viernes, 10 de enero de 2020

EN EL ATELIER DE UN PINTOR. Yves Bonnefoy traducción Pablo Queralt. 



Estoy en el atelier de un pintor en el momento más expectante de la noche. Tan avanzada la noche ¿que puedo hacer mejor que arriesgarme aun más, caminar después de ir deslizándome con los reflejos de la luna como sobre una piedra pulida hasta este amigo pintor que trabajó todo el día?

Tanteando encontré la segunda puerta, la empujé de par en par, entré. Allí la oscuridad es casi total, yo no distingo más que vagamente una pared muy áspera a mi derecha, al alcance de mi mano, parece elevarse infinitamente a lo alto hacia un posible cielo de uno de aquellos mundos de aquí como hay tantos sin estrellas. Toco esa pared, me recuesto contra ella, me ayuda a avanzar: con precaución, como se debe, entonces, debido a que yo sé que el atelier esta  abarrotado de mesas, caballetes, cuadros, potes de pintura dejados abiertos en el piso. Y también aquí y allá los montones informes de lino húmedo.

Pero que eso que me choca? Está vivo, siento bajo mi mano un lomo de lana suficientemente alto. Y tuve que asustarla a esta oveja porque hizo un salto al costado mío con un balido que en esta oscuridad provocó alarma: por todos lados y hasta muy lejos percibo un retumbar en el cuál yo sentí ser atropellado, esta vez con bramidos, rebuznando, un grito que se destacaba a veces muy agudo, del simple y triste rumor de todas esas vidas invisibles. Mi amigo, el pintor, serías un retratista? Si puediera encontrar un interruptor y alumbrar, ir y ver estas cabezas paradas delante de mí, no, estos hocicos, grandes orejas erguidas, ojos innumerables que me miran firmemente con ese miedo incesante y ese asombro de no entender que son una parte de la vida?

Sí, pero donde está ella, esta luz? Yo siento que estoy sobre la arena, donde se abate el agua tibia de las olas que se rompen, todas cerca de mí : las escucho, respiro el olor …extiendo la mano, sobre el muro. Es esto una mesa, con lápices, y hojas? No, no. 



Pintor, tenías ayer gestos tan precavidos para no dejar que el mundo envejezca! Mirando directamente al color, cortando el azul, el verde, con grandes tijeras que lleva la vida, la muerte, el deseo, la infancia. Haciendo que se eleven toda clase de días entre las hojas, y que en cada vez eso fuera inesperado, tranquilizador, hermoso. Ah pintor, amigo mío, por suerte existes! La prueba, este abrigo quizá negro, manto de tinta, silencioso, infinitamente duro, cemento tal vez, que toco sin ver nada en este perchero cerca del cual  me quedé, en la puerta todavía.    





Y aquí lo que ha pasado a mi lado, son dos hombres. Uno le dice al otro:  “the air bites shrewdly, it is very cold”. En cuanto se abre la puerta de par en par, los dos salen riendo, y eso es por un instante un rayo de luna, estrecho pero lo suficiente brillante como para  ver, allá abajo, en el centro del estudio en tu búsqueda sin fin. Donde estamos? En las murallas. Estas cerca de uno de los grandes creneles, también sentado contra la piedra, tus ojos vuelven a ese cielo decididamente sin estrellas. Y delante de ti, tienes en tus manos hojas cuya sangre fluye, se distingue una cara aun, la de un Dios, con un gran sufrimiento que respetas. Pero que hacías tu?


No hubiera sabido, desde este umbral donde estaba, pero resulta que estoy también muy cerca de ti, mi amigo, y veo que eres inmenso, una especie de jardinero, y que te comprometes a hacer correr el agua -es verde azul y amarillo ocre y negro también, y rojo, un rojo del cielo del atardecer- en los pliegues movedizos de un campo del comienzo del mundo. Agua que ha llegado desde infinitamente lejos para rejuvenecer este suelo que ha sido arado. Ya crecen las plantas que ni tú ni yo hubiéramos imaginado ayer. Y la oveja que me había golpeado, aquí está. Su cabeza busca mi mano y ella tiembla, por supuesto esta preguntando, como cualquier petición en esta tierra.



Detrás de este atelier hay un gran jardín, o parque, con árboles de otro sector y sus viejos caminos que no terminan en ninguna parte. En un punto llegué a una especie de kiosco.   Se entra allí, en tres pasos, es pequeño, hasta una habitación con una mesa donde una vez se abandonó un rollo de cuerda.  El rollo esta deshecho, un extremo de la cuerda cuelga hasta el suelo, casi lo toca.








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