Lorenzo
García Vega. Una cuenta del callado rosario. Por Pablo Queralt.
Lorenzo
García Vega es un poeta sabio y callado que cuando pone la palabra en acción
pone la bala al modo de los pintores minimalistas con grandes espacios y
detalles pequeños alucinantes, minuciosos. El ve el detalle que marca la diferencia,
busca el pelo en la sopa como suben y bajan las lomas de la juventud y la
vejez, como maduran las palabras. Su tiempo y espacio van en paralelo al del
mundo, transmutando, transpolando un lenguaje de lo que es y debiera ser, por
que en él impera y hace blanco ese orden natural que lleva en él. Como se
autodenomina Lorenzo Vega: escritor no escritor que gira alrededor de un centro
que no es geométrico, va recorriendo sus laberintos de versos e infidencias de
la vida que la vida misma le enseñó y hace su sabiduría día a día como quién
cuenta a otro lo que le pasa en ese aire clandestino del oficio. Un sottovoce a
todas voces que atraviesa lo real y la escritura, en esa transpolación va toda
su polenta, su máquina a puro pulmón y estrategia dirigiendo sentido y
palabras. Trasladar lo olfativo a textura para crear otra dimensión, una
construcción que fuera una cajita, otro sentido como una música de jazz, todo
es una traducción de un relato que no relata, lo que seduce es el modo
garcilariano neobarroco de imágenes, ideas, convencimientos entrecortados,
entrecruzados como rupturas, de lo fractal, fragmentario que fluye libre en el
yo desbaratado por el ser como autenticidad de lo vívido, aprendizaje del dicho
“de para lo que te va a servir”. Lo burlesco, lo irónico de lo inevitable como
un gran mar que nos apodera, y es que somos de allí y no esto que creemos que
somos, esto que vemos. Y allí queda en un sentido el olfatorio para pasar de un
olor a otros olores como secuencias, relatos, piezas pequeñas que pudieran
entrar en una cajita, ese es el material con el cuál trabaja, algo que tal vez
pudiera hacerle daño, y es que hay recuerdos, situaciones, sucesos, que nos
afectan, bueno él se mete con lo que otros prefieren olvidar. Es la curiosa
valentía del poeta que lo lleva y va de cuento en cuento como en una zaga siguiendo
a los fantasmas que ama. Dice, me pasé la vida guardando piezas contrahechas
para trabajar con ellas pero los escritores y artistas son tan brutos que no lo
pueden entender. Ladrillo a ladrillo va construyendo el ideal del sueño con
esos rincones, espacios, cocinas, lugares maternos, recreos, patios, donde sale
su verdadero actor. En un intentar ver las imágenes como un traductor para ver
la borrosa infancia entre la luz mocha. Se sube a todos los trampolines para
atravesar esa luz opaca, ese silencio denso de lo secreto, para encontrar, para
masticar palabra alguna constructora de lo verdadero. Atender al suspenso que
engendran los miedos, y ver cuál suspenso será el más efectivo como cuando en
una película se ve una bomba dentro de una maleta entre dos que van charlando
en los asientos de un tren sin que ellos la hayan visto y luego estalle, a que
directamente estalle. Maneja los tiempos y escenas del yo y del ser, con gran
maestría en esa sospecha de al más mínimo gesto. Avanza con sus versos como
sombras fílmicas que lo salvan de remontar el río al revés, recorre esas
escenas silentes de Tom mix en la pantalla, de algo que no existe más y es la
lluvia sobre el parabrisas lo que lo lleva a su realidad, su pasado ya fue y el
futuro no llegó, ve y comprende la cantidad de cosas raras que en el
inconciente pueden suceder para quedar razonando extraños porcentajes. Como un
niño que se ha puesto los ojos y se auxilia con libros y dice en esa realidad
había estado? El lirismo barroco de
Lorenzo Vega como un dibujo apagado por el destrenzar pálido nevar de invierno.
Porque nuestro centro galopa y a veces sabe a donde va y otras no, es el azar y
la dicha de estar que una conciencia que va adquiriendo y asombrándose desde el
niño que nunca perdió y ejercita poemas como juegos o fuegos de quién
transfigura o transilumina desde la vida real a la vida de la escritura sin
saber finalmente cuál es cuál. El poema nos lleva por varios lugares
construyendo. Tal vez ese jinete de la lectura de imaginarnos la noche y
nuestro traje y nuestra tristeza con su canto de rasgado insecto. Así va como
en una película de Cronemberg. Una cuenta del callado rosario en las roturas
que no preguntan, sus poemas para una penúltima vez. Su soliloquio con el libro
dice, ahora vuelvo al libro del ocioso dandismo, del juego de mis manos como
inútiles payasos en su juego de dedos y de la mujer dormida donde levanto mis piedras. Toda esa
voluptuosidad, ese sensorial sensualismo del Eros. Ya vuelvo libro del tedioso
horizonte. Escribe ausente desde el imperativo un nosotros, hay que mirar, no
se van sus palabras, la luna se esconde, trote rápido de caballos, signos esta
noche trazando cambiándome revolviéndome. Aunque el yo aparezca aparece ausente
como observado por otro como si fuera un testimonio de anacrónicas líneas que
parecen conocidas. Es un rumor de distancias hacia las cosas el sueño de un
instante como nave de iglesia. En esa nave donde vamos todos en su lectura. Sueños
que fluyen como collage fotográfico y que se atascan allí donde está el
conflicto que interesa al ser para confrontarlo, dilucidarlo como esas pausas
de luz, navegar siempre en lo curioso del cuento para capturar el instante de
lo fantásticamente diminuto, lo que el mediodía traduce, lo que mejor ni
hablar, lo que no se puede hablar y jugar con eso. Con lo que nuestro destino
requiere, un lograr estar seco un día de lluvia, una suerte de conciencia
creada. Es todo tan difícil de resolver nos dice el poeta, nos vamos a
entretener un rato desde el juego que saben los grandes poetas, ofreciendo
todos los coloretes de si, una vida con las rayas del buen tigre y el sabroso
caramelo. Sus campos son esos trozos de vida incorporal que los demás desdeñan
o les son inútiles, para filosofar sobre lo profundo de pequeñeces viendo la
biblia y el calefón y no llorar total para qué si es más de esa lluvia o agua
que no moja, es las 2 visiones del fantasma, el desnudo y el imaginado,
archivado de sueños que nos llega por correo y cuando abrís el mail ya fue, y
seguís buscando tu tornillo aunque te lleve toda una vida, ese es su poema, su
libro, su obra, su territorio existencial. Mirar por mirar cuando algo se ha
ido de uno como capas de pasado que se han ido muriendo. Quien encuentra a quién en ese encuentro
cotidiano que asombra, sorprende, todo eso que va en la energía de collage
barriendo, spoliando imágenes capturadas por el ojo visor en ese plasma
territorial de lo que es dejado en el centro mismo de la llama que guía la mirada
que se resiste y dice que no es hora que se borre ese objeto de sombra, ese
tren de tanto paso, esa risa que perduró.
Gracias! No lo conocía
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