viernes, 5 de junio de 2020

Thom Gunn, un hombre que suda de noche ¿terrores nocturnos?
Por Pablo Queralt.



Escribir hasta romper el sueño y fundirse en un abrazo con la vida, algo que no nos limita, nos saca de la película para sentirnos ilimitados, ese camino transita Thom Gunn, con sus lucidas observaciones donde el ojo del poeta crea una nueva realidad. Lo que esta allí por verse. Una rugosidad del cuerpo, del cabello, de la piedra, todo pasa a ser elemento de conocimiento, reflexión, un saber que se va haciendo desde un sensible propio en cada poema, es la vida del poeta que nos cuenta su devenir. Nos cuenta del amor de ese de los viejos que no se sabe si es entusiasmo o pasión o acto reflejo. Nos va revelando un secreto del misterio a cada paso como decía William Carlos Williams acerca del poema. Saca sentido pleno de todo lo que observa, y ya no somos seres para cumplir sino para sentir, encontramos un nuevo gusto, una nueva ternura que marca su registro en nosotros. Relaciona la complejidad de distintas formas de existencia encontrando lo nouménico, lo particular el detalle que enamora en cada una de las cosas, las acciones, las gestualidades. Monta en sus poemas un teatralismo real con otro virtual, que va reinventando en sus intensidades discursivas. Distintos modos del ser captados en amigos, amigas, cuadros, el niño de la mano de su amigo el padre visto desde el autobus, el linyera, los rostros, los cuerpos los espacios vividos. Una dinámica que completa esa maquina de la sensación y la materia, con lo que allí esta. Siempre en un estado naciente como en la canción del sube y baja, el fresco de los niños en la plaza, en su juego, los detalles de las piernas al moverse en esa balanza, donde al bajar ninguno gana. Alegorías constantes en el ir y venir de sus poemas casi fotográficos algunos, la doble fotografía la del adentro y la del afuera. Las noches son oscuras y terminamos como empezamos.  Nuestras vidas son improvisaciones y en su templanza nos las muestra. Y los poemas los versos se encabalgan unos a otros construyendo una identidad colectiva y en esa conformación lo bello y el nuevo entender. Una especie de polifonía rizomática, territorializando un cuadro de Edward Hopper, minimalista pero con detalles alucinantes. Ese choque incesante con la realidad en escenas renovando el entendimiento con nuevas materias de entender fuera de la contaminación de lo obvio. Crea una modelización estética en su proceso artístico, transversalidades abstractas que dan un universo de consistencia. Su experiencia poética es a lo Francis Ponge , la de estar quieto en movimiento como en el autobús que esta en movimiento y uno quieto en el asiento viendo por la ventanilla cuanto pasa y en ese registro en relación al sentido interno deviene el poema. En toda acción por pequeña que fuere encuentra el poema, el secreteo, como el mismo Ponge decía: hasta un vaso de agua puede ser el mejor poema cuando uno tiene sed. Un hombre tiene sudores nocturnos en la cama y se levanta ante los desafíos del mundo en su piel y su cuerpo un escudo que no sabía roto con sus desgarros curados, ese  que creció mientras exploraba y ahora abraza a sus dolores, como si una vida fuera suficiente habilidad  y ternura para aprender a embellecer el cuerpo de una amiga muerta, al fin y al cabo es un esteticista ante todo.   



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