sábado, 25 de enero de 2020

LA TAREA DEL TRADUCTOR. Y. Bonnefoy. Traducción Pablo Queralt.




Traducir? El joven traductor se zambulle. Esas son las palabras apropiadas para decir que él permanece joven y que esa pagina bajo su mirada representa un océano de agua cerrada. Los soles cubren con muchas chispas diminutas, casi alegres, la ligeramente encrespada superficie, pero él sabe, que allí debajo esta el abismo: al comienzo un verde, un verde azulado, no puede ser más oscuro, llegando pronto al negro.


Se zambulló. Y alrededor de él de repente aparece una tenue claridad vaga en diversos lugares desde los cuales percibe lo que parecen vidas. Que es lo que esta delante de él?
Él esta nadando en esa dirección, él observa: eso es esférico, se agita como una vibración, una luz pálida esta dentro, es una bombilla vieja que delimita desde arriba una mesa cargada de libros?  De hecho es un estudiante que esta sentado allí, con la frente en sus cuadernos, los brazos alrededor de la cabeza. Parece dormido. Bien cerradas las ventanas de su habitación, pero el agua del exterior golpea furiosamente contra sus cristales. Que silencio!

Se desplaza, con un movimiento suave de los brazos alejándose de esta medusa.


 Y este otro, un poco menos brillante? Pero es el mismo joven!  Grita, lucha, intenta liberarse de dos secuaces siniestros que lo maltrataran, que lo llevan, esta claro, donde?   Rosencrantz y Guildestern obviamente.


Así, a distintas distancias, estas existencias, estos fuegos. Debería aceptarlas como cosas vivas, estas medusas, diría yo, pulpos, inmóviles, una de sus miradas filtrándose bajo alguno de sus parpados, donde puedo reconocer bellas nubes detenidas en el cielo de allí abajo con colores increíbles ni de las mañanas ni de las noches? Quizás no son más que palabras, de lo que se piensa? Nada más que grupos de imágenes privadas de sentido, pero que ni la memoria ni la voluntad disipan? Nudos de humo que hacen espirales en el agua ahora que es mucho más azul que verde, bóvedas que el nadador no ve por encima de él cuando, sigilosamente desciende, busca.

Mi hijo donde estas? No te escondas!

Difícil en efecto la traducción. No se sabe si tenemos derecho a imaginar.

Y todavía hundido, se hunde aún más lejos, más abajo, aun más abajo el traductor.  Más raras y menos luminosas se hacen estas vidas del abismo, que él no sabe si están dotadas o no de conciencia. Polonio pasa corriendo sin aliento, jadeando, es demasiado para este hombre gordo, se caerá, donde tendrá derecho a creer en una playa de arena negra frente a una aurora ahogada en las brumas.   


Desciende si, por sacudidas. Con todos sus ojos cuestiona a la inmensidad de la noche. Qué hacer con esta palabra por ejemplo en esta oración? Tiene un ritmo, lo creí del inglés, y puede ser,  pero esa palabra, no, no es inglés, no es de ningún idioma conocido, de ninguno de este mundo. En este verso de Shakespeare esta el silencio, para brillar vagamente como lo hacen las piedras.


Desciende. Se necesitan años para no dejar de ver uno de esos seres, si esa es la palabra para decirlo.

El traductor entiende que nunca alcanzará el suelo que ha soñado. Confiesa que nunca finalmente, encuentra bajo su pie algo de arena clara, no se recuperará, sus ojos llenos de luz. Hubiera sido hermoso, y reconfortante, beneficioso, tocar con sus manos el gran naufragio! Ella está rota allí. Nada queda en pie de los enormes mástiles. Cofres de libros abiertos, las hojas permanecen todavía colgando alrededor, no, ni siquiera.  Una frase pintada en la proa sería sin embargo visible. La haríamos emerger de la noche, mediante la antorcha eléctrica que se ha conservado para este gran momento, se podría soñar con traducirlo a algún otro idioma hablado en otra parte, o en ninguna parte, que esta en lo más profundo de cada uno de nosotros.    







EL AMANECER DE LOS TIEMPOS Traducción Pablo Queralt.



Yo vuelvo a la casa de hace mucho tiempo. Y grande es mi entusiasmo de descubrir que las habitaciones son más grandes que en mi memoria y que es verdad, sobretodo, que la escalera estaba en un rincón de mi memoria, pues yo amaba transitarla cada mañana desde lo alto de nuestro primer piso. Yo iba a sentarme sobre algunos de sus escalones en la medialuz que venía por el espacioso zaguán del vestíbulo. Yo de eso disfrutaba también la frescura en las horas más calurosas, y una vez yo allí me caí, mi padre asustado gritó y me tomó en sus brazos. 

Pero ya no recordaba más que esas caminatas fueron tan largas y tan profundas, sobre maciza piedra gris, ni que su prolongación continuara tan majestuosa hasta este desván donde por lo tanto yo me quedaba tan frecuentemente, para las lecturas. No se va al desván, en casas comunes. Yo comprendo en el presente que esta casa no es de este mundo, que fue diseñada anteriormente a él, en otra parte, y veo a estos seres de la  antiguedad agrupados alrededor de una mesa con planos y mapas bajo sus ojos, inmensos horizontes de largas colinas de piedra caliza. Ellos se  miran pensativamente. Uno de ellos coloca el dedo sobre el plano, donde dos niños, pequeño niño y pequeña niña, sentados al pie de la escalera, pelean por un objeto que es difícil de distinguir, en esta vieja fotografía. Es un pequeño animal, eso que tenían en sus brazos? Una pequeña vida con movimientos bruscos, gritos débiles, y que era parte del cuerpo de uno o del otro, o de los dos, o toda un retazo del cielo estrellado que aún no se había borrado, esta mañana a la luz cada vez mas intensa del día de verano? Yo no sé que tienen ellos allí, y que ellos dejaban escapar, pero yo los veo que suben por la escalera, ahora tomados de mano en mano todavía.



Y es también que yo no he olvidado que ese desván, estrecho oprimente, caluroso, con fragancia, suelo de tablas mal unidas, tenía largos años, era el lugar del fin de la vida de arcones que quedaban abiertos por que desbordaban de viejos libros y de revistas. Muchos de ellos estaban en habitual desorden, pero yo encontré entre ellos aquellos titulados Lo sé todo, enciclopedia mundial ilustrada, con una página de cobertura de un pequeño hombre vestido de negro, cuya cabeza era el globo terráqueo.  
De un dedo, que aterrorizaba! El se toca la frente, los ojos perdidos en su sueño. De rodillas, delante de un baúl, yo paso las horas leyendo, Lo sé todo, contemplando de lejos litografías de carbonilla de ríos de la Polinesia, con bellos seres, semidesnudos sobre las arenas, donde me aterrorizaban habitaciones mal iluminadas por esparcidas lámparas de aceite dentro de la ronda de claridad en las que se exhibían abominables cabezas de las que jamás habría sabido.  



viernes, 10 de enero de 2020

EN EL ATELIER DE UN PINTOR. Yves Bonnefoy traducción Pablo Queralt. 



Estoy en el atelier de un pintor en el momento más expectante de la noche. Tan avanzada la noche ¿que puedo hacer mejor que arriesgarme aun más, caminar después de ir deslizándome con los reflejos de la luna como sobre una piedra pulida hasta este amigo pintor que trabajó todo el día?

Tanteando encontré la segunda puerta, la empujé de par en par, entré. Allí la oscuridad es casi total, yo no distingo más que vagamente una pared muy áspera a mi derecha, al alcance de mi mano, parece elevarse infinitamente a lo alto hacia un posible cielo de uno de aquellos mundos de aquí como hay tantos sin estrellas. Toco esa pared, me recuesto contra ella, me ayuda a avanzar: con precaución, como se debe, entonces, debido a que yo sé que el atelier esta  abarrotado de mesas, caballetes, cuadros, potes de pintura dejados abiertos en el piso. Y también aquí y allá los montones informes de lino húmedo.

Pero que eso que me choca? Está vivo, siento bajo mi mano un lomo de lana suficientemente alto. Y tuve que asustarla a esta oveja porque hizo un salto al costado mío con un balido que en esta oscuridad provocó alarma: por todos lados y hasta muy lejos percibo un retumbar en el cuál yo sentí ser atropellado, esta vez con bramidos, rebuznando, un grito que se destacaba a veces muy agudo, del simple y triste rumor de todas esas vidas invisibles. Mi amigo, el pintor, serías un retratista? Si puediera encontrar un interruptor y alumbrar, ir y ver estas cabezas paradas delante de mí, no, estos hocicos, grandes orejas erguidas, ojos innumerables que me miran firmemente con ese miedo incesante y ese asombro de no entender que son una parte de la vida?

Sí, pero donde está ella, esta luz? Yo siento que estoy sobre la arena, donde se abate el agua tibia de las olas que se rompen, todas cerca de mí : las escucho, respiro el olor …extiendo la mano, sobre el muro. Es esto una mesa, con lápices, y hojas? No, no. 



Pintor, tenías ayer gestos tan precavidos para no dejar que el mundo envejezca! Mirando directamente al color, cortando el azul, el verde, con grandes tijeras que lleva la vida, la muerte, el deseo, la infancia. Haciendo que se eleven toda clase de días entre las hojas, y que en cada vez eso fuera inesperado, tranquilizador, hermoso. Ah pintor, amigo mío, por suerte existes! La prueba, este abrigo quizá negro, manto de tinta, silencioso, infinitamente duro, cemento tal vez, que toco sin ver nada en este perchero cerca del cual  me quedé, en la puerta todavía.    





Y aquí lo que ha pasado a mi lado, son dos hombres. Uno le dice al otro:  “the air bites shrewdly, it is very cold”. En cuanto se abre la puerta de par en par, los dos salen riendo, y eso es por un instante un rayo de luna, estrecho pero lo suficiente brillante como para  ver, allá abajo, en el centro del estudio en tu búsqueda sin fin. Donde estamos? En las murallas. Estas cerca de uno de los grandes creneles, también sentado contra la piedra, tus ojos vuelven a ese cielo decididamente sin estrellas. Y delante de ti, tienes en tus manos hojas cuya sangre fluye, se distingue una cara aun, la de un Dios, con un gran sufrimiento que respetas. Pero que hacías tu?


No hubiera sabido, desde este umbral donde estaba, pero resulta que estoy también muy cerca de ti, mi amigo, y veo que eres inmenso, una especie de jardinero, y que te comprometes a hacer correr el agua -es verde azul y amarillo ocre y negro también, y rojo, un rojo del cielo del atardecer- en los pliegues movedizos de un campo del comienzo del mundo. Agua que ha llegado desde infinitamente lejos para rejuvenecer este suelo que ha sido arado. Ya crecen las plantas que ni tú ni yo hubiéramos imaginado ayer. Y la oveja que me había golpeado, aquí está. Su cabeza busca mi mano y ella tiembla, por supuesto esta preguntando, como cualquier petición en esta tierra.



Detrás de este atelier hay un gran jardín, o parque, con árboles de otro sector y sus viejos caminos que no terminan en ninguna parte. En un punto llegué a una especie de kiosco.   Se entra allí, en tres pasos, es pequeño, hasta una habitación con una mesa donde una vez se abandonó un rollo de cuerda.  El rollo esta deshecho, un extremo de la cuerda cuelga hasta el suelo, casi lo toca.