Fernando Pessoa.
Cuantos escritores hay en un escritor,
cuantas voces en Fernando Pessoa hablaron y dieron cuenta que el poeta es un
fingidor, sus heterónimos hablan de ello, Alvaro de Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro,
Bernardo Soares, todos se anticipan al futuro a sabiendas de la nostalgia que
se ha de sentir allí, en ese libro maravilloso, ars de ars de una vida remota
de los que triunfan al revés. El desasosiego despliega en sus páginas lo que el
libro por si solo habla, lo que piensan los ojos de las cosas de afuera, con
los ojos de un vagar enérgico y con la fortaleza de la templanza -y lo irrita
la felicidad de todos esos hombres que son desgraciados-. La palabra justa, la
imagen necesaria, contundente llena de color en su inerte permanencia que lo
liga a un tiempo puro en escenas que son un movimiento que no descansa en su
propia estática. Rompe con sus cuadros, escenas, dramas de lo ínfimo y lo vital
la mentira del ideal según Nietzsche, esa suspendida por encima de la realidad.
Las esferas de la exterioridad confrontadas con la interioridad al compás de su
propio tiempo y espacio como un poema sin fecha. Fragmentos de escritura como
hachazos de un rayo helado -como todos creemos que estaremos vivos después de
muertos, nuestro miedo es de ser enterrados vivos-. O sus letanías en Alvaro de
Campos, mira un mar, a los que parten de viaje, mira a los trenes como quien
los extraña, como cosas férreas que llevan almas, conciencias de vida y de si
mismos, hacia lugares verdaderamente reales, lugares que cuesta creer realmente
existen hasta querer encontrar una nueva sensación física que le hiciese
pertenecerse a su ser poseedor. Su cantar metafísico, su odas de Alberto
Caeiro, “es tan suave la fuga de este día que no parece que vivimos”, “que los
dioses nos dan el alto premio de ser lucidos invitados de su calma”. Entre un
sosiego y desasosiego donde parece que afuera nada existiese. Siempre la
polaridad exterior- interior que da el color del pensamiento y el sentido
lirico metafísico donde se pierde y encuentra en los pensamientos de lo que
significa ese su reloj que llena su pequeñez, su curiosa sensación de llenar
esa pequeñez. Al fin somos todos tan pequeños en este cosmos, universo entre árboles,
montañas, mar, del gran secreto que nos invita a mirar, esa verdad que todos
andan encontrando y no encuentran. Y que solo por no ir a encontrarla se
encuentra. Definitivamente un día extremadamente nítido. El guardador de
rebaños que nunca ha guardado un rebaño, pero su alma es como un pastor porque
toda la paz de la naturaleza sin gente viene a sentarse a su lado, y su sosiego
es tristeza que es lo que debe haber en el alma cuando piensa que existe, solo
lo apena saber que están contentos sus pensamientos porque sino lo supiese en
vez de estar contentos y tristes estarían alegres y contentos. Porque pensar es
incómodo como andar bajo la lluvia. Poemas de pensamiento e imágenes potentes
como quien comprende o finge que comprende, al fin vivir que es lo mismo a
saber. Todos los yo de Pessoa proyectados, transpolados, vistos desde afuera
desde adentro, también a lo Polansky en su film el inquilino cuando se ve por
la ventana, saliéndose de su cuerpo para volar a otro estar de un mismo ser- no
ser ahí. En esa velocidad de despliegue casi inmediata de sumergirse en la máquina
del mundo con un sentido ampliado en lo infinito e indivisible. Un yo en una
efusión cósmica, de mundo de lo sensible en la materia y por fuera donde el
aura de misterio se intensifica. Siempre una respuesta que es pregunta. Un
paradigma estético de yo en yo diario de vida que crea constelaciones de
universos en el orden de lo dado, lo divino, lo verdadero, la aprehensión
cognitiva más allá de una época, lo atemporal conectado a lo de todos los días
en la oficina, la tabaquería, el mundo de la ventana, la observación de una
subjetividad donde hace su territorio existencial. Su verdadero repertorio y
Corán el libro del desasosiego, con pensamientos
esbozados, bostezados, volando por parques, alrededores, caminatas que hacen su
propio Tao, en un amarillo lento, donde los intervalos se profundizan y los
sonidos se espacian en una forma propia y distinta, donde el silencio entra con
el color en una interrelación diferente de planos con los espacios usando la
extensión. El sueño es tan solo soñarse, y el paisaje una aureola de vida,
donde se construye en el silencio del desasosiego el libro. Vivir, amortajar su
propio tedio, para llegar a los altares de su silencio. Una meditación escrita
con el sensorio de una mente iluminada por la melancolía, la tristeza que es
dulce alegría en el resplandor de una luz que entra en horas e instantes del día
donde lo bello y lo inútil ponen toda su alma sabiendo que nada enseña, nada
hace creer, sentir, como un libro que hace tu claro de luna que te hace
otro/otra. Un libro que sea tu hora. Para los que nunca partieron a ese viaje
que nunca hicieron. Una ventana que se abre a los campos donde no entra ni la
filosofía ni las ideas que cerrarían esa ventana con todo el mundo fuera para
solo ser un sueño de lo que se podría ver. Los tres heterólogos y Bernardo
Soares convergen en un vórtice que es la metafísica aplicada a las cosas, la
rutina, la vida del tedio, la pequeña felicidad de instantes, el sueño de una
luz que nos hace ser más allá del juego, porque conocer es como no haber visto
nunca por primera vez, ese es el niño de sus sueños que sino hubiera visto por
primera vez sería como haber oído contar. Como quien desaparece en la distancia
que alcanza, y acelera pero el corazón queda vacío, insatisfecho más exacto que
la vida cada vez más cerca en el cansancio de la propia imaginación cuando el
alma se rompe como un vaso vacío en el silencio y en la luz falsa del fondo.
Como el contraste noche y día, no pensar en nada, que es tener el alma propia y
entera, vivir íntimamente. Escribir poemas que jamás deben dejarse en el cajón
son como las flores para ser exhibidas en el jarrón. Eso que hace escribir: una
cantidad de desilusión, un domingo al revés del sentimiento, un festivo pasado
en el abismo, un estar existiendo con todo lo que se contiene y con todo lo que
en uno se desdobla y que al fin es la misma cosa en varias copias iguales, un
grito para dar, una angustia por sufrir,” no soy nada, nunca seré nada, no
puedo querer ser nada, aparte de eso, tengo en mi todos los sueños del mundo”
así Pessoa abre la ventana del cuarto en su grandiosa obra la Tabaquería,
firmada por Alvaro de Campos. En una calle inaccesible a los pensamientos,
real, imposiblemente real, verdadera en el misterio de las cosas, en la verdad
que se brinda y qué hacer con tanta verdad? Pasear por el jardín, dormirse una
siesta, meterse en la bañadera? Pensar, encontrar, olvidar, demasiado para una
cabeza, ir a jugar a las barajas para no sentirse dividido y que cada parte
vaya por su lado, pero adonde, adonde? sino a la tabaquería real por fuera en
la sensación que todo es un sueño, así flotamos ese aire del otro lado de la
calle, vemos de una forma diferente sentados en la silla en ese momento
inigualable soñado y soñando “lo que nunca seré y siempre quise ser”, hermoso
sueño ir hacia lo imposible “invocándome a mi mismo hacia la nitidez de la
ventana”, como quien echa 10 centavos en la ranura, -el poema se intensifica-este
es el mundo, donde no soy yo sino todos los demás. Esencia musical de versos
donde va el borracho y encuentra su espejo, y finalmente morirán todos y
también el planeta giratorio donde todo esto sucedió. Y alguien seguirá
haciendo cosas como versos y otros escucharan. Pero el ensueño termina al caer
la realidad plausible: un hombre compra tabaco, enciende un cigarrillo fuma,
piensa que si alguna vez fuera escrito en versos este gozo de un momento
sensitivo del humo siguiendo su ruta, sería captado, ahora el dueño de la
tabaquería me ve por la ventana y sonríe y el universo se reconstruye. No hay
más metafísica que ese sincronismo sensorial en que todas las almas se conjugan
y son para lo que han venido a ser.
No hay comentarios:
Publicar un comentario