jueves, 16 de julio de 2020

Ricardo Molinari un gran poeta. Por Pablo Queralt. 




El que se para frente al día ventoso de otoño que lo vio nacer y hoy a tantos años abandonado del tiempo le canta su oda. Ricardo Molinari es una oda escrita en las páginas de su vida y de todo aquello que interesa al escribiente, escritor. A través de su largo prolífico y copioso oficio nos encandila de imágenes, palabras a su antojo utilizadas creando campos de universos que enlazan con colores, incandescencias, claridades de aire,  días murmurantes donde descubre el brillo en lo sombrío. Es el que vuelve retorna para mirar y allí lo sentido, la sensación que rompe sobre lo observado como al pasar en el vagar por nubes y planicies. Y ese sueño que va con el aliento tiniebla del anhelar ligero y que en un suspiro de tanto estar consigo levanta el vuelo y es luz y muerte sin morir que lo lleva. Es admirable como construye y deconstuye a la vez adjetivando y dando potencia a lo que se dice, es una poesía de la fortaleza ante lo irredimible. La templanza lo lleva en una escritura del si y del no. Ardiente y callada sombra toma de mí, dice mis días idos, ansiosos días en su dueño. El lenguaje que maneja al escritor para crear un nuevo  idioma destruyendo, construyendo palabras que compiten, se empujan unas a otras y crean lo inesperado, lo fantástico y fantasmal. Dando un ritmo una maquina sensorial a un nuevo idioma hermético y paisajista como un friso del ser jugado en cada paso del que se aleja del sendero buscando la luz que su lírica le permite. Ese es su cuaderno, un contrapunto entre la voz y la palabra construyendo sentido para olvidar que vivió, es el neopathos de los griegos vuelto a su visión de vivir, a su Sur, entre cielos y atardeceres hace su periplo, su peris pathos. Dejando toda sucesión lineal avanzando en transposiciones se desplaza contemplando y siguiendo el curso de cielos y pájaros y eligiendo una palabra con otra para cambiar
el sentimiento como diría Manucho Mujica Lainez, o el curso del sentido y sentimiento.  Sus palabras pierden el anclaje a las leyes del correcto significado, significante y del control de lo estipulado y pasan a ser autónomas interdependientes de sus asociaciones como resultado de lo diverso para dar sentido pleno. Trastocan el sentido y construyen bloques de sensorio activo fuera del equivaler generalizado y de la unidimensionalidad
a través de la musicalidad de verso a verso y esos saltos con incorporaciones de fragmentos de canciones o enhebrando coplas populares o citas de quién se escucha a sí mismo por encima en esa salmodia siempre cantando, generando un nuevo gusto por la vida, donde danza un mito Molinari descabalgando antiguos mitos. Alguien que quiere llegar al otro por los deshechos días entre nubes por el inconmensurable Atlántico, la vuelta de toda huída, un regreso al nido, al Sur. En los mezclados ríos de la sangre, el íntimo corazón de la vida, dice una totalidad en una cosmovisión de unidad. La naturaleza viviente en los sentimientos habita sus largos poemas, odas, construyendo formaciones de sentido y estado de cosas simplificando y expandiendo la complejidad de existencias de los mundos. Un carácter discursivo de expansión romántico, lírico, en todas las dimensiones que nos sacan y nos ponen en otro mundo, estadio. Esa es su conformación maquínica poniendo la nueva noción de escala. Es un ser polifónico infinito reconociendo un haber estado ahí dando el secreto del momento, instante fuera del tiempo, en las distintas velocidades que adquieren sus composiciones. Un drama y friso musical es su espacio de planeta, energía y su ángulo de vista, configuraciones que extrae y actualiza en una infinidad de existencias posibles. En su doble enunciación una finita y la otra infinita incorporal, colmando su campo territorial, voz-palabra, sustancia-esencia. Allí cabalga el poema Molinariano. El que exploró distintas formas de escritura en un avance hacia su expresión. Las odas, las elegías, sonetos. La prosa poética. Siempre siguiendo al zorzal que llama al dulce tiempo y silba transparente para mirar donde el ayer y el hoy se miran las cadenas. Esas cadenas que liberó de su vida y transitó como un esclavo más que se escapó. Su casa siempre fue la poesía y salía
de ella solo para ver y para traer por las noches el material de su escritura.

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