sábado, 4 de mayo de 2024

Campo se siervos. Charles Reznikoff. Traduccion Pablo Queralt.

 



 

Campo de siervos 1703

 

Antes del amanecer el ministro se despertó 

por el sonido de las hachas

rompiendo puertas y ventanas.

Corrió hacia la puerta:

una veintena de indios con la cara pintada

estaban entrando en la casa

clamorosos.

 

Tres indios se apoderaron de él,

y lo ataron mientras estaba de pie con su pijamas,

y comenzaron a disparar a la casa entrando en cada habitación.

Mientras yacía, atado e indefenso pensó en su esposa

y niños-su esposa

había dado a luz solo unos días antes-  

y recordó el pasaje de Isaías

Iré a las puertas de la tumba

privado del resto de mis años”.

 

Los indios se habían llevado a dos de sus hijos a la puerta

y los mataron

asi como a la mujer negra

que ayudó a cuidarlos;

manteniéndolo atado con la cuerda alrededor de un brazo

lo dejaron ponerse la ropa con el otro  

y dejar que su esposa se vista también,  

así como sus hijos que habían quedado vivos.

 

 

Cuando el sol estaba a una hora alta

todos fueron sacados de la casa

para el viaje de trescientas millas a Quebec

nieve hasta las rodillas.

Muchas de las casas ahora estaban en llamas;

y al salir del pueblo vio su casa y su granero en llamas.

 

Al principio, al ministro no se le permitió hablar con ninguno

de sus compañeros cautivos 

mientras marchaban,

pero al segundo día tenía a otro indio para vigilarlo

y se le permitió hablar con su esposa cuando la alcanzó

y podría caminar con ella y ayudarla.

Ella le dijo que estaba perdiendo fuerzas

y que debían esperar para partir

y que esperaba que Dios lo mantuviera vivo

y a sus hijos todavía entre los vivos-

pero ni una palabra de queja

diciendo que era la voluntad de Dios.

 

 

 

Cuando llegaron a un pequeño río

los cautivos tuvieron que vadearlo

con el agua hasta las rodillas

en la corriente veloz.

Después tuvieron que subir una colina,

casi una montaña,

y la fuerza del ministro casi se había agotado

cuando llegó a la parte superior

pero no se le permitió sentarse

incluso sin carga de su mochila.

 

 

Le rogó al indio a cargo de él dejarlo bajar

y ayudar a su esposa

pero el hombre no se lo permitió;

y preguntó a cada uno de los cautivos al pasar sobre ella:

y escuchó al fin que al atravesar el río ella se cayó

y se zambulló de cabeza al agua

y después de eso al pie de la colina

el indio que la mantuvo cautiva

la mató con un golpe de su hacha

y dejó el cuerpo como carne

para las aves y las bestias.   

Deerfield:1703

BY CHARLES REZNIKOFF

Before the break of day the minister was awakened

by the sound of hatchets

breaking open the door and windows.

He ran towards the door:

about twenty Indians with painted faces

were coming into the house

howling.

 

Three Indians took hold of him,

and bound him as he stood in his night-shirt,

and began to rifle the house going into every room.

As he lay, bound and helpless, he thought of his wife and

    children—

his wife had given birth only a few weeks before—

and he remembered the passage in Isaiah:

“I shall go to the gates of the grave

deprived of the rest of my years. . .”

 

The Indians had taken two of his children to the door

and killed them,

as well as the Negro woman

who helped take care of them;

keeping him bound with the cord about one arm,

they let him put on his clothes with the other;

and let his wife dress herself, too,

as well as their children left alive.

 

When the sun was an hour high

all were led out of the house

for the journey of three hundred miles to Quebec

snow up to their knees.

Many of the houses were now on fire;

and, as they left the town,

he saw his house and barn burning.

 

At first the minister was not allowed to speak to any of his

    fellow captives

as they marched,

but on the second day he had another Indian to watch him

and was allowed to speak with his wife when he overtook her

and could walk with her and help her along.

She told him that she was losing her strength

and they must expect to part

and she hoped that God would keep him alive and their children

    still among the living—

but not a word of complaint

saying that it was the will of God.

 

When they came to a small river

the captives had to wade it;

the water knee-deep

and the current swift.

After that they had to climb a hill,

almost a mountain,

and the minister’s strength was almost gone when he came to   

    the top;

but he was not allowed to sit down

and even unburdened of his pack.

 

He begged the Indian in charge of him

to let him go down and help his wife

but the man would not let him;

and he asked each of the captives as they passed

about her;

and heard at last that in going through the river

she fell

and plunged headfirst into the water;

and, after that, at the foot of the hill

the Indian who held her captive

killed her

with one stroke of his hatchet

and left the body   

as meat for the fowls and beasts.






 

 

 

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