BRAZOS QUE SE ABREN. Y. Bonnefoy traducción Pablo Queralt.
Aquí, estaba la sala. Restos marchitos de
monedas de papas todavía están allí, en dos jarrones de cristal gris cerca del
gran sofá desvencijado. Ah, me gustaron estas flores ocres marrones, esas hojas
amarillas! Vine a sentarme al lado de ellas, les confié murmurando las palabras que invente. Pero su
fragancia suave se deslizaba bajo mis dedos tan respetuosos, sus hojas se
desprendían de los tallos, sus pétalos caían, como
un arqueólogo en antaño, había visto avanzar
hacia él dentro de la sala funeraria, y el momento después de ser solo polvo,
un rey tal vez una reina. Sombras, pero dentro de sus manos, brillando todavía,
la mascara de oro que ocultaba su cara. Recojo esas hojas de monedas de papa,
pongo un poco de ellas en una pequeña caja de hierro.
Cuantas veces el día comenzó en la casa que
quedó vacía hace tanto tiempo, cuantas veces la luz púrpura del anochecer se ha
reflejado sobre las dalias? Yo dejo la sala. Esos pájaros por millares, de todo tipo y tamaño,
se alegran gritando en las habitaciones, y una de ellas cerrada con llave, yo
no puedo más que sacudir la puerta.