viernes, 22 de mayo de 2020

Mirada adentro. Li Young Lee. Por Pablo Queralt.




La infancia siempre esta presente en todo buen escritor. Algún detalle lo revela o sino también es el idioma del vivir o sobrevivir. Esa es su identidad la palabra en su mirada de mundo. Como una expansión de fotografías, ventanas, enseñanzas. Es él entre el deseo y el éxtasis buscando su refugio: ser feliz. Todas las caras que están del otro lado de la cara del reloj, esas que le enseñaron a no esperar a morir para decir cuantas cosas quise y no hice. Un padre, una madre, como una luz que se consume. Volver al patio, a los secretos, a los compañeros. Y si esto es un sueño de Dios y viene alguien a despertarlo?. Tal vez sean las noticias, un juego que todos juegan sin saberlo, tal vez. Li sigue su idioma familiar creando su mundo nuevo, a partir de lo dado. El mejor cielo esta acá en la tierra y es mejor vivirlo. Sin saber la primera ni la última página, ese es su libro, un discurrir, un modo de estar, ser ahí. Ocupa ese universo intemporal, y va por campos incorpóreos su máquina. Como si su escritura hubiese encontrado el lugar, su lugar. A partir de sus ojos arrancados al no podemos quedarnos aquí y no tenemos adonde ir. Ese deambular transita sus versos, un rescate, un andar por las orillas, todo eso que se alarga y ha de durar toda una vida. El tiempo es el país. En la primera oscuridad esta la primer luz. Es ese nuevo idioma que el padre le explica al hijo. Alguien que quiere cantar pero no sabe canciones, y sabrá si canta bien? Toda su música va en palabras que distribuye con sentido de sabiduría en la hoja. Es que alguien que ha perdido el lugar de origen... decía Sócrates cualquier cosa menos el exilio. En su máquina estética revela las distintas dimensiones de los sentidos y sensorios que van en un incesante movimiento artístico y de lo vivido. Esa experiencia en esferas de universos incorporales traducen una mirada, una forma de vivir. Materia, alma, cosa, hombre rimados en espacio- tiempo, en su misterio, en ese macrocosmos en el goce del pasaje al poema. Y el poema da la respuesta. Es la identidad del poeta. Hay una territorialización estética y de sustancia y esencia por encima de la realidad. En un ir hacia regiones no regidas, nos lleva su poesía, en ese desinterés que siente el alma por el espacio-tiempo. En la voz del viajero puede escucharse toda una vida por que al fin y al cabo hablar es no acertar, por eso cantemos si al fin “el hombre es un secreto que se ciega a sí mismo”. Y el principio de nuestro conocernos es el principio de la misma realidad. Si el mundo es oscuridad siempre encuentra un camino hacia otra mano, como su libro dando vuelta las sombras de la página como olas. 


Mirada adentro. Editorial Vaso Roto.  


miércoles, 20 de mayo de 2020

QUE BUENO. Yves Bonnefoy. Traducción Pablo Queralt.





Ah que bueno!


La lámpara pequeña que se me confió a la hora de dormir para encontrar el camino de mi cuarto a través de la sala muy concurrida que nosotros llamamos el salón. Un espacio totalmente sin luminosidad, cuando no había, como a veces, raramente, un rayo de luna sobre la cortina de la ventana del fondo. La puerta del comedor se cerró atrás mío, yo no tenía más para guiarme en la oscuridad que la frágil chispa curva en la cumbre de un cono de cobre. Larga, larga, avance en los pliegues de la noche, después de lo cuál yo puse la pequeña lámpara sobre un banco cerca de la cama y después me resigne a escuchar.

Y todas las demás esas latas de hierro delgado, esos cilindros con un borde ligeramente acanalado que se emplea para las cocciones lentas. Ellas contenían granos de café verde molidos en grueso. Allí se practicaban dos agujeros frente a frente en la base, se los rellenaba con el aserrín que el carpintero de la villa les dejaba a mis abuelos pobres, allí se introducía el fuego , no sé como, ese fuego se extendía largamente bajo las marmitas de fondo negro. Se dejaba al sol. El olor del aserrín caliente había invadido la cocina en sombras por una hora o dos, quedaba vacía. Y otras veces eso estaba en todas las partes, en las habitaciones, el olor envolvente del café, puesto al fuego en un hornillo equipado con una pequeña pala giratoria. Había para maniobrar una manija curva, apoyándose sobre el calor rojizo, que uno no sabe bien hoy día, esta noche, que no podré nunca más recordar la expresión.



Y todavía ese vacío bajo la gran escalera de piedra, un hueco donde  la altura era otra cara de algunos otros caminos. Se accedía allí al fondo del vestíbulo, entrando primeramente a un reducido ambiente sin luz, con nada más que coberturas descuidadas. Yo allí empujaba sin hacer ruido la puerta. El hueco sobre el lado derecho de ese pequeño ambiente, yo me arrodillaba, yo iluminaba con mi linterna de bolsillo. Viendo de esta manera por debajo, el camino no parecía más que una sola masa gris, groseramente tallada y de plata con lomas y cruces, pedregullos y cada tanto atravesando a los caminos algunas manchas negras que yo quería creer eran marcas que habían sido trazadas por un trapo empapado en alquitrán.



Sobre los caminos nada, ese sendero estaba vacío. Y el suelo allí parecía tierra removida mezclada con grava. Una araña se arriesgaba en esa extensión, yo la tomaba con la ayuda de una lámpara y ella se inmovilizaba un instante y después retomaba su camino.       

jueves, 7 de mayo de 2020

LA PUERTA BAJA Yves Bonnefoy. Traducción Pablo Queralt.





Ellos fueron expulsados, ellos han errado todo un día. Y ahora, en la hierba profusa de este extremo de mundo, allí delante de una grana casa, todo en la lejanía una granja que parece abandonada, todas sus persianas cerradas. Pero ves, allá en ese cobertizo, esa puerta baja casi abierta! Nosotros podemos forzarla y entrar. Baja la cabeza, quieres?


Una puerta? Por las ranuras de las maderas, ellos perciben árboles que son los mismos que aquí donde ellos dos se encuentran todavía, el mismo follaje frondoso casi bajo el mismo cielo; y si la puerta resiste bajo su empuje, es por que del otro lado ella es cubierta solo de malezas que son semejantes a aquellas que en el mundo que ellos dejan raspan sus piernas desnudas, sus rodillas.


Bien familiar para otros, esta puerta baja. Ello les recuerda su casa de infancia, y ese gran sector del extremo del jardín donde el anochecer cuando todo  se hace amenazante gris y oscuro, los amantes se refugian antes que se los llame para cenar. Había en ese jardín de atrás una pequeña casa dejada en ruinas, ellos se escondían ahí. Yo me deslizaba acercándome, y tu me seguías. Nosotros estábamos entonces en una sala muy baja, con un techo desfondado y una viga en estado a medio derrumbarse. Nosotros nos extendimos al sol, en la paja seca, perfumada.


Sea! Pero aquí la puerta franquea, esa puerta baja del último día. Ah eres tu? Has crecido! Se hace de noche de aquí en adelante, y esta cabeza que tu tienes toca el cielo estrellado, esas manos que tu tienes sujetando por todas las partes a las cosas extrañas en la noche, tus ojos que son de un color desconocido buscando los míos: y yo tengo miedo!
Tu te acercas a mí y me dices “Ven”. Y el nos hará caminar mucho tiempo, caminar tarde, en ese otro mundo, hará frío.


De uno al otro nos decimos, quién eres? Que nombre se guarda en el abismo? Que le quedará de brillo, un resto de hierro, piedra, en ese poco profundo arroyo, cerca del cuál nosotros oramos sobre la paja caliente en un escenario de otro siglo abandonado en la ruina.