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lunes, 28 de marzo de 2022
Yves Bonnefoy o la belleza de ver. Pablo Queralt.
Yves Bonnefoy o la belleza de ver el secreto de la vida.
Yves Bonnefoy es un creador o recreador de la naturaleza de lo que ve, si mira un horizonte a lo lejos diría es una caravana de autos o son nubes bajas en el final del campo, es un narrador poético que no negocia su libertad y no se pierde en su interior para expresar lo que mira alrededor
de su paseo por este mundo de los grandes personajes, de los dobles y las mascaras. En un flujo de conducción de sobria templanza nos enfoca en sitios comunes con detalles de luz donde se resuelven algunos interrogantes o nacen nuevas preguntas como respuesta, ese saber tarea del traductor que se zambulle en el océano. Se sienta a mirar los cielos del día, todo lo que carezca de sentido, las cosas detenidas allí, como un lector que todas las tardes va al mismo banco de la plaza y abre su libro, su cuaderno y allí
nace el poema. Se plantea que es silencio, que es la palabra, esa copa que se llena y se vacía, preservarlas, y nuestra voz donde se pasean los íconos, en lo raro de levantar la tapa de otro siglo, otro cielo donde se duda que sea real, que parece, que lo es pero es el lugar donde el poeta se pone y deseaba estar para observar y descubrir algo que nunca se comprenderá del todo. Eso que se llama amor por la vida. Una quema del reloj en ese pozo que se llama memoria. Buscar la belleza en esos instantes más allá de la vergüenza naturalizar la insensata palabra de la poesía más allá del significado fe del pensamiento en que se vive. Lo que las palabras pueden revelar y no al fin saber que la comprensión era solo un sueño para cumplir la vida, y seguir soñándola para ir hacia ese grito desconocido que nos llama del futuro. Y que al fin es el viejo profesor de filosofía que dice que se negaría a darle la mano a un visitante celebre que miente.
En sus poemas la rigurosa descripción de situaciones, sonidos, misterios, cosas ocultas y las transparentes haciendo eco de un contrapunto del lenguaje que es ritmo de tonos, colores, vibraciones, que a veces son diálogos hasta consejos, variantes como visiones fotográficas y pictóricas que salen de su pincel. Cuando una mujer desnuda es el centro de la vida de quién llega a preguntarse tu existes? Yo existo? Y a través de los sentidos encuentra la respuesta. Imágenes y sensaciones como si el mundo se fuera a acabar. Se hunde el suelo, cae el cielo nos dice en un verso, como si las cosas se reirían de él. Una eterna pregunta donde estamos? Es esto el cielo, si son aguas del cielo y la habitación está en aguas. Y el amor ante todo de quién tiene el rostro amado entre sus manos. Y el juego de los colores el azul, el rojo, que enseñan que la vida nos protege por arriba e inhalamos no para imitarla sino para que renazca y la luz sea hija de nosotros. Es un regresar continuo a lugares extraños y a la vez íntimamente conocidos donde no hay un solo rastro de uno. Abandonarse a un respirar donde el espejo de uno es la ventana hacia el todo o sea el vacío. Es un chocar contra la inmensidad del tiempo cuando la llave falla en la puerta del ser y solo es belleza que busca existir. Leer a Bonnefoy es escuchar los círculos de lo secreto: la vida es lo excedente del sueño cuando lo invisible se abre. Escuchar las palabras a través de la angustia y reciclar la forma en lo informe y en esa esencia hacer el viaje. Realidades donde nos desvanecemos donde lo visible es el ser. Es el relator de campos imaginativos y realidades para conciliar espíritu y vida esas realidades sin prueba de evidencia suficiente, viendo puntas de iceberg como niño que entra por primera vez al jardín asombrado y abrazado por tanta belleza, ese bienestar que llevará hasta el último de sus días. Lo provisional y relativo de todo en esos reflejos que ve, como un resto de luna que cambia las formas de lo que se ve, una puerta que se abre y se cierra para salir de la oscuridad en que se esta del no saber.
Su trabajo de mirar por encima de los árboles el cielo y aceptar que todo tiene su fin. Verlo sin soñarlo porque es la luz que hace nido en el sueño. La belleza de las cosas simples como la lluvia en verano, los bancos de arena, de las plazas y también en lo feo, a priori instituido. Que todo eso permanezca es más que un deseo un imperativo de lo que porque se vive. Una vida sin memoria, una existencia en los colores, los sabores, olores y otras partes del arrullo. Ese mundo ocupa su camino, su oleaje de vida, los que calan lo invisible, los que escuchan el murmullo sin fin de todas nuestras sombras, en el umbral del silencio.
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