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Un adolescente inofensivo,
más bien enclenque, a
menudo enfermo,
eso es lo que era.
Mas tarde entendí que estas
enfermedades
habían sido organizadas.
Que mi madre le había
puesto nombre
antes que se declararan,
como si algo oscuro
en ella hubiera querido
hacerlas realidad.
Era su forma de amarme?
Durante mucho tiempo
fue como si su pecho encima
de mi
hubiera ocultado el mundo.
Ese pecho tenía una mirada
imperiosa
dando lecciones de amor,
voraz
como el ojo de un
prisionero cuando ve una silueta
a lo lejos y trata de
quedársela para si.
Sin embargo la silueta se
aleja
poco a poco sale de su
campo
y no le pertenece a ella ni
a él.
Un niño, el infante
el que aún no habla,
solo sabe a que pertenecer.
Entonces crecí pegado a
este pecho,
abandonado en él,
destrozado contra la
areola.
Asfixia mamaria. Ni
siquiera
sabía que estaba oprimida.
En el patio del recreo fue
su vientre
en que caminé.
Sobre todo no le hagas
daño.
Me requirieron. Amarla. Ser
para ella.
Un día para librarme del
estreñimiento,
me hizo sentar en la mesa
frente de ella.
Ella había cantado una
canción.
Todo lo que hubiera salido
de mi
se le hubiera escapado a
ella.
De mi no salió nada
que de antemano le perteneciera.
Nada que le conviniera.
Posteriormente quise
protegerme de este monstruoso
encanto haciéndome
boxeador.