Rafael Espinosa. El vaquero sin agua en la
cantimplora. Por Pablo Queralt.
Un vaquero sabe que como hay que parar en el
desierto para descansar y luego seguir, hay que tener H2O. Porque la sed existe
y sino se calma comienza la confusión y el principio del fin. Hay un sendero
adentro y otro afuera, con eso es que hace el poema Espinosa. Un aquí -allá, un
pasado para demoler, un presente para dispersar y un futuro para morir, eso
dice el oráculo. Eso es lo que derrotan
algunas parejas, el elixir es saber amar, y Espinosa bien lo sabe. Entonces
suena música de Evangelio, y se espía el mundo, con eso se hace una vida, la
cosa y la abstracción de la cosa. La idea es una opción y no creó las cosas,
esa relación que crece entre las palabras y las cosas, como bien nos contó
Foucault. Y Espinosa además nos cuenta que los sentidos nos engañan a veces
generan ira, melancolía, lujuria, como si quisiéramos atrapar el mundo. Cuál es
la realidad entonces? La restitución nace de la bondad de ver pasar sin sentido
el tiempo. El testigo, el poeta es el que observa, hay un adentro y un afuera,
cuál de los dos prevalece? El poeta nos dice El mundo cumplió con dejarnos entrar y retirarse luego. Tocar,
conocer es todo lo que tenemos, lo demás fenece. Como una cuestión de hacer conciencia
y hacerse real.
La única casa es uno, no hay salvación más que
solo allí, lo demás es perentorio, esa nada, esa selfie imaginaria de nosotros.
La felicidad en los ceibos, casuarinas, poncianas, cerezos, la naturaleza
vegetal presente como también el reino animal en las aves,( pelícanos,
gaviotas, gaviotines, playeritos y otros) hacen su mundo en la mente en un
sentimentalismo que nos une, hermana.
Yo con los demás y con el todo, un mundo
natural, un ecosistema que reina en nosotros de lo que conocemos, un jardín se contiene a sí mismo, que
nuestros ojos profundos traducen. Donde las maquinas deseantes se aquietan.
Como volver al estado del cero, naciente para una practica creativa. Donde
somos ilimitados, donde nuestra mirada dejo de ver
campos limitados. Es otro el devenir humano. Me pueden echar de mi vida pero no de mi
mirada.
Y acerca de vivir aconseja, vivir no con una
quemadura en la memoria. La vida como lluvia donde caen los secretos en lo
austero, lo simple de vivir dentro de los ojos si es que vivir es un asunto
natural.
Pescas y plantaciones sirven de escenario para
aprender a respirar en la pagina palabra a palabra, tomar una forma de la
felicidad, la de haber vivido la antología sin que se le escape el secreto.
La voz interior que pastilla a pastilla hace el
poema, la sabiduría, la canción que puede cantarle a la vida para poder ver el
poniente y poder verse la espalda. Sol y luna en el mismo acto, en una ruta de
autoconstrucción, buscar ese aire que infla en los pulmones y permite volar,
sobrevolar el territorio de existencia, el cuerpo del fantasma, la
transversalidad instalando habitats.
La potencialidad de lo acontecido y la
expresión del sensible al sumergirse en esa zona de ser con todos donde se
pierden las coordenadas.
Registros de mundos de distintas intensidades,
flujos de persistencias, trazando un mapeo de universalidades no dimensionadas.
Una abstracción articuladora de un aire que se aferra al vacío y allí en la
soledad del Ego mirar un tiempo para despedir una estrella de cine y dar la
bienvenida a la estrella de tu vida, y allí ser. Este libro es una forma de
Ser, el que nadie te puede enseñar, excepto uno. Un camino. Un libro que no te
deja escapar. Los gorriones del barrio, los preámbulos del sexo, los óvulos,
los bañistas, las películas de amor, el ardor en los ojos, las palabras en las
pupilas. Farmacias donde se vende sin receta, camposantos donde amenguar el
dolor y que el recuerdo nos permita crear la herida de una herida, así los
poemas para no desplomarnos en el llanto. Aquello que no da Netflix, ni el
Tinder, ni la play, aquello que construimos con lo que nació para perderse o
con lo que vamos perdiendo, los que llegamos siempre tarde donde nunca pasa
nada.
Pasamos el humo, la bruma para ver que
olvidamos por completo lo vivo, y nunca olvidamos lo muerto. Así somos.
Aprendiendo a vivir en sinónimos de realidad, como Humphrey en Casablanca
cuando deja a Ingrid. En esa potencia estética. Una hoja en blanco, un cielo
limpio por venir.
Libro El vaquero sin agua en la cantimplora.
Rafael Espinosa. Editó Caleta Olivia.
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