaría su tetera.

La señora Eller le dijo que se los llevará y saliera de la casa y se mantuviera afuera.

 

 

La Sra Farborough salió

pero pronto regresó con una piedra

–tan grande como su puño-

que ella sostenía debajo del delantal

y se sentó.

Comentando que tenía la intención de  quedarse un tiempo solo

por agraviarlo.

Farborough luego se acercó a la casa con una piedra en cada

mano, y, cuando estaba cerca de él se sentó en un tronco.

Después de un momento o dos,

él saltó a la casa,

con las piedras aún en su mano.

Ante esto su mujer arrojó la piedra que sostenía 

bajo su delantal, a su cuñada:

falló y golpeó el costado de la casa cerca de su cabeza.

Las mujeres se sujetaron y cayeron al suelo, la Sra Farborough encima, golpeando a la Sra Eller en la cara con su puño.

 

 

Eller se acercó  a Farborough y dijo:

hermano Martin,

saca a tu esposa de aquí,

y yo me ocuparé del mío.

No nos preocupemos!”

Y se adelanto, para separar a las mujeres,

todavía luchando.

Farborough lo empujó hacia atrás:

“Dios te maldiga, retrocede

¡o mataré al último maldito de ustedes!

Y levantó su mano derecha

sosteniendo la piedra.   

 

 

 Se volvió para mirar a las mujeres,

y Eller le disparó por la espalda con una pistola,

justo donde se entrecruzaban sus tirantes.

 

 

4

 

Él y su esposa eran miembros de una sociedad

conocidos como caballeros y damas de honor.

La vida de cada miembro estaba asegurada en dos mil dólares

para ir al viudo o a la viuda.

Tuvo que pedir prestado para pagar sus deudas

y acababa de ser derrotado como mariscal de la ciudad;

y ahora su esposa estaba enferma.

 

 

El caballero de honor fue visto en un salón con un negro 

que solía trabajar para él.

Luego se vio a los dos entrando en un callejón.

Aquí le dio un cuarto al negro

y le pidió que fuera a la droguería

y que comprará una pequeña botella de estricnina.

Si el boticario la preguntaba porque lo quería

iba a decir que lo quería para matar unos lobos en una granja.

El negro le preguntó para que lo quería realmente

y dijo que envenenaría realmente a unos perros pertenecientes

a un vecino donde trabajaba una niña 

que él quería visitar a la noche.

 

El negro compró la botella

y le dijo al negro que si lo interrogaban

debía decir que se lo puso en el bolsillo de su abrigo

y dejo colgado el abrigo en un salón 

y alguien le saco la botella del bolsillo.

 

Cuando su esposa le pidió la quinina

que ella usaba como medicina,

se fue a la repisa de la chimenea

donde había colocado un paquete de quinina

comprado el día anterior

y vertió un poco de estricnina en una cucharada

de café frío.

Ella pensó que el polvo tenía un aspecto peculiar

y trató de disolverlo revolviéndolo con su dedo.

Le aseguró que era quinina que compró

donde siempre la había comprado;

y ella lo bebió.

 

 

 

 

 

 

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