Blanca Varela. Una poética para contemplar
desde el gran ojo de la vida.
Blanca Varela nos dice las cosas que digo son ciertas y en el respirar y silencio de lo
que dice va poniendo el aire de las cosas como si se abrieran mil calles en la
hondura de su canto como un sueño un destino que pide y ama este mundo el de la
montaña, del rio, del cielo derribado del desierto, el de la terrible fiesta.
Todo es gemido, sorpresa, noticia, que enardece la existencia, va con su fuego
que son sus palabras desbordando los limites, su luz, su ciudad sin murallas,
el libro, las palabras como acción de la conciencia de una música que desafía
ignorando la muerte que crece como el árbol como, el tiempo. Va en la luz de su
día y así cada día con su día en la observación y la mirada que reafirma el
saberse vivo, morir es perder las palabras, el mirar, el callar, la letra que
abole el vacío la forma que somos que cambia con la luz hasta ser luz. En ese
mirar más allá de la muralla o a través
de la muralla el rio que avanza que crece con la noche en el arrastrado paso de
la vida hacia la muerte. Está en ella el tema de la finitud y su forma de
encarar la vida los recuerdos en ese rio como canciones, letras, poemas de
página en página, el libro, su tándem vivir/ morir, ese campo incorporal que
colma con su bascular entre ser o no lo que no resiste la página en blanco, la
obscenidad en la trampa del sentido entre cosas que no suceden y otras que son.
La poesía es prosa? Y la inmensidad en su silencio y el horizonte se preguntan
en sus versos si llegar es estar en el centro del poema? Luz, palabras para decir
yo estoy aquí. A veces a media voz, a veces gimiendo, la vida del escribiente.
Y si me preguntan que es escribir, diré que lo he olvidado, todo que no tengo
tiempo disponible para el tiempo. Así sobrepasa con un overshooting los dilemas
de la propia existencia con el tono del que sabe y le puede cantar su canción.
Naufragios, deseos, agonías, tristes poetas sobrevivientes de la vida y de su
fácil trampa, la vida en su plato pobre es observar y observarse no hay otro
aquí. Y va con su tono imperativo, de verdad explícita en esa luz de comprender y exaltar lo
comprendido poniendo conocimiento en el desconocimiento, cada palabra despeja
el camino. Su escritura es un ejercicio en lo que existe y lo que no existe,
una determinación para cuando el ojo zozobre morir cada día un poco más feliz
de no tener nada en la cabeza solo algunas ideas equivocadas. Sus letras nos
dicen hasta aquí he llegado, el mar se ha detenido. Conocer el misterio de la
luz, porque un niño se mira al espejo y ve que es un monstruo, ese desenterrar
la infancia es parte de su oficio cavando entre la oscuridad y las sombras
esperando que lleguen los recuerdos. Piedra libre, encontrar la vértebra
perdida es su metier. En su claroscuro viaja la que es, la que fue, la que
será, todas en una desafiando y jugando con el espacio/tiempo, con la realidad
que la alimenta. Ritma los tiempos- espacios a su son interior, a su territorio
existencial. Esa su máquina flujo navegando su cosmos página a página llenando
el blanco, con su centro certero. Y algo se absorbe en esas líneas de sentido
que esboza como una victoria de la carne, del cuerpo deseante: abrimos las piernas para contemplar
bizqueando el gran ojo de la vida. Abre universos, territorializa el ciego
del alma, es una aguja que atraviesa un collar de ojos recién abiertos, y una
flor que enciende en su cuerpo, preciosismo ella vestida de humana. Y la duda,
el tandem a donde nos conducen a la vida o a la muerte, ese su punto ombligo
observado en ese espacio regido fuera del tiempo. Deja al demonio en un cajón y se lanza a la
poesía al ángel que vuela afuera con la rima, señora del silencio, del aire, se
pondrá un alma si la encuentra, eso hará.
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