lunes, 28 de marzo de 2022

Bustriazo Ortiz, el poeta pampeano còsmico y universal. Pablo Queralt.

Bustriazo Ortiz. El poeta pampeano cósmico y universal. Ortiz le habla a las cosas de la naturaleza en la propia lengua de las cosas desde un yo lejano que se entrevera con ella en una voz dadora cósmica que canta el canto suyo y el de él en ese conjuro de armonía de habla universal haciendo galaxia de sentido en una escritura apasionada y apasionante por el decir de lo que bala hasta el confín. Rocía repetidamente hasta que la luna sea más luna revivida porque estamos allí para existir. Sale del vértigo se entrega al instante, en esa dimensión atemporal contemplativa. En esa procesualidad maquínica en el descubrimiento de materias de sensación de subjetividades que hacen una estética. Un canto una fuga hacia las cosas para extraer su sentido pleno, un enriquecimiento de mundo, entre esa subjetividad del afuera y el adentro. Como quién machaca en su tazón su soledad, ausencias de cenizas que perduran y cantan, enlaza frases, versos parafraseados inter-cortados en una parasintáxis de un parafrema que visualiza al alma suelta que reconstruye nuevas significancias. Que se vienen y se le vuelan por los ojos, la noche y los abejones, los ayes de la boca, la niebla de Dios que todo lo abarca, como un panpoema polifónico territorializando campos, entreveros tan soltados de sí mismo, de su bordona pampeana universal. Un poema que pasa ensípensando como niebla con su luz recogida, es una tonada que tona montado en un anochecer de a caballo como canturreo, silbido escuchado por quién dice siga que lindo eso que canta y como Atahualpa le contesta no se chancee amigo, y calla así su poema. Algarrobos y senda colorada, penachos escarlata donde vive el abandono y el templador del relato muere, al fin toda milonga es una máscara que rasguea la sal por que tañe el salitre de esa ausencia que todos cargamos o cargaremos. Es un neobarroco en lenguaje pampeano, rural que anubla la mente para que sienta el corazón, el murmullo cósmico que va por abajo. Como un beso de brizna, la siesta de una niña, una piedra en el corazón que escapa como palomo que busca su paloma en fino lloro. Es un espectador que escribe desde un lleguéme, fuíme solo, huíme, el que ve subir su carro al cielo, esos sus entuertos de vidalita donde los ojos comen desde la última visitación de lo tremebundo de estar. Sus baladas con neologismos al pie del cañón como quién va a vendimiar palabras recién cazadas anaranjadas y de regias plumas. Quién avanza rodilla hacia delante donde lo lleve bailarín de corazón quemado en un último galope del agua, azulamira que vuela como flauta dulce entre lloros y lloritos de niños que no lloraron cuando fue su tiempo y saben que va el 4 con el 3. Conversa con la piedra al viento, las galopa besador de la luz que se deshace en collares, a su manera vuelve al adiós de los adioses, a la siesta vegetal tornasolada que es su cantar del que se tiene que ir angeladamente mientras pasan culos fastuosos, clítoris en calcinados calzones. Así su modo de adjetivar, “como agua llovida chingolito que vino con su arpegio tirando a triste que canta tu aura”, “un vaiven de caderas azules negras tan señora el agua acostada”. Un ópalo ciego, triste de hueso de cáscara negra. Que echa a volar sin saber si un día volverá. Ese su mundo, su soliloquio, su existencia territorial enlazada, encabalgada en una musicalidad de sinécdoques, elipsis, hipérbaton, como centellas verdes bajadas de una empurpurada hechicera de un fuísteme. Un cuenta desmayos como desvaríos donde se impone la palabra del poema para sonreírte entristecí creado por pinturas, imágenes guardadas con rigor de miel y abeja, oda de lo que va dormido entre sus brazos, cópula de grandes alas, un no sabés que la vida es siempre una fiesta vos animal de frente triste soltáte a los fogones, dale chispa al tremolante corazón, pinta en la lengua de la tribu un hablabas con el cielo y ahora estas entretomada y yo susurrándote fuisteme un beso neblinoso. Una escritura para pasar volando y ser polen esa es su sonrisa contra el mundo, que cierra su ecosistema galaxia Ortiz, o sus juanjirones hasta lo claroso que hace colorinche de esa sombra hecha de enjambre hasta herir lo amarillo, hasta que la sed mate otra uva y entre lo destrozado volvamos.

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