Mark Strand y su Puerto oscuro. Por Pablo
Queralt.
Casi como un pintor entre el sol naciente y un
mar duro hace, Strand de su musa todo lo que retumba y todo lo que respira, esa
es su calle principal. En ese estar listo para partir atraviesa la noche oscura.
Como un limpiaparabrisas entre el pasado y el futuro. Como en un gran asado con
amigos hace de sus paginas cuentos, escrituras del álbum, desde ese lugar
escribe, en ese aquí y ahora. Anda como el testigo, el ser que contempla el
como, el por qué y para qué, en esta travesía del mundo. El nivel de luz y
claridad, como decía Aristóteles: la luz que se posa en las cosas y hace
posible verlas, como dos entendimientos en la cosa, lo divino y lo humano. Más
allá de la superficialidad busca encontrar la calma entre pasado y futuro, así
se desliza en sus poemas. Hay una letanía de soldados y mujeres que han partido
como un horizonte al que no sabe si nunca podrá alcanzar. En la profundidad de
su visión, la interioridad, descubre cada cosa para su lugar y que nunca el
deseo será satisfecho en ese plano. Y así viene por si mismo. Llenando todo lo
demás. Buscar en los escenarios signos que debemos descifrar siempre en esos
cielos, esas nubes, para aplicar a nuestros propios fines. Y cuál es el fin?
Clarificar, el sentido entre las cosas y nosotros, ese rechazo o duda o saber.
Dispersando nieblas. Exigir momentos exóticos, luz del día, hay mucho por
hacer: hacer de la imprecisión el centro
del plan, hacer de la tristeza un curso obligatorio, para conocer, en el
poco tiempo que disponemos, ese es el trabajo, empujar el piano agonizante hasta la playa. Nos dice en un mundo sin cielo todo es despedida,
un darse cuenta de lo que pasa en un despertar al cambio, transmutar. Agradece
la salud del cuerpo para que el alma cumpla con su fin, conocer, saber, amar
todo lo que hay sobre la tierra, sin apoderamientos para no pasar en vano. La
memoria guarda la belleza mortal del mundo en un lugar que no es lugar, nos
dice. Donde destroza el antes para estar en un ir como un nadie sin pasado, para que no pueble nuestros días con culpas,
dolores que ya fueron, porque andar reviviéndolos. Como los chinos observando
los cielos, las nubes, los vientos, en el no olvido pero sin revivir el dolor
transformando todo en la gratitud y placer de ser, estar vivos.
Por qué querrían
tanto los pasajeros ver apenas lo que nunca podrán tener? Y de quién se
despiden? Desde que aquella nube tras la montaña se movió. Distintos planos
mueve en su escritura moviendo un plano de superficie y otro de conocimiento,
de sabiduría que es el máximo conocimiento de las cosas útiles para vivir, en
las maestrías que nos da la vida y que la vida tenga un sentido, al ser vivida.
El mundo es
extraño, parte de un orden más grande e inconciente de la vida que se reúne sobre
él. Es una lástima que no podamos creer que el hombre y la naturaleza estan
esencialmente adaptados el uno en el otro, ahora que la naturaleza incluye el
olvido en el que no nos atrevemos a mirarnos, y así pasamos malgastando la
vida, en la película, la superficie sin saber, sin conocer, el ser que nos
habita, sin mirar para adentro.
Un lugar que parecía brumoso es el final de
esta travesía barco por medio, cielos y nubes donde un grupo de poetas querrían
estar vivos de vuelta para decir palabras que no habían dicho, palabras cuya
ausencia había sido el silencio del amor, cuyas caras al acercarse se
escondieron bajo sus alas, y al mirar algo volando de un lado al otro, un ángel
de los buenos estaba a punto de cantar.
Puerto oscuro. Mark Strand. Editó Zindo&Gafuri.