El capital y la lírica. Jorge Aulicino. Por
Pablo Queralt.
El trazo, la construcción
de la frase, los claroscuros, los contrastes entre el bien común, el capital en
una lírica que aborda la polis, lo que es de todos, la anulación de los
contextos que crece “en su expansión mendaz sobre el crepitar de las aves en
los campos donde construyen paredes, edificios, consumismo y donde son
declarados infelices, sobrenaturales aquellos que viven, trabajan, cortan la
verdura, llevan a sus hijos a la escuela, manejan sus autos, por los secuaces
que labran sermones”. Esta es la pesca poética que hace el autor de la realidad
bajo el caleidoscopio propio como un representante del género humano. Como un
aguafuerte que refleja el cielo en el charco, el barrio, la calle, la memoria,
el recuerdo en la memoria donde solo hay un recuerdo: el hombre con las manos
en los bolsillos con su sobretodo claro caminando por Florida para dormir en la
oscuridad, en la bienaventuranza de días que se tornan siniestros cuando los
humillados humillan a los humillados en una repetición para reducir. Un motor
de vida en forma paralela golpea cada verso en la exploración de una
autenticidad existencial entre la libertad y su simulacro “de grandes máquinas
sociales más- mediáticas” constituyendo una estética territorializando el
poemario. Tu Fu entre los altos pinos
cantando una canción irreal. Porque entrar en la locura es una parte de la
miseria del mundo que está ahí y no debiera ser. Es el inverosímil escenario al
que uno no puede escaparse, la borrachera donde no se sabe si está dentro de
uno o fuera de uno algo de eso que es la lírica. Estas intensidades van
llenando campos incorporales haciendo su universo como por el telescopio uno
puede ver un pueblo convertirse en polvo que alejándose se convierten en
galaxias, transmundos. Son los sentidos apoyados en una luz que ilumina el
texto a medida que avanza enumerando y dejando en cada onda del ciclo signos y marcas
leídas en un azul visto por la ventana de un altillo en los versos desprendidos
del vuelo como de un haikus que suelta su mariposa, como una enseñanza del
sentido restaurado o tal vez reeducado.
El obrador Tzu, Sologuren,
Takahama, Tu Fu, como un arte de contra-guerra, una táctica detallan la epifanía
del devastador canto de la tala, es el libro que duele en una dialéctica que
enfrenta en espejo capital y lírica en manos de un hombre que jamás hubiera
hecho un asado y sí fumado cigarros contra el vidrio que cubría el escritorio, todos
esos puntos nouménicos que dan el detalle el corpus o el sentido de la obra
porque las minucias de nuestros actos es lo que cuenta toda una vida. En fin
los recuerdos reforzando la idea, el pensamiento, indagar, escuchar en las
rutinas la soledad, lo social. No hay certezas porque las certezas ignoran los
detalles: universo o ente? Ese aire de acero que se respira o el esplendor de
una siesta eterna donde se respira oxígeno o tal vez ir al cine para olvidar
todo lo una vez visto y recargar energías, esa lucha con uno mismo y lo que
debe modificarse adentro y afuera, de eso va el escrito dibujando palabras que
deben decirse y no siempre se dicen. En fin nada se ha perdido porque nada fue
en realidad, ese es el centro mental que se debe estar dispuesto a recibir si
se es poeta.
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