Charles Kenneth Williams. Donde estoy en ese momento. Por Pablo Queralt.
El contraste y lo análogo entre naturaleza y ser humano es un relieve
constante en la escritura que va desenvolviendo como un legado de conocer, en
el como, cuando, donde, en el sinsentido el summum del yo, el poeta de New
Jersey. Una construcción que se expande de verso a verso de una situación
existencial presente encabalgadas en diversas variaciones rítmicas de la
interacción mente-realidad, en un proceso creador que abre campos incorporales
donde es testigo de lo que deviene interactuando con el ser que hace conciencia
para saber la verdad, para dejar lo que mayormente somos esa memoria que pasa
de futuro a pasado para experimentar el éxtasis de estar. Una luz encendida que
guía al navegante, un amateur, un director improvisado, un Vivaldi que tiene y
cree en la ternura, la locura y la cordura para dejar de crecer en simulacros
como decía Unamuno, para escuchar la música que somos hasta completar la
tristeza, la alegría y que todas las pasiones reposen en su plenitud máxima para
dejar el sometimiento y cerrar el circulo. Y dejar esa fricción, especie de
insistencia que se mueve dentro de uno o del que se mueve dentro de uno con
algo que desea y se le ha negado, algo
que quiere ahora postergado, algo que absorbe demasiado tiempo emocional, y que
es ira sobre ira. Esa doble oscuridad de la que habla. Y conoce la musculatura
de su peligro, no es tanto el miedo a lo que suceda sino tal vez el deseo de
que suceda. El que se ve a sí mismo y al mendigo como un par de átomos ínfimos,
pasando uno al lado del otro o a través. Pintando la imagen del rizoma. La
autentica naturaleza sensual.
Eso que lo hace pensar siempre en el dolor con la sensación del último
saludo, esa compañía para compartir todo lo bueno y lo malo que la vida le
reservara y es un pasado finalizado, con la crudeza de un lamento. Un oboe
practicando escalas entre la maraña de voces y la felicidad de haber conocido
enteramente al otro, ese momento tan único, eso es amor. Le canta al miedo su
canción rememora a Coleridge, creyendo que habrá cura para el corazón humano
para remediar sus ansiedades, recelos, y el corazón metafórico acuchillado,
diseccionado, en todas las ventanas del parpadeo de las televisiones con sus
políticas del terror, guerra, miseria sin fin, encuentra una iridiscencia de
otro mundo surgida del reverso de algún filamento para rescatarnos. Como un
opúsculo la vida del protagonista es un hombre que vive trabaja, se casa tiene
hijos, su casa hasta que viene la tempestad y se lleva todo hasta el árbol del
cuál quedan colgados, le arrancan a su familia y es engullido por las voraces
olas, llora por su vida y se va al fondo, se hunde.
Y comprende en ese vasto mar-océano, en ese vislumbre como un dios donde
se encuentra que todo lo vivido era ilusión, la realidad era eso desde
el principio, ese dios enorme como la nube de una tormenta o el mar sin
límite.
Y es en esa lucha por mantener la conciencia adquirida cuando uno es
atrapado por no prestar atención y baja la vigilancia aturdido por todo lo que
existe y la ansiedad, que es necesario sufrir para aprender y el tema es
despierta ya.
Y la necesidad de exonerar experiencias de amor cuando rompen la
cosmología de uno y lo que une las vidas reales entre sí, nos dice el autor.
Liberarse de los vínculos por eso de que si te amo no te necesito, porque ya te
amo. Y si estas, venís mejor pero sino también. Es imponente la formación de
sentido de sus fragmentos de intensa prosa poética, el movimiento que pone en
existencia una verdad o estado de las cosas. Nuevas líneas de sentido se
prolongan y aúnan, y se va absorbiendo, digiriendo, se incorpora un mundo
infinito cuando en ignorancia se corría riesgo de asfixia y precariedad. El
espacio y el tiempo no son espacios neutros salvo cuando se alza la voz baja
para rimarlos con los compases interiores, ahí toda la sabiduría que nos da
Williams, nos muestra como dos enamorados contemplando la mutua felicidad, la
pasión del uno por el otro.
Sus libros Reparación, El canto han sido traducidos al español en ediciones Bartleby editores. Entre los reconocimientos que recibió figuran el premio del Fondo Nacional de las Artes, en 1985 y 1993. Fue finalista del Pulitzer en 1987 y lo ganó en el 2000. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura, en 2003, por “The Singing”.