lunes, 14 de noviembre de 2022

Consuelo. Matthew Arnold. Traduccion Pablo Queralt.

 


Consuelo

 

La niebla obstruye la luz del sol

Casas enanas ahumadas

Rodéame por todas partes;

Un vago abatimiento

Me pesa el alma.

 

 

Sin embargo mientras languidezco

En todas partes innumerables

Las perspectivas se despliegan solas

E innumerables seres

Pasan innumerables modos de ánimos.

 

 

 

 

Lejos de aquí en Asia

En los suaves techos de los conventos,

En las terrazas doradas,

De santa lasa,

Brillante brilla el sol.

 

 

Mármoles grises desgastados por el tiempo

Sostén de las musas puras

En su fresca galería

Por el Tiber amarillo

Todavía se ven juntos.

 

 

Extraño alboroto no amado

Chillidos alrededor de su portal

Sin embargo no en Helicón

Los mantuvo más despejados

Su noble calma.

 

 

A través de callejones a prueba del sol

En un solitario dobladillo de arena

Ciudad de África

Un mendigo ciego, guiado

Envejecido pide limosna. 

 

Vientos de arena del Sahara

Ven sus agudos globos oculares

Gastado es el botín que ganó

Para él el presente

Sostiene solo el dolor.

 

 

Dos jóvenes y justos amantes

Donde el cálido viento de junio,

Fresco de los campos de verano,

Juega cariñosamente a su alrededor,

De pie, en trance de alegría.

 

Con dulces voces unidas

Y con los ojos llenos de lágrimas

Ah, gritan “destino

Prolonga el presente!

Tiempo quédate quieto!”

 

 

La diosa popa pronta

Sacude la cabeza, frunciendo el ceño;

El tiempo da su reloj de arena

Su debida reversión;

Su hora se ha ido.

 

Con indulgencia débil

La diosa justa

Alarga su felicidad

Ella alargó

También angustia en otra parte.

 

La hora cuyos felices

Momentos sin alear

Me eternizarían,

Diez mil dolientes

Bien contentos ven el final.

 

 

La hora sombría y severa,

Cuyos momentos severos

Yo aniquilaría

Es pasado por otros

En calor, luz, alegría.

 

 

Tiempo tan quejado

Que a ningún hombre

Muestra parcialidad,

Atrae a todos los hombres

Algunas horas sin atenuar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Consolation

BY MATTHEW ARNOLD

Mist clogs the sunshine.

Smoky dwarf houses

Hem me round everywhere;

A vague dejection

Weighs down my soul.

 

Yet, while I languish,

Everywhere countless

Prospects unroll themselves,

And countless beings

Pass countless moods.

 

Far hence, in Asia,

On the smooth convent-roofs,

On the gilt terraces,

Of holy Lassa,

Bright shines the sun.

 

Grey time-worn marbles

Hold the pure Muses;

In their cool gallery,

By yellow Tiber,

They still look fair.

 

Strange unloved uproar

Shrills round their portal;

Yet not on Helicon

Kept they more cloudless

Their noble calm.

 

Through sun-proof alleys

In a lone, sand-hemm'd

City of Africa,

A blind, led beggar,

Age-bow'd, asks alms.

 

No bolder robber

Erst abode ambush'd

Deep in the sandy waste;

No clearer eyesight

Spied prey afar.

 

Saharan sand-winds

Sear'd his keen eyeballs;

Spent is the spoil he won.

For him the present

Holds only pain.

 

Two young, fair lovers,

Where the warm June-wind,

Fresh from the summer fields

Plays fondly round them,

Stand, tranced in joy.

 

With sweet, join'd voices,

And with eyes brimming:

"Ah," they cry, "Destiny,

Prolong the present!

Time, stand still here!"

 

The prompt stern Goddess

Shakes her head, frowning;

Time gives his hour-glass

Its due reversal;

Their hour is gone.

 

With weak indulgence

Did the just Goddess

Lengthen their happiness,

She lengthen'd also

Distress elsewhere.

 

The hour, whose happy

Unalloy'd moments

I would eternalise,

Ten thousand mourners

Well pleased see end.

 

The bleak, stern hour,

Whose severe moments

I would annihilate,

Is pass'd by others

In warmth, light, joy.

 

Time, so complain'd of,

Who to no one man

Shows partiality,

Brings round to all men

Some undimm'd hours.

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