viernes, 15 de diciembre de 2023

Blanca Varela. Las cosas que digo son ciertas.

 


Blanca Varela. Una poética para contemplar desde el gran ojo de la vida.

 

 

Blanca Varela nos dice las cosas que digo son ciertas y en el respirar y silencio de lo que dice va poniendo el aire de las cosas como si se abrieran mil calles en la hondura de su canto como un sueño un destino que pide y ama este mundo el de la montaña, del rio, del cielo derribado del desierto, el de la terrible fiesta. Todo es gemido, sorpresa, noticia, que enardece la existencia, va con su fuego que son sus palabras desbordando los limites, su luz, su ciudad sin murallas, el libro, las palabras como acción de la conciencia de una música que desafía ignorando la muerte que crece como el árbol como, el tiempo. Va en la luz de su día y así cada día con su día en la observación y la mirada que reafirma el saberse vivo, morir es perder las palabras, el mirar, el callar, la letra que abole el vacío la forma que somos que cambia con la luz hasta ser luz. En ese mirar más allá de la muralla o  a través de la muralla el rio que avanza que crece con la noche en el arrastrado paso de la vida hacia la muerte. Está en ella el tema de la finitud y su forma de encarar la vida los recuerdos en ese rio como canciones, letras, poemas de página en página, el libro, su tándem vivir/ morir, ese campo incorporal que colma con su bascular entre ser o no lo que no resiste la página en blanco, la obscenidad en la trampa del sentido entre cosas que no suceden y otras que son. La poesía es prosa? Y la inmensidad en su silencio y el horizonte se preguntan en sus versos si llegar es estar en el centro del poema? Luz, palabras para decir yo estoy aquí. A veces a media voz, a veces gimiendo, la vida del escribiente. Y si me preguntan que es escribir, diré que lo he olvidado, todo que no tengo tiempo disponible para el tiempo. Así sobrepasa con un overshooting los dilemas de la propia existencia con el tono del que sabe y le puede cantar su canción. Naufragios, deseos, agonías, tristes poetas sobrevivientes de la vida y de su fácil trampa, la vida en su plato pobre es observar y observarse no hay otro aquí. Y va con su tono imperativo, de verdad explícita  en esa luz de comprender y exaltar lo comprendido poniendo conocimiento en el desconocimiento, cada palabra despeja el camino. Su escritura es un ejercicio en lo que existe y lo que no existe, una determinación para cuando el ojo zozobre morir cada día un poco más feliz de no tener nada en la cabeza solo algunas ideas equivocadas. Sus letras nos dicen hasta aquí he llegado, el mar se ha detenido. Conocer el misterio de la luz, porque un niño se mira al espejo y ve que es un monstruo, ese desenterrar la infancia es parte de su oficio cavando entre la oscuridad y las sombras esperando que lleguen los recuerdos. Piedra libre, encontrar la vértebra perdida es su metier. En su claroscuro viaja la que es, la que fue, la que será, todas en una desafiando y jugando con el espacio/tiempo, con la realidad que la alimenta. Ritma los tiempos- espacios a su son interior, a su territorio existencial. Esa su máquina flujo navegando su cosmos página a página llenando el blanco, con su centro certero. Y algo se absorbe en esas líneas de sentido que esboza como una victoria de la carne, del cuerpo deseante: abrimos las piernas para contemplar bizqueando el gran ojo de la vida. Abre universos, territorializa el ciego del alma, es una aguja que atraviesa un collar de ojos recién abiertos, y una flor que enciende en su cuerpo, preciosismo ella vestida de humana. Y la duda, el tandem a donde nos conducen a la vida o a la muerte, ese su punto ombligo observado en ese espacio regido fuera del tiempo.  Deja al demonio en un cajón y se lanza a la poesía al ángel que vuela afuera con la rima, señora del silencio, del aire, se pondrá un alma si la encuentra, eso hará.             

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