jueves, 22 de noviembre de 2018

CIRCE MAIA UNA POETA Y UNA POETICA  EXTRAORDINARIA. Por Pablo Queralt.




Las escenas que el lenguaje de la poeta va creando como transmisores de lo que subyace, aquello no oculto sino presente pero no a los ojos del reflejo del espejo sino de aquel que posa los ojos en el espejo para adentrarse en las cosas, en esa impresión de las cosas en las palabras con su realidad autónoma para traernos su felicidad, ese a la deriva del deseo, “sobre el mantel después de haber comido –nos habíamos ido todos ya de la mesa- que presencia tan fuerte de realidad y reposo: los vasos en su vidrio, la jarra con su leche tranquila luz cayendo sobre el frío de la loza.”

Esa puesta en abismo de Bonnefoy de estados cerrados de significantes opuestos que a partir de uno a otro producen un progreso hacia una forma de verdad una cámara lúcida de percepción donde transita el ser.

Como breves descansos al subir escaleras
-¿ es ascenso o descenso ?-
como escaparse un rato de las ruedas gigantes
de golpes imprevistos, de un tiempo hecho jirones. 

Y en verdad, no se puede:
un mundo inaccesible que en sí mismo reposa
y no permite entrar porque se quiebra;
un agua remotísima, luciente, fría, pura
que no puede llegar a los labios sedientos.




Lo que interroga la poesía, como limpiando la maleza para reconocer a lo Giacometti, que la realidad quedó en el valle materno y a partir de ahí seremos exiliados viviendo con otros seres destinados a vivir en el exilio para hacer una verdadera lectura del mundo fuera de la mala imaginación, creando un universo- mundo-imagen. Cada palabra con su significante y color llenando esa sinfonía en blanco como diría Mallarmé.



Fragmentos del poema “en el tiempo” del mismo libro

Hay eso que se acaba y sin terminarse
que se queda así, como capullo roto
gajo recién nacido, quebrado, una verde
planta pisada.

Pero hay cosas maltrechas, resistiendo
gastadas sin fuerzas
y sin embargo están, ya ni se sabe cómo
y sin embargo quedan.

Cuando se cortan hilos extendidos
 a tiempos no llegados
se ve desmoronarse
azul y resplandor de luz de agua, nuevo
verde que llegaría
voz que se escucharía
que se hubiera escuchado
y color de mañana silenciosa
desprendiéndose lenta
de noches que vendrían.

Se acaba y borra
hora naciente
de golpe hundida.

En cambio nos quedan, no se van nunca
viejos restos, como hoja arrugada
amarilla de vieja esqueleto de resto de vida
 y se queda.





Ya sabemos que en el poeta están los poetas que han leído como una incorporación análoga a una ingesta en el imaginario inconsciente; en este poema de Caraguatá parecería brotar esa sombra en la memoria sensitiva, enriquecida ahora por la voz de la poeta con cierto resabio machadiano de esos versos de Antonio “y cuando llegue el día del último viaje me encontrareis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar” como disparador tal vez del imaginario de la poeta que monta su propia escena,  su propia verdad como una naturaleza de lo oscuro a lo claro, un instante, abrirse a todo aire, soltarse a toda luz, en palabras de la poeta.




A la hora final
cada uno tendrá su pequeño paisaje
para borrar con él esa penumbra
de habitación de enfermo.

Este trozo de río no está mal, por ejemplo,
para guardarlo así: las costas verdes
rodeándolo, brillante, silencioso.

Y son dos movimientos
mientras el bote avanza
sin ruido, hacia delante,
 la imagen, al contrario,
va hacia atrás silenciosa,
abriendo el pensamiento
y ancla profundamente.

Cuando toque soltar amarras
de una vez para siempre
 el viajero no habrá de ver los muros
–frascos, cama, remedios-
sino este río inmóvil
bajo la luz del sol, resplandeciente.



Su obra poética como ramificaciones de un árbol ramaje de los signos cada uno en su mundo, su casa, que es la lengua en que está escrito, un bosque inmóvil, silencioso una respiración que recorre el raro espejo de las palabras, el silencio de la página en blanco con la gran maestría del que conoce el aire entre las palabras.
La poesía de Circe Maia como un cielo total donde todas las preguntas tienen su respuesta, una forma de comprender desde su imaginario las cosas que pasan y ya son pasado como dice la poeta “lo maravilloso de la poesía que nos acerca a los que estamos lejos”, una herramienta para descubrir, vivir en el mundo de lo sensible.
El registro del misterio, “varios relojes invisibles miden el pasaje de los distintos tiempos”, sistemas que va proponiendo la poeta y siempre cumplen con lo que prometen , hay una levedad de mundo, una respiración con su hálito con su impulso enunciativo que su escritura explora “tiempo lento: las piedras vueltas arena…” como una piel que al mínimo roce absorbe la existencia de las cosas el detalle “tiempo de estiramiento: despacioso invisible, el reloj vegetal de la hora verde, la hora roja y dorada…”  su desintegración evaporación y en ella el punto de contacto centro para hallar su origen, la co-razón del poema o sea el corazón.
 “otra vez se levanta de la memoria
el golpe del remo contra el agua
brilla el arroyo y tiemblan las hojas
en la sombra”    




Este artículo fue publicado en 2012 por el suplemento cultural del diario Punto uno de Salta y de El Pregón de Jujuy en 2013.












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