martes, 23 de octubre de 2018

HECTOR VIEL TEMPERLEY. Por Pablo Queralt.



Las piletas, el mar, las plazas, el hospital los espacios Viel Temperley con su nado y la pasión del poeta por debajo de todo sobrenadando poniendo alas como un fósforo que se prende y apaga: es el fuego que lo anima al poeta o tal vez sea oxígeno que aviva al fuego o lo apaga si merma en esa oscilación de su escritura que va de un extremo al otro. De una orilla a otra de la pileta, del río, del mar, el registro de una voz “de días que no existen” “de agua sobre agua”. El papel del agua vinculando al agua con caballos, la lluvia, el sol y su evaporación en la anécdota del caballo que vio morir junto a su dueño y que él galopó donde todo se unifica rompiendo con la separatividad,“el agua desde Dios se desliza” cerrando sistemas que siempre cumplen con las expectativas de la gran poesía.
Sus poemas son silenciosos cielos en que el niño le reza a Dios y adora a su madre, “el nadador”, el que nada, que quiere ser aguada, beber sus lluvias. Se aúna con la naturaleza en esa pulsión impresionista del mejor Van Gogh, esa fuerza que arde y vibra con todo lo que se sostiene en el aire. Es una poesía con  garra, fuerza aguerrida de brazos tenaces que siempre avanzan, del nadador, del que se maneja con destreza en su medio el libro, la página.
Con un manejo sutil, convincente de la escritura casi rezo, ese tono confidencial o de relato claro y profundo de cosas internas que saca de su cuerpo como en un estado de guerra entre el amor y la pena, la tristeza que se mueve en el cuerpo y el alma entre cielo y tierra las verdades fundamentales,  imprimiéndole al verso la cadencia de la emoción y la palabra justa, potente que no deja dudas. Su cuerpo animal antiguo “a la caza de su casa”, ese ímpetu, impulso, cueva de fuego que espera ser perdonado por los días que todavía le esperan.
El poema busca una idea que siempre encuentra y tiene una intención de juego del que es muy difícil quedarse afuera, con una llama que siempre llama en esa relación con el lector.

Mi caballo oscuro

Voy, ángel de mi tiempo, a más de ciento treinta,
camino de un monasterio o a un lugar en  la tierra.
Para ir hacia la muerte, derecho y detonante
mi caballo es oscuro como un buque de guerra.

(  )
Como hombre de mi tiempo yo le canto a esta máquina.
De vuelta de nadar, ya encima de la tormenta,
la he visto en lo más alto de mis días felices.
Tiene ese gris oscuro de los buques de guerra


Legión
fragmento
Su mano no conoce el peso del venablo/ pero sobre sus hombros ha cargado/ la nieve de la mañana,/ la ha levantado de entre las zarzas.


Hospital Británico
Pabellón Rosetto, larga esquina de verano, armadura de mariposas mi madre vino al cielo a visitarme.

Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz me han sacado del mundo.

Mi madre es la risa la libertad el verano.

A veinte cuadras de aquí yace muriéndose.

Aquí besa mi paz ve a su hijo cambiado, se prepara –en Tu llanto- para comenzar de nuevo.



Como dice la poeta Tamara Kamenszain de esta “poesía samurai” con “el ángel vivo de un escritor” “estos versos condensan lo más certero de nuestra tradición, lo más extraño y familiar de nuestra lengua.”
Una atmósfera vida muerte, milagro-realidad donde el poeta trasciende atravesando el muro y observando siendo testigo de la mente, allí “en que camina hasta las areneras del sur de la ciudad”en ese vacío ve.
“Vengo de comulgar y estoy en éxtasis”  verso con que comienza cada unidad o poema de su libro “Crawl” con esa fuerza en esa intensidad de guardavidas “que abatían la sal de sus cabezas con una damajuana muy pesada de agua dulce … que entre todos cuidaban”, la vida cuidada por esos diestros en el nado de la vida de las cosas, que para serlo necesitan sacar, limpiar su cabezas, su mente de aquello que guarda que conserva que es la sal del recuerdo, para poder ser. Viene de comulgar y esta en éxtasis, comulga como un ahogado en días con dos mares, en confines de tinta se saca el odio con el rigor de la sabiduría del conocedor del resucitar “Soñé que nos hundíamos y después nadábamos hacia la costa lentamente y que de nuestras sombras de color verde claro huían los tiburones.” De pabellón Rosetto.


Obra completa ediciones del docke 2003
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