CIRCE MAIA UNA POETA Y UNA POETICA EXTRAORDINARIA. Por Pablo Queralt.
Las escenas que el
lenguaje de la poeta va creando como transmisores de lo que subyace, aquello no
oculto sino presente pero no a los ojos del reflejo del espejo sino de aquel
que posa los ojos en el espejo para adentrarse en las cosas, en esa impresión
de las cosas en las palabras con su realidad autónoma para traernos su
felicidad, ese a la deriva del deseo, “sobre el mantel después de haber
comido –nos habíamos ido todos ya de la mesa- que presencia tan fuerte de realidad
y reposo: los vasos en su vidrio, la jarra con su leche tranquila luz cayendo
sobre el frío de la loza.”
Esa puesta en abismo
de Bonnefoy de estados cerrados de significantes opuestos que a partir de uno a
otro producen un progreso hacia una forma de verdad una cámara lúcida de
percepción donde transita el ser.
Como breves
descansos al subir escaleras
-¿ es ascenso o
descenso ?-
como escaparse un
rato de las ruedas gigantes
de golpes
imprevistos, de un tiempo hecho jirones.
Y en verdad, no se
puede:
un mundo
inaccesible que en sí mismo reposa
y no permite
entrar porque se quiebra;
un agua
remotísima, luciente, fría, pura
que no puede
llegar a los labios sedientos.
Lo que interroga la
poesía, como limpiando la maleza para reconocer a lo Giacometti, que la
realidad quedó en el valle materno y a partir de ahí seremos exiliados viviendo
con otros seres destinados a vivir en el exilio para hacer una verdadera
lectura del mundo fuera de la mala imaginación, creando un universo- mundo-imagen.
Cada palabra con su significante y color llenando esa sinfonía en blanco como
diría Mallarmé.
Fragmentos del poema “en
el tiempo” del mismo libro
Hay eso que se
acaba y sin terminarse
que se queda así,
como capullo roto
gajo recién
nacido, quebrado, una verde
planta pisada.
Pero hay cosas
maltrechas, resistiendo
gastadas sin
fuerzas
y sin embargo
están, ya ni se sabe cómo
y sin embargo
quedan.
Cuando se cortan
hilos extendidos
a tiempos no llegados
se ve desmoronarse
azul y resplandor
de luz de agua, nuevo
verde que llegaría
voz que se
escucharía
que se hubiera
escuchado
y color de mañana
silenciosa
desprendiéndose
lenta
de noches que
vendrían.
Se acaba y borra
hora naciente
de golpe hundida.
En cambio nos
quedan, no se van nunca
viejos restos,
como hoja arrugada
amarilla de vieja
esqueleto de resto de vida
y se queda.
Ya sabemos que en el
poeta están los poetas que han leído como una incorporación análoga a una
ingesta en el imaginario inconsciente; en este poema de Caraguatá parecería
brotar esa sombra en la memoria sensitiva, enriquecida ahora por la voz de la
poeta con cierto resabio machadiano de esos versos de Antonio “y cuando llegue
el día del último viaje me encontrareis a bordo ligero de equipaje, casi
desnudo como los hijos de la mar” como disparador tal vez del imaginario de la
poeta que monta su propia escena, su
propia verdad como una naturaleza de lo oscuro a lo claro, un instante, abrirse
a todo aire, soltarse a toda luz, en palabras de la poeta.
A la hora final
cada uno tendrá su
pequeño paisaje
para borrar con él
esa penumbra
de habitación de
enfermo.
Este trozo de río
no está mal, por ejemplo,
para guardarlo
así: las costas verdes
rodeándolo,
brillante, silencioso.
Y son dos
movimientos
mientras el bote
avanza
sin ruido, hacia
delante,
la imagen, al contrario,
va hacia atrás
silenciosa,
abriendo el
pensamiento
y ancla
profundamente.
Cuando toque
soltar amarras
de una vez para
siempre
el viajero no habrá de ver los muros
–frascos, cama,
remedios-
sino este río
inmóvil
bajo la luz del sol,
resplandeciente.
Su obra poética como
ramificaciones de un árbol ramaje de los signos cada uno en su mundo, su casa,
que es la lengua en que está escrito, un bosque inmóvil, silencioso una
respiración que recorre el raro espejo de las palabras, el silencio de la
página en blanco con la gran maestría del que conoce el aire entre las
palabras.
La poesía de Circe
Maia como un cielo total donde todas las preguntas tienen su respuesta, una
forma de comprender desde su imaginario las cosas que pasan y ya son pasado
como dice la poeta “lo maravilloso de la poesía que nos acerca a los que
estamos lejos”, una herramienta para descubrir, vivir en el mundo de lo
sensible.
El registro del
misterio, “varios relojes invisibles miden el pasaje de los distintos tiempos”,
sistemas que va proponiendo la poeta y siempre cumplen con lo que prometen ,
hay una levedad de mundo, una respiración con su hálito con su impulso
enunciativo que su escritura explora “tiempo lento: las piedras vueltas
arena…” como una piel que al mínimo roce absorbe la existencia de las cosas
el detalle “tiempo de estiramiento: despacioso invisible, el reloj vegetal
de la hora verde, la hora roja y dorada…” su desintegración evaporación y en ella el
punto de contacto centro para hallar su origen, la co-razón del poema o sea el
corazón.
“otra vez se levanta de la memoria
el golpe del remo
contra el agua
brilla el arroyo y
tiemblan las hojas
en la sombra”
Este artículo fue publicado en
2012 por el suplemento cultural del diario Punto uno de Salta y de El Pregón de
Jujuy en 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario