miércoles, 17 de mayo de 2023

Pessoa a pessoa. Por Pablo Queralt.

 


Fernando Pessoa.

 

Cuantos escritores hay en un escritor, cuantas voces en Fernando Pessoa hablaron y dieron cuenta que el poeta es un fingidor, sus heterónimos hablan de ello, Alvaro de  Campos, Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Bernardo Soares, todos se anticipan al futuro a sabiendas de la nostalgia que se ha de sentir allí, en ese libro maravilloso, ars de ars de una vida remota de los que triunfan al revés. El desasosiego despliega en sus páginas lo que el libro por si solo habla, lo que piensan los ojos de las cosas de afuera, con los ojos de un vagar enérgico y con la fortaleza de la templanza -y lo irrita la felicidad de todos esos hombres que son desgraciados-. La palabra justa, la imagen necesaria, contundente llena de color en su inerte permanencia que lo liga a un tiempo puro en escenas que son un movimiento que no descansa en su propia estática. Rompe con sus cuadros, escenas, dramas de lo ínfimo y lo vital la mentira del ideal según Nietzsche, esa suspendida por encima de la realidad. Las esferas de la exterioridad confrontadas con la interioridad al compás de su propio tiempo y espacio como un poema sin fecha. Fragmentos de escritura como hachazos de un rayo helado -como todos creemos que estaremos vivos después de muertos, nuestro miedo es de ser enterrados vivos-. O sus letanías en Alvaro de Campos, mira un mar, a los que parten de viaje, mira a los trenes como quien los extraña, como cosas férreas que llevan almas, conciencias de vida y de si mismos, hacia lugares verdaderamente reales, lugares que cuesta creer realmente existen hasta querer encontrar una nueva sensación física que le hiciese pertenecerse a su ser poseedor. Su cantar metafísico, su odas de Alberto Caeiro, “es tan suave la fuga de este día que no parece que vivimos”, “que los dioses nos dan el alto premio de ser lucidos invitados de su calma”. Entre un sosiego y desasosiego donde parece que afuera nada existiese. Siempre la polaridad exterior- interior que da el color del pensamiento y el sentido lirico metafísico donde se pierde y encuentra en los pensamientos de lo que significa ese su reloj que llena su pequeñez, su curiosa sensación de llenar esa pequeñez. Al fin somos todos tan pequeños en este cosmos, universo entre árboles, montañas, mar, del gran secreto que nos invita a mirar, esa verdad que todos andan encontrando y no encuentran. Y que solo por no ir a encontrarla se encuentra. Definitivamente un día extremadamente nítido. El guardador de rebaños que nunca ha guardado un rebaño, pero su alma es como un pastor porque toda la paz de la naturaleza sin gente viene a sentarse a su lado, y su sosiego es tristeza que es lo que debe haber en el alma cuando piensa que existe, solo lo apena saber que están contentos sus pensamientos porque sino lo supiese en vez de estar contentos y tristes estarían alegres y contentos. Porque pensar es incómodo como andar bajo la lluvia. Poemas de pensamiento e imágenes potentes como quien comprende o finge que comprende, al fin vivir que es lo mismo a saber. Todos los yo de Pessoa proyectados, transpolados, vistos desde afuera desde adentro, también a lo Polansky en su film el inquilino cuando se ve por la ventana, saliéndose de su cuerpo para volar a otro estar de un mismo ser- no ser ahí. En esa velocidad de despliegue casi inmediata de sumergirse en la máquina del mundo con un sentido ampliado en lo infinito e indivisible. Un yo en una efusión cósmica, de mundo de lo sensible en la materia y por fuera donde el aura de misterio se intensifica. Siempre una respuesta que es pregunta. Un paradigma estético de yo en yo diario de vida que crea constelaciones de universos en el orden de lo dado, lo divino, lo verdadero, la aprehensión cognitiva más allá de una época, lo atemporal conectado a lo de todos los días en la oficina, la tabaquería, el mundo de la ventana, la observación de una subjetividad donde hace su territorio existencial. Su verdadero repertorio y Corán  el libro del desasosiego, con pensamientos esbozados, bostezados, volando por parques, alrededores, caminatas que hacen su propio Tao, en un amarillo lento, donde los intervalos se profundizan y los sonidos se espacian en una forma propia y distinta, donde el silencio entra con el color en una interrelación diferente de planos con los espacios usando la extensión. El sueño es tan solo soñarse, y el paisaje una aureola de vida, donde se construye en el silencio del desasosiego el libro. Vivir, amortajar su propio tedio, para llegar a los altares de su silencio. Una meditación escrita con el sensorio de una mente iluminada por la melancolía, la tristeza que es dulce alegría en el resplandor de una luz que entra en horas e instantes del día donde lo bello y lo inútil ponen toda su alma sabiendo que nada enseña, nada hace creer, sentir, como un libro que hace tu claro de luna que te hace otro/otra. Un libro que sea tu hora. Para los que nunca partieron a ese viaje que nunca hicieron. Una ventana que se abre a los campos donde no entra ni la filosofía ni las ideas que cerrarían esa ventana con todo el mundo fuera para solo ser un sueño de lo que se podría ver. Los tres heterólogos y Bernardo Soares convergen en un vórtice que es la metafísica aplicada a las cosas, la rutina, la vida del tedio, la pequeña felicidad de instantes, el sueño de una luz que nos hace ser más allá del juego, porque conocer es como no haber visto nunca por primera vez, ese es el niño de sus sueños que sino hubiera visto por primera vez sería como haber oído contar. Como quien desaparece en la distancia que alcanza, y acelera pero el corazón queda vacío, insatisfecho más exacto que la vida cada vez más cerca en el cansancio de la propia imaginación cuando el alma se rompe como un vaso vacío en el silencio y en la luz falsa del fondo. Como el contraste noche y día, no pensar en nada, que es tener el alma propia y entera, vivir íntimamente. Escribir poemas que jamás deben dejarse en el cajón son como las flores para ser exhibidas en el jarrón. Eso que hace escribir: una cantidad de desilusión, un domingo al revés del sentimiento, un festivo pasado en el abismo, un estar existiendo con todo lo que se contiene y con todo lo que en uno se desdobla y que al fin es la misma cosa en varias copias iguales, un grito para dar, una angustia por sufrir,” no soy nada, nunca seré nada, no puedo querer ser nada, aparte de eso, tengo en mi todos los sueños del mundo” así Pessoa abre la ventana del cuarto en su grandiosa obra la Tabaquería, firmada por Alvaro de Campos. En una calle inaccesible a los pensamientos, real, imposiblemente real, verdadera en el misterio de las cosas, en la verdad que se brinda y qué hacer con tanta verdad? Pasear por el jardín, dormirse una siesta, meterse en la bañadera? Pensar, encontrar, olvidar, demasiado para una cabeza, ir a jugar a las barajas para no sentirse dividido y que cada parte vaya por su lado, pero adonde, adonde? sino a la tabaquería real por fuera en la sensación que todo es un sueño, así flotamos ese aire del otro lado de la calle, vemos de una forma diferente sentados en la silla en ese momento inigualable soñado y soñando “lo que nunca seré y siempre quise ser”, hermoso sueño ir hacia lo imposible “invocándome a mi mismo hacia la nitidez de la ventana”, como quien echa 10 centavos en la ranura, -el poema se intensifica-este es el mundo, donde no soy yo sino todos los demás. Esencia musical de versos donde va el borracho y encuentra su espejo, y finalmente morirán todos y también el planeta giratorio donde todo esto sucedió. Y alguien seguirá haciendo cosas como versos y otros escucharan. Pero el ensueño termina al caer la realidad plausible: un hombre compra tabaco, enciende un cigarrillo fuma, piensa que si alguna vez fuera escrito en versos este gozo de un momento sensitivo del humo siguiendo su ruta, sería captado, ahora el dueño de la tabaquería me ve por la ventana y sonríe y el universo se reconstruye. No hay más metafísica que ese sincronismo sensorial en que todas las almas se conjugan y son para lo que han venido a ser.               

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