sábado, 25 de enero de 2020

EL AMANECER DE LOS TIEMPOS Traducción Pablo Queralt.



Yo vuelvo a la casa de hace mucho tiempo. Y grande es mi entusiasmo de descubrir que las habitaciones son más grandes que en mi memoria y que es verdad, sobretodo, que la escalera estaba en un rincón de mi memoria, pues yo amaba transitarla cada mañana desde lo alto de nuestro primer piso. Yo iba a sentarme sobre algunos de sus escalones en la medialuz que venía por el espacioso zaguán del vestíbulo. Yo de eso disfrutaba también la frescura en las horas más calurosas, y una vez yo allí me caí, mi padre asustado gritó y me tomó en sus brazos. 

Pero ya no recordaba más que esas caminatas fueron tan largas y tan profundas, sobre maciza piedra gris, ni que su prolongación continuara tan majestuosa hasta este desván donde por lo tanto yo me quedaba tan frecuentemente, para las lecturas. No se va al desván, en casas comunes. Yo comprendo en el presente que esta casa no es de este mundo, que fue diseñada anteriormente a él, en otra parte, y veo a estos seres de la  antiguedad agrupados alrededor de una mesa con planos y mapas bajo sus ojos, inmensos horizontes de largas colinas de piedra caliza. Ellos se  miran pensativamente. Uno de ellos coloca el dedo sobre el plano, donde dos niños, pequeño niño y pequeña niña, sentados al pie de la escalera, pelean por un objeto que es difícil de distinguir, en esta vieja fotografía. Es un pequeño animal, eso que tenían en sus brazos? Una pequeña vida con movimientos bruscos, gritos débiles, y que era parte del cuerpo de uno o del otro, o de los dos, o toda un retazo del cielo estrellado que aún no se había borrado, esta mañana a la luz cada vez mas intensa del día de verano? Yo no sé que tienen ellos allí, y que ellos dejaban escapar, pero yo los veo que suben por la escalera, ahora tomados de mano en mano todavía.



Y es también que yo no he olvidado que ese desván, estrecho oprimente, caluroso, con fragancia, suelo de tablas mal unidas, tenía largos años, era el lugar del fin de la vida de arcones que quedaban abiertos por que desbordaban de viejos libros y de revistas. Muchos de ellos estaban en habitual desorden, pero yo encontré entre ellos aquellos titulados Lo sé todo, enciclopedia mundial ilustrada, con una página de cobertura de un pequeño hombre vestido de negro, cuya cabeza era el globo terráqueo.  
De un dedo, que aterrorizaba! El se toca la frente, los ojos perdidos en su sueño. De rodillas, delante de un baúl, yo paso las horas leyendo, Lo sé todo, contemplando de lejos litografías de carbonilla de ríos de la Polinesia, con bellos seres, semidesnudos sobre las arenas, donde me aterrorizaban habitaciones mal iluminadas por esparcidas lámparas de aceite dentro de la ronda de claridad en las que se exhibían abominables cabezas de las que jamás habría sabido.  



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