jueves, 3 de octubre de 2019

EL AMANECER DE LOS TIEMPOS. Yves Bonnefoy. Traducción Pablo Queralt.



Yo vuelvo a la casa de hace mucho tiempo. Y grande es mi entusiasmo de descubrir que las habitaciones son más grandes que en mi memoria y que es verdad, sobretodo, que la escalera estaba en un rincón de mi memoria, pues yo amaba transitarla cada mañana desde lo alto de nuestro primer piso. Yo iba a sentarme sobre algunos de sus escalones en la medialuz que venía por el espacioso zaguán del vestíbulo. Yo de eso disfrutaba también la frescura en las horas más calurosas, y una vez yo allí me caí, mi padre asustado gritó y me tomó en sus brazos. 

Pero ya no recordaba más que esas caminatas fueron tan largas y tan profundas, sobre maciza piedra gris, ni que su progreso continuara tan majestuoso hasta este desván donde por lo tanto yo me quedaba tan frecuentemente, para las lecturas. No se va al desván, en casas comunes. Yo comprendo en el presente que esta casa no es de este mundo, que fue diseñada anteriormente a él, en otra parte, y veo a estos seres antiguos agrupados alrededor de una mesa con planos y mapas bajo sus ojos, inmensos horizontes de largas colinas de piedra caliza. Ellos se  miran pensativamente. Uno de ellos coloca el dedo sobre el plano, donde dos niños, pequeño niño y pequeña niña, sentados al pie de la escalera, pelean por un objeto que es difícil de distinguir, en esta vieja fotografía. Es un pequeño animal, eso que tenían en sus brazos? Una pequeña vida con movimientos bruscos, gritos débiles, y que era parte del cuerpo de uno o del otro, o de los dos, o toda una aleta del cielo estrellado que aún no se había borrado, esta mañana a la luz cada vez mayor del día de verano? Yo no sé que tienen ellos allí, y que ellos dejaban escapar, pero yo los veo que suben por la escalera, ahora tomados de mano en mano todavía.


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